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“En la actualidad la gente sólo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos.” Mahadma Gandhi

¿Terrorismo callejero en Salou?

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Uno de los temas que en estos días sigue estando en el candelero es, sin duda, el de la inmigración. La masiva corriente de inmigrantes que desde África (Libia) o a través de los países árabes del Este, incluyendo Turkia, que intentan por todos los medios entrar en Europa, para dirigirse a las distintas naciones que forman la UE; vienen constituyendo una de las preocupaciones más perentorias, tanto para las autoridades de los países por los que intentan discurrir para llegar a sus países de destino, como para aquellas naciones que se encuentran agobiadas por la llegada de verdaderas avalanchas de migrantes que intentan encontrar asilo en ellas, buscando refugio, protección y trabajo; huyendo de sus países de origen en los que las guerras, el terrorismo o las hambrunas hacen imposible seguir residiendo en ellas.

El Parlamento Europeo ha hecho tímidos intentos de evitar que las turbas de emigrantes procedentes de Asia o de África, sigan colapsando a países como Italia o Grecia, a la vez que intentan parar la gran mortalidad que se produce en la travesía del Mediterráneo, en frágiles embarcaciones atestadas de emigrantes, sin que reúnan las condiciones de seguridad y navegabilidad precisas para garantizarles una travesía segura. En lo que va de este año ya se calcula que, los muertos en el mar por causa de la emigración incontrolada, ya superan las 2.000 personas; entre las cuales hay una gran cantidad de menores que no han podido superara la prueba. Las mafias han aprovechado las bonanzas del verano para seguir esquilmando a los infelices, que no dudan en dar todo lo que tienen, para conseguir embarcarse en una de estas frágiles embarcaciones, impulsados por el afán de encontrar un lugar en Europa, en el que poder vivir en paz.

España, por su cuenta, ya viene, desde hace años, siendo uno de los destinos preferidos para aquellos que huyen de los países africanos para buscar una vida mejor entre nosotros. Las fronteras de Ceuta y Melilla vienen siendo los puntos calientes de estas emigraciones, donde se producen los incidentes más graves entre aquellos que pretenden entrar, sin tener los papeles necesarios, y las fuerzas de seguridad que se las ven y se las desean para intentar, de la manera menos violenta posible, detener las oleadas que nos llegan desde Marruecos. Recordamos la regularización de los “sinpapeles” llevada a cabo por el ministro socialista de Trabajo, en tiempos de Zapatero, el señor Caldera, que supuso que varios millones de indocumentados adquirieran la nacionalidad española y pasaran a disfrutar de todas las ventajas de la medicina social y de la Seguridad Social, de las que gozaban el resto de españoles oriundos.

En Catalunya existen ciudades donde prácticamente están ocupadas, mayoritariamente, por estos inmigrantes, que tienen reconocidos los mismos derechos que el resto de ciudadanos españoles. Existen casos en que, los recién llegados, han conseguido integrarse sin problemas con el resto de ciudadanos; los hay en que, esta integración, por razones religiosas o culturales, ha sido más difícil y se tarda más tiempo y, finalmente, existen otras situaciones en las que los inmigrantes forman grupos, guettos, barriadas en las que se acumulan, en las que imponen sus leyes y no les importa apartarse de las normas, las leyes y las reglas vigentes para el resto de españoles. Hay que decir que, en general, los españoles somos gentes hospitalarias, amables con los recién llegados y predispuestos a aceptarlos como vecinos siempre que exista una clara voluntad, por parte de aquellos, de integrarse y aceptar el modus vivendi, de aquellos que los reciben.

Sin embargo, cuando entran unos nuevos gestores, cuando los municipios son gobernados por partidos políticos partidarios de aflojar las reglas, de facilitar actividades que rozan la ilegalidad; que anteponen las libertades a la seguridad de los ciudadanos o ceden ante comportamientos violentos; entonces se producen hechos como los que han protagonizado mil quinientos senegaleses residentes en la ciudad turística de Salou, muchos de los cuales viven en la marginación ejerciendo actividades, en algunas ocasiones consentidas y no debidamente fiscalizadas por los poderes públicos y que, no obstante, pueden resultar molestas, perjudiciales y no toleradas por aquellos comerciantes que pagan sus impuestos y sus tasas para mantener abiertos sus establecimientos. Los manteros son una de esas lacras habitualmente practicadas por estos inmigrantes, cuyo ejercicio en los lugares céntricos de la ciudad o en las mismas playas, llevan anejas consecuencias perjudiciales para los comercios, que ven como sus artículos son comprados, a precios más bajos, por lo que deberían ser sus clientes.

