Todos los partidos parecen estar de acuerdo en que es necesario reformar la Constitución Española, ya saben, “el candado del 78” como dicen los “podemitas”; y yo también, aunque fuese uno de los protagonistas menores en forjar dicho candado.
Unos querrán que se consulte directamente al pueblo qué es lo que hay que cambiar y otros, los más, confiarán en que los futuros parlamentarios, como representantes indirectos de la ciudadanía, sean los que realicen dicha reforma.
No voy a entrar hoy en la necesidad o no de transformar el régimen soberano de la nación, o sea, si seguimos con la Monarquía Parlamentaria o sometemos a consulta la instauración de la III República; este tema se puede dejar para cuando un servidor no esté en el mundo de los vivos.
Una pista importante sería que los futuros parlamentarios en lugar de salir en la tele y dar mítines para los suyos, se den una vuelta por bares y cafeterías de barrios para saber, de primera mano, lo que piensa el pueblo en las pequeñas y diferentes tertulias que se forman alrededor de una cerveza o un tinto; podrían llevarse las manos a la cabeza al escuchar lo que en realidad siente y dice la ciudadanía, en la intimidad de la amistad, sobre el Estado de las Autonomías, las diecisiete banderas e himnos, defensores de pueblos, distintos sistemas económicos, para qué hablar sobre la educación, justicia o sanidad, y para colmo el hecho de que aquel dicho de “agua que no has de beber, déjala correr” se ha convertido en pura viruta, y no creerse que porque el río tal nace en determinado territorio es de su exclusiva propiedad.
Rajoy también se ha apuntado a la reforma, faltaría más; pero de los de la “casta”, es Pedro Sánchez el que lo tiene más claro, a saber: que en la Constitución aparezca con nitidez el hecho diferenciado de Cataluña a través de un federalismo asimétrico, o sea desigual en derechos y que confirme que existen Comunidades de primera, segunda y de tercera.
“Es la economía, estúpido” es la frase más certera que se ha dicho sobre política en el mundo; pues eso, todos por igual: lo que quiere decir que se acabe de una vez con los sistemas forales del País Vasco y Navarra, y no que se intente colocar en ese “paraíso” fiscal a Cataluña.
Pobres, pero dignos como nadie los andaluces, extremeños, castellanos, etc., no vamos a pasar por el arco de la indignidad; aunque sí por abolir la disposición constitucional por la que Navarra, si los navarricos lo desean, pueda formar parte de Euskadi.
Después, si lo desean, le meten mano a lo del Senado que es “pecata minuta”; lo importante, ya saben, la igualdad económica pues todos somos ramas de un mismo tronco.