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Gonzalo G. Velasco

"XXY": La sexualidad era esto

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Existen películas convencionales protagonizadas por personajes raros (casi todas las de superhéroes), películas raras protagonizadas por personajes convencionales (las de Aki Kaurismäki, por ejemplo) y también, aunque no sean las más frecuentes, películas raras protagonizadas por personajes raros. XXY, dirigida por Lucía Puenzo, hija de Luis Puenzo, ganador del Oscar a la mejor película extranjera 1985 por La Historia Oficial, encaja a la perfección en esta última categoría.

La película es rara por varios motivos: en primer lugar, no resulta en absoluto frecuente encontrar propuestas tan personales e innovadoras en las fronteras del habitualmente pasteloso cine argentino, en segundo lugar, pocas veces una ópera prima muestra un equilibrio tan sólido entre planteamientos éticos y ejecución estética, y en tercer lugar, muchas menos veces aún aborda el séptimo arte temáticas tan espinosas como la que nos ocupa sin caer en el sensacionalismo, el ternurismo, el tremendismo, o cualquier otro “ismo” de escasa sutileza. En cuanto a los personajes, basta con mencionar que dos de ellos establecen una relación de amor intersexual para comprender que no nos encontramos frente a los bustos parlantes de siempre. pero es que además, todos ellos, incluido Ricardo Darín en el papel de un padre desbordado por las veleidades de las hormonas, están esculpidos con una precisión milimétrica extensible a la labor de dirección. Puenzo no sólo extrae de sus actores unas excelentes interpretaciones sino que las pone en escena con una planificación madura donde cada fotograma está cargado de sentido, en parte, gracias a la onírica dirección de fotografía de Natasha Braier (En la Ciudad de Silvia), capaz de generar claustrofobia en un entorno asociado tradicionalmente a la libertad como es el mar abierto.

El problema está en que XXY, aún con todas sus virtudes, dista bastante de ser una película perfecta, y emulando un poco el devenir de su personaje protagonista, acusa el envite de un cierto conflicto de identidad. Me refiero a que, mientras la trama principal protagonizada por Efron y Piroyanski funciona a las mil maravillas como consecuencia de todo lo anterior, y sobre todo, de unos diálogos muy acertados, densos e impredecibles, la manera en la que Puenzo retrata el mundo de los adultos ve lastrado su interés como consecuencia de un exceso de personajes innecesarios, de un tono tal vez demasiado solemne y, en especial, de cierta tendencia a la obviedad metafórica difícilmente conciliable con la delicadeza expositiva del resto de la historia. El momento en el que la madre de Inés Efron corta una zanahoria en rodajas con violencia y termina dañándose un dedo, es tal vez el ejemplo más claro de lo que digo. En cualquier caso, este tipo de atavismos no saturan al espectador, como ocurre casi siempre en el cine de ámbito hispano, ni suponen un obstáculo serio para el disfrute de una película valiente y distinta que, en lo personal, me ha reconciliado con el cine argentino. Esperemos que haya más como ella y no sea, como las personas intersexuales, una entre quinientas.

"XXY": La sexualidad era esto

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
miércoles, 26 de marzo de 2008, 02:37 h (CET)
Existen películas convencionales protagonizadas por personajes raros (casi todas las de superhéroes), películas raras protagonizadas por personajes convencionales (las de Aki Kaurismäki, por ejemplo) y también, aunque no sean las más frecuentes, películas raras protagonizadas por personajes raros. XXY, dirigida por Lucía Puenzo, hija de Luis Puenzo, ganador del Oscar a la mejor película extranjera 1985 por La Historia Oficial, encaja a la perfección en esta última categoría.

La película es rara por varios motivos: en primer lugar, no resulta en absoluto frecuente encontrar propuestas tan personales e innovadoras en las fronteras del habitualmente pasteloso cine argentino, en segundo lugar, pocas veces una ópera prima muestra un equilibrio tan sólido entre planteamientos éticos y ejecución estética, y en tercer lugar, muchas menos veces aún aborda el séptimo arte temáticas tan espinosas como la que nos ocupa sin caer en el sensacionalismo, el ternurismo, el tremendismo, o cualquier otro “ismo” de escasa sutileza. En cuanto a los personajes, basta con mencionar que dos de ellos establecen una relación de amor intersexual para comprender que no nos encontramos frente a los bustos parlantes de siempre. pero es que además, todos ellos, incluido Ricardo Darín en el papel de un padre desbordado por las veleidades de las hormonas, están esculpidos con una precisión milimétrica extensible a la labor de dirección. Puenzo no sólo extrae de sus actores unas excelentes interpretaciones sino que las pone en escena con una planificación madura donde cada fotograma está cargado de sentido, en parte, gracias a la onírica dirección de fotografía de Natasha Braier (En la Ciudad de Silvia), capaz de generar claustrofobia en un entorno asociado tradicionalmente a la libertad como es el mar abierto.

El problema está en que XXY, aún con todas sus virtudes, dista bastante de ser una película perfecta, y emulando un poco el devenir de su personaje protagonista, acusa el envite de un cierto conflicto de identidad. Me refiero a que, mientras la trama principal protagonizada por Efron y Piroyanski funciona a las mil maravillas como consecuencia de todo lo anterior, y sobre todo, de unos diálogos muy acertados, densos e impredecibles, la manera en la que Puenzo retrata el mundo de los adultos ve lastrado su interés como consecuencia de un exceso de personajes innecesarios, de un tono tal vez demasiado solemne y, en especial, de cierta tendencia a la obviedad metafórica difícilmente conciliable con la delicadeza expositiva del resto de la historia. El momento en el que la madre de Inés Efron corta una zanahoria en rodajas con violencia y termina dañándose un dedo, es tal vez el ejemplo más claro de lo que digo. En cualquier caso, este tipo de atavismos no saturan al espectador, como ocurre casi siempre en el cine de ámbito hispano, ni suponen un obstáculo serio para el disfrute de una película valiente y distinta que, en lo personal, me ha reconciliado con el cine argentino. Esperemos que haya más como ella y no sea, como las personas intersexuales, una entre quinientas.

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