Esto ha sucedido en Salou cuando la policía irrumpió en un piso de manteros y uno de ellos, cuando intentó escaparse pasando a otro balcón, se escurrió, cayendo a la calle desde una altura suficiente para producirle la muerte. Un hecho fortuito, lamentable pero sólo achacable a la persona que quiso librarse de ser detenido por una actividad ilícita. La reacción de los senegaleses, quizá pensando que, en España, se puede actuar como lo hacen en su país africano, saltándose las leyes, los reglamentos, los cauces legales y, especialmente mostrándose agresivos, lanzando objetos contundentes y creando una situación de inseguridad en las calles de la ciudad, que apenas ha podido ser contenida por la fuerza pública ya que el propio cónsul del Senegal, que quiso intervenir para poner paz, acabó huyendo por pies cuando fue expulsado por la multitud airada a fuerza de golpes. Una algarada semejante, en pleno mes de Agosto, en una ciudad eminentemente turística abarrotada de visitantes, no es una simple manifestación callejera, una protesta civilizada o una pelea de cafetín; no, no señores, es una excusa para que la prensa extranjera, como ocurrió en Magaluf, en Mallorca, cargue los tintas de la crítica, magnifique los sucesos y acabe recomendando, a los ciudadanos de sus países, que dejen de visitar nuestro país.

Muchas veces me he referido al tema de la inmigración y también he denunciado el peligro de que se les permitan ciertas prácticas que, en sus países de origen, acaso se vean bien y estén permitidas, pero que en nuestra nación, en la CE, nunca debieran de ser admitidas. La legislación debiera contemplar, en estos casos u otros parecidos, la posibilidad de repatriar a los que, haciendo caso omiso de nuestras leyes, pretendan imponernos sus costumbres, sus religiones o sus prácticas, cuando éstas sean contrarias a las nuestras y puedan constituir un peligro para una convivencia pacífica.

Lo de Salou no es más que un relajamiento de la autoridad, consecuencia de una permisividad, una tolerancia y una condescendencia que durante años se ha venido teniendo con los top manta de modo que, su actividad, ha llegado a ser contemplada como algo normal, incluso conveniente, que permite adquirir gangas a los ciudadanos; sin tener en cuenta que existen personas, comerciantes o restauradores que ven perjudicadas sus operaciones de venta por unos señores que venden a más bajo precio por no tener que pagar los impuestos correspondientes. Una situación que, como se ha visto, ha podido tener consecuencias muy graves si, como era muy posible que ocurriera, se hubiera producido en las confrontaciones alguna clase de víctimas.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, pensamos que toda tolerancia tiene sus límites y que el mantenimiento de la ley nunca debe dar lugar a que haya quien piense que puede saltársela con impunidad. O eso o el caos.

¿Terrorismo callejero en Salou?

“En la actualidad la gente sólo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos.” Mahadma Gandhi
Miguel Massanet
lunes, 17 de agosto de 2015, 07:37 h (CET)
Uno de los temas que en estos días sigue estando en el candelero es, sin duda, el de la inmigración. La masiva corriente de inmigrantes que desde África (Libia) o a través de los países árabes del Este, incluyendo Turkia, que intentan por todos los medios entrar en Europa, para dirigirse a las distintas naciones que forman la UE; vienen constituyendo una de las preocupaciones más perentorias, tanto para las autoridades de los países por los que intentan discurrir para llegar a sus países de destino, como para aquellas naciones que se encuentran agobiadas por la llegada de verdaderas avalanchas de migrantes que intentan encontrar asilo en ellas, buscando refugio, protección y trabajo; huyendo de sus países de origen en los que las guerras, el terrorismo o las hambrunas hacen imposible seguir residiendo en ellas.

El Parlamento Europeo ha hecho tímidos intentos de evitar que las turbas de emigrantes procedentes de Asia o de África, sigan colapsando a países como Italia o Grecia, a la vez que intentan parar la gran mortalidad que se produce en la travesía del Mediterráneo, en frágiles embarcaciones atestadas de emigrantes, sin que reúnan las condiciones de seguridad y navegabilidad precisas para garantizarles una travesía segura. En lo que va de este año ya se calcula que, los muertos en el mar por causa de la emigración incontrolada, ya superan las 2.000 personas; entre las cuales hay una gran cantidad de menores que no han podido superara la prueba. Las mafias han aprovechado las bonanzas del verano para seguir esquilmando a los infelices, que no dudan en dar todo lo que tienen, para conseguir embarcarse en una de estas frágiles embarcaciones, impulsados por el afán de encontrar un lugar en Europa, en el que poder vivir en paz.

España, por su cuenta, ya viene, desde hace años, siendo uno de los destinos preferidos para aquellos que huyen de los países africanos para buscar una vida mejor entre nosotros. Las fronteras de Ceuta y Melilla vienen siendo los puntos calientes de estas emigraciones, donde se producen los incidentes más graves entre aquellos que pretenden entrar, sin tener los papeles necesarios, y las fuerzas de seguridad que se las ven y se las desean para intentar, de la manera menos violenta posible, detener las oleadas que nos llegan desde Marruecos. Recordamos la regularización de los “sinpapeles” llevada a cabo por el ministro socialista de Trabajo, en tiempos de Zapatero, el señor Caldera, que supuso que varios millones de indocumentados adquirieran la nacionalidad española y pasaran a disfrutar de todas las ventajas de la medicina social y de la Seguridad Social, de las que gozaban el resto de españoles oriundos.

