Me viene a la memoria el libro de Víctor E. Frankl: “El hombre en busca de sentido”, cuando explicaba en sus páginas que les habían privado de todas las libertades externas del hombre, en aquellos terribles campos de concentración nazis, pero había algo que nadie les podía arrebatar por más que quisieran: su vida interior, su imaginación, su capacidad de evadirse con sus pensamientos y que esa era la libertad más preciada que tenían los hombres privados de todo lo que a primera vista parece poseer la persona.
Esa libertad interior, libertad para pensar, para seguir siendo personas frente a esa situación tan cruel y adversa, les hacía continuar viviendo. Explicaba también el Dr. Frankl, la “muerte” de algunas personas antes de morir, la muerte de esas personas-verdugo que dejaban de ser personas al confundir la libertad externa con la libertad interna, ignoraban la libertad “in-irrebatible” interior. Nos habla de los hombres cadáveres, aquellos hombres que, incapaces de encontrarse a sí mismos, perdían día a día su vida.
Por eso, en lo referente a la dignidad moral, el lenguaje posee expresiones como “no seas animal”, “te comportas como un animal”, para referirse a acciones impropias de las personas, impropias de la elevada dignidad de la persona e incoherentes con su significado.
Es verdad que la persona puede autodestruirse con sus actos, puede disminuir su dignidad como persona; pero no deja de ser persona (ella reside en el ‘ser’) cuando actúa en contra de la propia dignidad o la dignidad de los demás. De ahí las posibilidades de recomenzar una nueva vida y de reinserción que una sociedad moderna es preciso que pueda ofrecer a todos.
Para acabar, recordemos que la dignidad moral de la persona se auto-construye con el propio obrar. Ese es el gran reto de la humanidad de ayer y de hoy. Esa es la gran esperanza. El hombre y la mujer se perfeccionan en la medida que intentan acercarse a la elevada dignidad de su propia persona y actúan como tal en cada una de sus obras.
Esta labor de cada uno, hace “fermentar” el ambiente llenándolo de humanidad. Es una tarea cotidiana, de paciente artesano, a menudo con pequeños y escondidos detalles de entrega y servicio a los demás. En todo caso, nos animaremos unos a otros a buscar prosperidad y paz, con plenitud de dignidad, mirando de tejas hacia arriba, con la alegría de sabernos íntimamente muy queridos.