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Un poema de Esther Videgain

El payaso de las almas angustiadas por la pérdida de la vida

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La alegría se aproxima lentamente,
con un positivo caminar avanza aquel joven...
hombre de día y payaso de noche.

Juan se llama,
todas las tardes al caer la noche,
va al hospital de los tormentos que roban la dulce inocencia.

Tres veces llama a la puerta,
con los fuertes bonachones nudillos golpea con entusiasmo la madera blanca,
"toc-toc, se puede pasar amiguitos".

Se postra ante el triste ataúd despierto,
en aquella fría habitación, dos camas con el dolor de las sonrisas borradas,
esas regaladas bajo la presión del sino al avaro mal de la astuta enfermedad roba vidas.

Con la nariz bien roja,
del plástico más lujoso por el cambio de las sonrisas invertidas de aquellos dos ángeles niños,
"hola, me llamo Juan. Hombre de día y payaso de noche".

La mamá del más mayor sutilmente sonríe...
nuestro payaso la mira profundamente y le dice con voz profunda por la sabiduría de aquel que conoce el alma:
"qué quiere usted, risa o llanto".

La buena señora enmascara tragedia,
mira de reojo a su indefenso retoño,
"hombre, ya que estás aquí... un poco de risa".

Le mira a sus tristes retinas,
Juan observa el pesar en sus ojos de luto oscuro,
"sólo a cambio de dos besos".

Se aproxima a ella y le da dos en sus dulces mejillas,
desteñidas ya por el amargo agua podrida,
por este vil tormento de ver a su niño con el alma y el espíritu casi dormido en vida.

Juan mira a los dos inocentes,
empieza el espectáculo... las risas de los dos jóvenes menores alegran el frío ambiente,
nuestro corazón cambia hacía el latido del compás más rápido que el lento llanto del mal tormento.

El abuelo del más pequeño también se ríe de nuevo contento por unos minutos,
el animador de ánimas ha cambiado el llanto de la sonrisa suciamente invertida por la nueva y bella risa, dos nuevos ángeles tumban a los demonios del sufrimiento...
"Me llamo Juan, hombre de día y payaso de noche".

El abuelo, al terminar la falsa alegría que tanto oculta y enmascara el lamento,
tan solo quince minutos eternos, pregunta con la sinceridad puesta en el corazón:
"qué te debo".

Juan le sonríe,
"nada, sólo págame con un fuerte abrazo. Debo de apurarme, tengo a más inocentes que salvar de su cruel tormento por el cuarto de hora de este don que me han regalado",
se va y apaga la luz... es ya de noche y han subido las estrellas.

Termina esta mágica velada,
nuestro payaso se va muy contento del hospital,
tiene su saco lleno de besos y de dulces abrazos.

Al llegar el alba del amanecer,
colgará su disfraz y contará las ganancias del día... diez mil besos y cinco mil tiernos abrazos...
"Me llamo Juan, hombre de día y payaso de noche".

El payaso de las almas angustiadas por la pérdida de la vida

Un poema de Esther Videgain
Esther Videgain
miércoles, 19 de agosto de 2015, 08:37 h (CET)
La alegría se aproxima lentamente,
con un positivo caminar avanza aquel joven...
hombre de día y payaso de noche.

Juan se llama,
todas las tardes al caer la noche,
va al hospital de los tormentos que roban la dulce inocencia.

Tres veces llama a la puerta,
con los fuertes bonachones nudillos golpea con entusiasmo la madera blanca,
"toc-toc, se puede pasar amiguitos".

Se postra ante el triste ataúd despierto,
en aquella fría habitación, dos camas con el dolor de las sonrisas borradas,
esas regaladas bajo la presión del sino al avaro mal de la astuta enfermedad roba vidas.

Con la nariz bien roja,
del plástico más lujoso por el cambio de las sonrisas invertidas de aquellos dos ángeles niños,
"hola, me llamo Juan. Hombre de día y payaso de noche".

La mamá del más mayor sutilmente sonríe...
nuestro payaso la mira profundamente y le dice con voz profunda por la sabiduría de aquel que conoce el alma:
"qué quiere usted, risa o llanto".

La buena señora enmascara tragedia,
mira de reojo a su indefenso retoño,
"hombre, ya que estás aquí... un poco de risa".

Le mira a sus tristes retinas,
Juan observa el pesar en sus ojos de luto oscuro,
"sólo a cambio de dos besos".

Se aproxima a ella y le da dos en sus dulces mejillas,
desteñidas ya por el amargo agua podrida,
por este vil tormento de ver a su niño con el alma y el espíritu casi dormido en vida.

Juan mira a los dos inocentes,
empieza el espectáculo... las risas de los dos jóvenes menores alegran el frío ambiente,
nuestro corazón cambia hacía el latido del compás más rápido que el lento llanto del mal tormento.

El abuelo del más pequeño también se ríe de nuevo contento por unos minutos,
el animador de ánimas ha cambiado el llanto de la sonrisa suciamente invertida por la nueva y bella risa, dos nuevos ángeles tumban a los demonios del sufrimiento...
"Me llamo Juan, hombre de día y payaso de noche".

El abuelo, al terminar la falsa alegría que tanto oculta y enmascara el lamento,
tan solo quince minutos eternos, pregunta con la sinceridad puesta en el corazón:
"qué te debo".

Juan le sonríe,
"nada, sólo págame con un fuerte abrazo. Debo de apurarme, tengo a más inocentes que salvar de su cruel tormento por el cuarto de hora de este don que me han regalado",
se va y apaga la luz... es ya de noche y han subido las estrellas.

Termina esta mágica velada,
nuestro payaso se va muy contento del hospital,
tiene su saco lleno de besos y de dulces abrazos.

Al llegar el alba del amanecer,
colgará su disfraz y contará las ganancias del día... diez mil besos y cinco mil tiernos abrazos...
"Me llamo Juan, hombre de día y payaso de noche".

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