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O cuando los cadáveres obtenidos miden la hombría

Caza: Cañones largos para... éticascortas

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Verse ante el espejo, no encontrar la hombría allí donde y como algunos la entienden y tapar la desnudez que acompleja con ropa de camuflaje y rellenos de acero.

Mirar a los ojos de la gente común, no descubrir admiración según la anhela la depravación y buscar entonces en la barra de un bar de carretera la envidia de otros que se apoyaron en ella por los mismos motivos y con idéntica indumentaria.

Encontrar a la víctima más indefensa para ejercer la violencia de especie dentro del matrimonio con la ley, y a veces, cuando la sed de sentirse poderoso es ya incontenible, también fuera de él. O en aquellos lugares donde todo es posible si se tiene dinero para pagar su precio.

Reírse del sufrimiento ajeno sin una sola carcajada en la mirada. Cualquier trastornado, hasta el más cobarde, incluso el más cruel puede mover a voluntad los músculos de su boca para fingir hacia afuera, pero no podrá impedir que a través de sus ojos asomen las patologías que carga dentro de sí.

Lo llaman deporte pero uno de los que participan jamás eligió intervenir.

Llenan el maletero de sus coches de cadáveres y dicen que es sostenibilidad y conservación.

Aman disparando y respetan acuchillando cuando ya no puede defenderse al objeto de su respeto y de su amor.

Y en el paroxismo de la perversión se fotografían sosteniendo la cabeza de sus muertos con las manos o con un palo, mientras vuelven a sonreír, más que nunca, como lo hace cualquier psicópata una vez consumado su crimen.

Los he tenido reunidos y sentados cerca varias veces. Fanfarronean y a menudo acaban discutiendo. Pasan de presumir de cómo burlaron al Seprona a enfrentarse porque mis perros son mejores y los tuyos no valen “ni para tomar por culo”. Y en su mesa, aun con tanto ponerlas encima a ver cuál la tiene más grande, no se ve más que vasos, tabaco y móviles.

En el suelo la sangre de sus víctimas, incluida la de sus perros. Los malos porque no servían y los buenos porque se hicieron viejos, se hirieron o se pusieron enfermos, y charcos de testosterona de cazador, inestimable caldo de cultivo para las conclusiones del profesor Rojas Marcos, pero ellos prefieren leer los artículos de Caza y Safaris o el foro de club-caza.com. Allí, entre iguales, los espejos son como el de la bruja de Blancanieves, la hombría se mide en centímetros de cañón y se pesa en kilos de verraco. Y atarse los machos, expresión taurina, lo mismo significa para unos torturar hasta la muerte a un toro que tirar del nudo corredizo para otros y ahorcar a un galgo, o empaquetar la cabeza de un león.

Por cierto, del foro de club-caza.com es este mensaje (textual), en un hilo acerca del león Cecil:

“Hasta los mismísimos coj…….. de la notia del Leon,solo aprovechada por los medios de comunicación y los ecologistas para su objetivo, HACER DAÑO al colectivo sea como sea,que se preocupen de los niños que mueren en ese país y se dejen de milongas. Ya esta bien de aguantar estos ataques,donde están las Federaciones de caza,!!a, no!!!!!!!!!!que ese no es su trabajo!!!!!!!Que artura de ataques y que panda de vividores defendiéndonos”.

Cuesta leerlo, lo sé, pero he querido copiarlo tal cual está.

En España se sienten a gusto. Les respalda la ley, hasta cuando se la saltan, y desde reyes hasta parados pasando por dentistas, ministros y banqueros, encuentran bares donde beber alcohol antes de cazar y donde pedir otra botella después. Eso sí, han puesto plásticos en el maletero, que la sangre que no mancha conciencias echa a perder tapicerías.

Cazador: individuo que tejiendo su hombría con la cobardía y la crueldad se ve siempre desnudo. Y vuelve a matar.

Y no olvidemos que el que caza raposos en Ourense de poder hacerlo mataría leones en Zimbabwe. Diferenciándoles el dinero les iguala el placer que sienten al matar.