En Catalunya existen ciudades donde prácticamente están ocupadas, mayoritariamente, por estos inmigrantes, que tienen reconocidos los mismos derechos que el resto de ciudadanos españoles. Existen casos en que, los recién llegados, han conseguido integrarse sin problemas con el resto de ciudadanos; los hay en que, esta integración, por razones religiosas o culturales, ha sido más difícil y se tarda más tiempo y, finalmente, existen otras situaciones en las que los inmigrantes forman grupos, guettos, barriadas en las que se acumulan, en las que imponen sus leyes y no les importa apartarse de las normas, las leyes y las reglas vigentes para el resto de españoles. Hay que decir que, en general, los españoles somos gentes hospitalarias, amables con los recién llegados y predispuestos a aceptarlos como vecinos siempre que exista una clara voluntad, por parte de aquellos, de integrarse y aceptar el modus vivendi, de aquellos que los reciben.

Sin embargo, cuando entran unos nuevos gestores, cuando los municipios son gobernados por partidos políticos partidarios de aflojar las reglas, de facilitar actividades que rozan la ilegalidad; que anteponen las libertades a la seguridad de los ciudadanos o ceden ante comportamientos violentos; entonces se producen hechos como los que han protagonizado mil quinientos senegaleses residentes en la ciudad turística de Salou, muchos de los cuales viven en la marginación ejerciendo actividades, en algunas ocasiones consentidas y no debidamente fiscalizadas por los poderes públicos y que, no obstante, pueden resultar molestas, perjudiciales y no toleradas por aquellos comerciantes que pagan sus impuestos y sus tasas para mantener abiertos sus establecimientos. Los manteros son una de esas lacras habitualmente practicadas por estos inmigrantes, cuyo ejercicio en los lugares céntricos de la ciudad o en las mismas playas, llevan anejas consecuencias perjudiciales para los comercios, que ven como sus artículos son comprados, a precios más bajos, por lo que deberían ser sus clientes.

Esto ha sucedido en Salou cuando la policía irrumpió en un piso de manteros y uno de ellos, cuando intentó escaparse pasando a otro balcón, se escurrió, cayendo a la calle desde una altura suficiente para producirle la muerte. Un hecho fortuito, lamentable pero sólo achacable a la persona que quiso librarse de ser detenido por una actividad ilícita. La reacción de los senegaleses, quizá pensando que, en España, se puede actuar como lo hacen en su país africano, saltándose las leyes, los reglamentos, los cauces legales y, especialmente mostrándose agresivos, lanzando objetos contundentes y creando una situación de inseguridad en las calles de la ciudad, que apenas ha podido ser contenida por la fuerza pública ya que el propio cónsul del Senegal, que quiso intervenir para poner paz, acabó huyendo por pies cuando fue expulsado por la multitud airada a fuerza de golpes. Una algarada semejante, en pleno mes de Agosto, en una ciudad eminentemente turística abarrotada de visitantes, no es una simple manifestación callejera, una protesta civilizada o una pelea de cafetín; no, no señores, es una excusa para que la prensa extranjera, como ocurrió en Magaluf, en Mallorca, cargue los tintas de la crítica, magnifique los sucesos y acabe recomendando, a los ciudadanos de sus países, que dejen de visitar nuestro país.

Muchas veces me he referido al tema de la inmigración y también he denunciado el peligro de que se les permitan ciertas prácticas que, en sus países de origen, acaso se vean bien y estén permitidas, pero que en nuestra nación, en la CE, nunca debieran de ser admitidas. La legislación debiera contemplar, en estos casos u otros parecidos, la posibilidad de repatriar a los que, haciendo caso omiso de nuestras leyes, pretendan imponernos sus costumbres, sus religiones o sus prácticas, cuando éstas sean contrarias a las nuestras y puedan constituir un peligro para una convivencia pacífica.

Lo de Salou no es más que un relajamiento de la autoridad, consecuencia de una permisividad, una tolerancia y una condescendencia que durante años se ha venido teniendo con los top manta de modo que, su actividad, ha llegado a ser contemplada como algo normal, incluso conveniente, que permite adquirir gangas a los ciudadanos; sin tener en cuenta que existen personas, comerciantes o restauradores que ven perjudicadas sus operaciones de venta por unos señores que venden a más bajo precio por no tener que pagar los impuestos correspondientes. Una situación que, como se ha visto, ha podido tener consecuencias muy graves si, como era muy posible que ocurriera, se hubiera producido en las confrontaciones alguna clase de víctimas.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, pensamos que toda tolerancia tiene sus límites y que el mantenimiento de la ley nunca debe dar lugar a que haya quien piense que puede saltársela con impunidad. O eso o el caos.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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