Ser de derechas, conservador e incluso reaccionario, llámenlo como ustedes gusten, no tiene porqué estar reñido con la cautela y la discreción. Consciente como soy de mi supina ignorancia en esas lides, quiero creer que las opciones políticas en una democracia consolidada como la nuestra, ya sean de un color o de otro, se corresponden a una manera de hacer las cosas distinta en todos los casos pero siempre poniendo por delante de cualquier decisión, por insignificante que ésta sea, el derecho inalienable del individuo al que representan o van a representar.
Que hay excepciones, nadie lo duda, y en verdad que han causado muchísimo daño, no sólo al crédito de sus formaciones sino también sobre el ánimo de aquellos que les confiaron su voto creyendo que serviría para mejorar una situación a todas luces descorazonadora.
Y dicho esto, no se me ocurre otra cosa que preguntarme qué le costaba a la señora diputada del Partido Popular y vicepresidenta segunda de la Cámara canaria, una tal Cristina Tavío, matizar su respuesta en Twitter o inhibirse de entrar a saco de la conversación si no se veía capaz de contemporizar mínimamente con aquellos a los que la crisis ha afectado de un modo tan severo como inmisericorde.
No me cabe la menor duda de que a la señora Tavío también le parecen una mierda esos sueldos de trescientos cincuenta euros al mes. Con lo que ella cobra como diputada regional, me sorprendería sobremanera de que no fuese así. Pero también creo que hay otras formas más discretas de explicar una situación a todas luces descorazonadora para tantos. De lo contrario, pienso que Mariano Rajoy no se habría atrevido a culpar de la debacle de mayo directamente a sus “barones” territoriales, por no haber sabido trasladar al electorado la importancia de llevar a cabo el difícil compromiso adquirido por la formación a nivel nacional.