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Los futuros cesantes

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El bipartidismo tiene una especie de pléyade, son los estómagos agradecidos en sus filas, fieles por estar colocados en los distintos estamentos, grandes defensores del bipartidismo porque desde su posición hacen valer influencias en un sentido u otro en beneficio propio y de su partido, en algunos casos, esos tienen un futuro incierto, lo saben y lo saben sus partidos, por ello defienden el bipartidismo como la forma de representación del Estado más perfecta, la alternancia los mantiene vivos con pocos cambios para ellos.

Es la perpetuación de una casta intermedia en todos los ámbitos de poder, vivero de votos clientelares fijos para las urnas; pero una forma distinta de representación está en el horizonte debido a la irrupción de otros partidos, partidos que serán vigilantes en el control de todas las áreas, puede ser la forma de acabar con las designaciones del apéndice que desarrollan los políticos cuando llegan al poder, siempre y cuando no fructifique lo que ciertos gurús y antiguos dirigentes están pregonando bajo el eufemismo de que la mejor forma de gobernar es una alianza entre conservadores y socialdemócratas, están trillando el camino para convencer a sus afiliados para un futuro gobierno conjunto del PP y PSOE, a semejanza de otros gobiernos de Europa o como en el Parlamento europeo, con la diferencia que fuera de nuestras fronteras la moralidad y la ética de los gobernantes es completamente distinta, pueden tener corruptos, pero los mecanismos son más explícitos para su desenmascaramiento, expulsión y castigo.

Pregonan el bipartidismo por el temor de ser los futuros cesantes, llegaron a apoltronarse en los distintos puestos de la administración como personas de confianza o por contratos sucesivos en distintas áreas mostrando la vanidad de su posición, pero las tornas están cambiando, el temor se apodera de ellos, se les puede vislumbrar tomando nuevas posiciones ideológicas como el pulpo en las profundidades del mar, pero se atisba fácilmente su expresión externa moldeada por la tortura e incertidumbre de su futuro, la comedia de parecer honrado y justo acaba siempre malamente por la indolencia mostrada durante tanto tiempo ante los verdaderos funcionarios debido a su supuesta posición de superioridad ante ellos; tampoco abandonan del todo a sus compañeros de partido buscando posicionarse en una nueva combinación en otra parcela, como la empresa privada si no caben en la administración, demostración palpable de su desprecio al Estado, está ocurriendo y los verdaderos funcionarios posiblemente están asistiendo a la contemplación de la imbecilidad manifiesta de estos elementos extraños en el engranaje administrativo.

Ya están celebrando maitines y ejercicios espirituales entre los militantes de partidos políticos a distintos niveles de responsabilidad con la excusa de definir propuestas electorales, pero en realidad están posicionándose, L. Sciascia en su obra Todo modo, lo describe perfectamente cuando dice: “asistirán a convocatorias donde los asistentes demostrarán con una contundencia sistemática cuál es la auténtica naturaleza de los vínculos que sostienen y preservan las estructuras del poder”. Pero la hora fatídica del cese se acerca y ese tremendo anatema es motivo de malos pensamientos o depresiones sobre los segundones y arribistas, los que nunca han sido capaces de valerse por sí mismo, solo mediante la adulación, puede que alguno tenga el triste final del personaje de Pérez Galdós en su novela Miau, Ramón Villamil, cesante del siglo XIX por diferente motivo, personaje que tomó una fatal decisión cuando la antorcha de la fe se apagó en volver a su antiguo puesto, sin futuro, sin salida, sin amigos; los nuevos cesantes si su imbecilidad no es muy grande se darán cuenta que aquellos supuestos camaradas y amigos eran como las personas en un vagón del metro, conocidos en la rutina de un trayecto.

Acabemos con el bipartidismo y bienvenida sea la cesantía para limpiar la escoria que ha ennegrecido la administración pública durante tantos años, lugar donde solo deberían ejercer los profesionales verdaderamente preparados para tal fin.