Caza: Cañones largos para... éticascortas

O cuando los cadáveres obtenidos miden la hombría
Julio Ortega Fraile
martes, 4 de agosto de 2015, 09:20 h (CET)
Verse ante el espejo, no encontrar la hombría allí donde y como algunos la entienden y tapar la desnudez que acompleja con ropa de camuflaje y rellenos de acero.

Mirar a los ojos de la gente común, no descubrir admiración según la anhela la depravación y buscar entonces en la barra de un bar de carretera la envidia de otros que se apoyaron en ella por los mismos motivos y con idéntica indumentaria.

Encontrar a la víctima más indefensa para ejercer la violencia de especie dentro del matrimonio con la ley, y a veces, cuando la sed de sentirse poderoso es ya incontenible, también fuera de él. O en aquellos lugares donde todo es posible si se tiene dinero para pagar su precio.

Reírse del sufrimiento ajeno sin una sola carcajada en la mirada. Cualquier trastornado, hasta el más cobarde, incluso el más cruel puede mover a voluntad los músculos de su boca para fingir hacia afuera, pero no podrá impedir que a través de sus ojos asomen las patologías que carga dentro de sí.

Lo llaman deporte pero uno de los que participan jamás eligió intervenir.

Llenan el maletero de sus coches de cadáveres y dicen que es sostenibilidad y conservación.

Aman disparando y respetan acuchillando cuando ya no puede defenderse al objeto de su respeto y de su amor.

Y en el paroxismo de la perversión se fotografían sosteniendo la cabeza de sus muertos con las manos o con un palo, mientras vuelven a sonreír, más que nunca, como lo hace cualquier psicópata una vez consumado su crimen.

Los he tenido reunidos y sentados cerca varias veces. Fanfarronean y a menudo acaban discutiendo. Pasan de presumir de cómo burlaron al Seprona a enfrentarse porque mis perros son mejores y los tuyos no valen “ni para tomar por culo”. Y en su mesa, aun con tanto ponerlas encima a ver cuál la tiene más grande, no se ve más que vasos, tabaco y móviles.

En el suelo la sangre de sus víctimas, incluida la de sus perros. Los malos porque no servían y los buenos porque se hicieron viejos, se hirieron o se pusieron enfermos, y charcos de testosterona de cazador, inestimable caldo de cultivo para las conclusiones del profesor Rojas Marcos, pero ellos prefieren leer los artículos de Caza y Safaris o el foro de club-caza.com. Allí, entre iguales, los espejos son como el de la bruja de Blancanieves, la hombría se mide en centímetros de cañón y se pesa en kilos de verraco. Y atarse los machos, expresión taurina, lo mismo significa para unos torturar hasta la muerte a un toro que tirar del nudo corredizo para otros y ahorcar a un galgo, o empaquetar la cabeza de un león.

Por cierto, del foro de club-caza.com es este mensaje (textual), en un hilo acerca del león Cecil:

“Hasta los mismísimos coj…….. de la notia del Leon,solo aprovechada por los medios de comunicación y los ecologistas para su objetivo, HACER DAÑO al colectivo sea como sea,que se preocupen de los niños que mueren en ese país y se dejen de milongas. Ya esta bien de aguantar estos ataques,donde están las Federaciones de caza,!!a, no!!!!!!!!!!que ese no es su trabajo!!!!!!!Que artura de ataques y que panda de vividores defendiéndonos”.

Cuesta leerlo, lo sé, pero he querido copiarlo tal cual está.

En España se sienten a gusto. Les respalda la ley, hasta cuando se la saltan, y desde reyes hasta parados pasando por dentistas, ministros y banqueros, encuentran bares donde beber alcohol antes de cazar y donde pedir otra botella después. Eso sí, han puesto plásticos en el maletero, que la sangre que no mancha conciencias echa a perder tapicerías.

Cazador: individuo que tejiendo su hombría con la cobardía y la crueldad se ve siempre desnudo. Y vuelve a matar.

Y no olvidemos que el que caza raposos en Ourense de poder hacerlo mataría leones en Zimbabwe. Diferenciándoles el dinero les iguala el placer que sienten al matar.

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Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

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