Una vez leía un texto de Albert Einstein donde reflexionaba sobre la interpretación negativa que le asignamos a los cambios, además planteaba que el cambio es inherente al ser humano, y que para cambiar constantemente entramos en crisis, contemplando en nuestra mente la posibilidad de las oportunidades que nos brinda.
Nuestra mente se acomoda, se vuelve perezosa, buscando el autoperpetuarse, tanto es así que puede llegar a autoengañarnos, es decir, nos cuenta sus propias historias interesadas de una realidad que nos muestra como estática, generando en nosotros una reacción de alerta o incluso un estado emocional de miedo ante lo novedoso. Por así decirlo, creamos un mundo en el que nos encerramos como autoprotección. Inmersos en un diálogo interno interminable donde la realidad no siempre tiene cabida.
Bajo esta visión podríamos afirmar que el miedo es el principal freno al crecimiento personal, si bien esta respuesta de miedo está dirigida a cumplir una misión propia: salvaguardarnos, y en muchos momentos de nuestra vida, esta reacción es fundamental. Esta es una de las razones por las que interpretamos de manera negativa las situaciones que generan incertidumbre, detestamos las crisis. Jugando un papel crucial la propia cultura que nos encasilla bajo la visión de vivir toda nuestra vida en una constante guerra interior, pasando por la crisis de la adolescencia, la de los cuarenta, la de…
La propia raíz de la palabra crisis nos plantea una situación de cruce de caminos, un cambio de dirección, encontrándonos como en las culturas orientales la crisis es vista como una oportunidad. En la escritura china, la palabra crisis la conforman dos símbolos uno de ellos significa peligro, pero el otro corresponde a la oportunidad.
¿Qué nos sucede entonces? ¿por qué tendemos a quedarnos con el peligro, y no damos oportunidad a vislumbrar el cambio como un elemento enriquecedor?. Nuestras emociones reaccionan movidas por nuestras creencias y activan inmediatamente la sensación de peligro, situándonos en un constante discurrir de pensamientos que actúan como los árboles que no dejan ver el bosque y por ello nos perdemos, recuerdo ahora un párrafo del libro de la Buena Suerte de Alex Robira, que nos plantea que la oportunidad no es cuestión de suerte o azar: ¡siempre está ahí! Siendo nosotros los únicos responsables de ir a por ella, abrirnos a la oportunidad, al cambio sin miedos, percibiendo un sinfín de opciones a explorar, lo que influye en nuestra propia realidad. Contemplar la oportunidad significa conjugar mi percepción y mi pensamiento a estas posibles realidades, ¿te apuntas?.