Los futuros cesantes

José Enrique Centén
martes, 25 de agosto de 2015, 06:17 h (CET)
El bipartidismo tiene una especie de pléyade, son los estómagos agradecidos en sus filas, fieles por estar colocados en los distintos estamentos, grandes defensores del bipartidismo porque desde su posición hacen valer influencias en un sentido u otro en beneficio propio y de su partido, en algunos casos, esos tienen un futuro incierto, lo saben y lo saben sus partidos, por ello defienden el bipartidismo como la forma de representación del Estado más perfecta, la alternancia los mantiene vivos con pocos cambios para ellos.

Es la perpetuación de una casta intermedia en todos los ámbitos de poder, vivero de votos clientelares fijos para las urnas; pero una forma distinta de representación está en el horizonte debido a la irrupción de otros partidos, partidos que serán vigilantes en el control de todas las áreas, puede ser la forma de acabar con las designaciones del apéndice que desarrollan los políticos cuando llegan al poder, siempre y cuando no fructifique lo que ciertos gurús y antiguos dirigentes están pregonando bajo el eufemismo de que la mejor forma de gobernar es una alianza entre conservadores y socialdemócratas, están trillando el camino para convencer a sus afiliados para un futuro gobierno conjunto del PP y PSOE, a semejanza de otros gobiernos de Europa o como en el Parlamento europeo, con la diferencia que fuera de nuestras fronteras la moralidad y la ética de los gobernantes es completamente distinta, pueden tener corruptos, pero los mecanismos son más explícitos para su desenmascaramiento, expulsión y castigo.

Pregonan el bipartidismo por el temor de ser los futuros cesantes, llegaron a apoltronarse en los distintos puestos de la administración como personas de confianza o por contratos sucesivos en distintas áreas mostrando la vanidad de su posición, pero las tornas están cambiando, el temor se apodera de ellos, se les puede vislumbrar tomando nuevas posiciones ideológicas como el pulpo en las profundidades del mar, pero se atisba fácilmente su expresión externa moldeada por la tortura e incertidumbre de su futuro, la comedia de parecer honrado y justo acaba siempre malamente por la indolencia mostrada durante tanto tiempo ante los verdaderos funcionarios debido a su supuesta posición de superioridad ante ellos; tampoco abandonan del todo a sus compañeros de partido buscando posicionarse en una nueva combinación en otra parcela, como la empresa privada si no caben en la administración, demostración palpable de su desprecio al Estado, está ocurriendo y los verdaderos funcionarios posiblemente están asistiendo a la contemplación de la imbecilidad manifiesta de estos elementos extraños en el engranaje administrativo.

Ya están celebrando maitines y ejercicios espirituales entre los militantes de partidos políticos a distintos niveles de responsabilidad con la excusa de definir propuestas electorales, pero en realidad están posicionándose, L. Sciascia en su obra Todo modo, lo describe perfectamente cuando dice: “asistirán a convocatorias donde los asistentes demostrarán con una contundencia sistemática cuál es la auténtica naturaleza de los vínculos que sostienen y preservan las estructuras del poder”. Pero la hora fatídica del cese se acerca y ese tremendo anatema es motivo de malos pensamientos o depresiones sobre los segundones y arribistas, los que nunca han sido capaces de valerse por sí mismo, solo mediante la adulación, puede que alguno tenga el triste final del personaje de Pérez Galdós en su novela Miau, Ramón Villamil, cesante del siglo XIX por diferente motivo, personaje que tomó una fatal decisión cuando la antorcha de la fe se apagó en volver a su antiguo puesto, sin futuro, sin salida, sin amigos; los nuevos cesantes si su imbecilidad no es muy grande se darán cuenta que aquellos supuestos camaradas y amigos eran como las personas en un vagón del metro, conocidos en la rutina de un trayecto.

Acabemos con el bipartidismo y bienvenida sea la cesantía para limpiar la escoria que ha ennegrecido la administración pública durante tantos años, lugar donde solo deberían ejercer los profesionales verdaderamente preparados para tal fin.

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