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Pelayo López

'Soy leyenda': a la caza y captura de un papel a medida

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¿Qué tienen en común Bob Marley y la ciencia-ficción?. Si a alguien se le ocurre alguna otra relación… ya sabéis. De momento, la única que parece existir es esta adaptación cinematográfica de una novela cumbre de dicho género que se remonta a los años ’50 y que ya ha tenido, al menos, dos versiones anteriores con dispar resultado. Si en su día fueron Vincent Price y Charlton Heston los que se enfrentaron a una epopeya apocalíptica, el elegido de turno esta vez ha sido Will Smith. La forma física en la que se encuentra el ex Príncipe de Bel-Air es fácilmente identificable a través de una secuencia, lo que no queda ya tan claro, a lo largo del resto del metraje, es su acertada, o no, elección como protagonista. Aunque parece que le ha cogido el pulso a interpretar papeles con cierta carga dramática, algo que ya hizo con En busca de la felicidad, se puede asegurar que aún le queda por madurar alguna primavera más en el plano interpretativo. De momento, como héroe de acción está sobresaliente y como actor con múltiples registros insolvente.

No sabemos si este demérito es 100% suyo o si también ha tenido aportación propia el director de la película. ¡Y mucho nos tememos que ha sido así!. Francis Lawrence sigue “erre que erre” con el camino emprendido en Constantine y parece haberse decidido por no abandonar el carril del medio. ¡Ojo!. El disgusto en cuanto a su función lo limitamos a su dirección de actores, tanto en el caso de Keanu Reeves antes como ahora con Will Smith, ya que da la sensación haberla abandonado por completo en detrimento del juguete preferido de muchos directores actuales. En esta odisea, el actor negro tiene por compañera a una perra. ¡No me entendáis mal!. Una perra, perra. Curiosamente, el animal en cuestión lo borda y es que, además de hacerle compañía al protagonista en la más estricta soledad, ofrece también algunos de los momentos distendidos entre tanta desgracia individual y colectiva. La historia de un virus creado en laboratorios que acaba con la humanidad en el planeta no parece nada desproporcionado, y aquí es lo que sucede por culpa de Emma Thompson. Sí, la actriz británica es la científica que cree haber descubierto la panacea y que, sin embargo, derrama la muerte sobre el planeta. Dejando de lado algunas modificaciones puntuales respecto a la novela que entendemos como licencias de formato –como los vampiros que aquí parecen más mutantes o viajar de Los Ángeles a Nueva York para conseguir unos mayores impactos visuales-, lo cierto es que, contrastando los distintos apartados de la cinta y sus argumentos cinematográficos, las denotaciones negativas acaban aquí. ¡Bueno, no!. Porque alguna conversación con maniquís y el karaoke Shrek rozan el patetismo menos recomendable.

A pesar de no descargar adrenalina a cada fotograma como otras películas afines –léase la vinculada 28 días después o su secuela-, un ritmo a medio gas bien acompasado, junto a una duración acertada y justa, la convierten en una cinta de fácil visionado y enganche inmediato. Lo de la inmediatez se explica con una impresionante escena inicial que, salvo unos efectos especiales mejorables y algo decepcionantes sólo en este caso concreto, nos señalan ya la máxima del protagonista: supervivencia. Y la misma etiqueta se la podemos aplicar tanto al punto de inflexión argumental en el que el cazador pasa a ser la presa como al principio del fin, donde el científico se convierte en cobaya. A primera vista, y oído, hay que destacar unas megalómanas escenas de planos generales, donde destaca la destrucción de uno de los puentes más emblemáticos de la “city” en contraste con el día a día del protagonista jugando al golf o alquilando películas en un videoclub, y, sobre todo, unos efectos sonoros que bien podrían conseguir una nominación al Oscar por su nitidez en una cinta en la que la BSO únicamente por el omnipresente Bob Marley y fundamentalmente su Three little birds.

