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Tic, tac,
llegó la hora,
tic, tac,
a la hora bruja, ese don de poder poseer la luna.
Tic, tac,
el poder de la negociación sobre la absurda desidia de la ira,
tic, tac,
el cambio del rumbo de ese nuevo esperado día.
Tic, tac,
llegó la hora,
tic, tac,
se aproxima el fin de los negros eternos y malos tiempos.
Tic, tac,
último grano en el reloj de arena del desierto rojo sangrante,
tic, tac,
este nuevo acompañante en la buscada compañía del sonido Largo Andante mudo.
Tic, tac,
la calma por un grito del aplauso contento,
tic, tac,
las prisas de estos nuevos compases por el desentierro del sosiego en este antiguo reloj con su maquinaria oxidada en el viejo ayer...
Tic, tac,
tic, tac...
llegó la hora del necesario y sin embargo dolido cierre de este telón de seda fuerte,
cedo este compás de mis manecillas al que sepa vivir sin aquellas prisas de quien anda de puntillas sin querer apreciar el regalo de esta disparatada vida.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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