Si en otros títulos son necesarios para componer la historia, en este caso, los “flashbacks”, que rozan el sentimentalismo más duro a través de la vida personal del protagonista, podrían haberse omitido absolutamente puesto que reiteran la información que se nos ofrece a través de recortes de periódicos o grabaciones de informativos. La búsqueda constante de la solución redentora de nuestro “villano” convertido en “héroe”, él contribuye a la aniquilación con sus criticados experimentos militares, desemboca en una moralina religiosa absolutamente fuera de lugar únicamente explicable en el planteamiento de la confrontación entre ciencia y religión. Mientras espera durmiendo en la bañera como Kyle XY, Will Smith, que según se puede comprobar sí tiene ombligo, tendrá que seguir a la caza y captura de un papel a medida.

'Soy leyenda': a la caza y captura de un papel a medida

Pelayo López
Pelayo López
sábado, 16 de febrero de 2008, 03:14 h (CET)
¿Qué tienen en común Bob Marley y la ciencia-ficción?. Si a alguien se le ocurre alguna otra relación… ya sabéis. De momento, la única que parece existir es esta adaptación cinematográfica de una novela cumbre de dicho género que se remonta a los años ’50 y que ya ha tenido, al menos, dos versiones anteriores con dispar resultado. Si en su día fueron Vincent Price y Charlton Heston los que se enfrentaron a una epopeya apocalíptica, el elegido de turno esta vez ha sido Will Smith. La forma física en la que se encuentra el ex Príncipe de Bel-Air es fácilmente identificable a través de una secuencia, lo que no queda ya tan claro, a lo largo del resto del metraje, es su acertada, o no, elección como protagonista. Aunque parece que le ha cogido el pulso a interpretar papeles con cierta carga dramática, algo que ya hizo con En busca de la felicidad, se puede asegurar que aún le queda por madurar alguna primavera más en el plano interpretativo. De momento, como héroe de acción está sobresaliente y como actor con múltiples registros insolvente.

No sabemos si este demérito es 100% suyo o si también ha tenido aportación propia el director de la película. ¡Y mucho nos tememos que ha sido así!. Francis Lawrence sigue “erre que erre” con el camino emprendido en Constantine y parece haberse decidido por no abandonar el carril del medio. ¡Ojo!. El disgusto en cuanto a su función lo limitamos a su dirección de actores, tanto en el caso de Keanu Reeves antes como ahora con Will Smith, ya que da la sensación haberla abandonado por completo en detrimento del juguete preferido de muchos directores actuales. En esta odisea, el actor negro tiene por compañera a una perra. ¡No me entendáis mal!. Una perra, perra. Curiosamente, el animal en cuestión lo borda y es que, además de hacerle compañía al protagonista en la más estricta soledad, ofrece también algunos de los momentos distendidos entre tanta desgracia individual y colectiva. La historia de un virus creado en laboratorios que acaba con la humanidad en el planeta no parece nada desproporcionado, y aquí es lo que sucede por culpa de Emma Thompson. Sí, la actriz británica es la científica que cree haber descubierto la panacea y que, sin embargo, derrama la muerte sobre el planeta. Dejando de lado algunas modificaciones puntuales respecto a la novela que entendemos como licencias de formato –como los vampiros que aquí parecen más mutantes o viajar de Los Ángeles a Nueva York para conseguir unos mayores impactos visuales-, lo cierto es que, contrastando los distintos apartados de la cinta y sus argumentos cinematográficos, las denotaciones negativas acaban aquí. ¡Bueno, no!. Porque alguna conversación con maniquís y el karaoke Shrek rozan el patetismo menos recomendable.

A pesar de no descargar adrenalina a cada fotograma como otras películas afines –léase la vinculada 28 días después o su secuela-, un ritmo a medio gas bien acompasado, junto a una duración acertada y justa, la convierten en una cinta de fácil visionado y enganche inmediato. Lo de la inmediatez se explica con una impresionante escena inicial que, salvo unos efectos especiales mejorables y algo decepcionantes sólo en este caso concreto, nos señalan ya la máxima del protagonista: supervivencia. Y la misma etiqueta se la podemos aplicar tanto al punto de inflexión argumental en el que el cazador pasa a ser la presa como al principio del fin, donde el científico se convierte en cobaya. A primera vista, y oído, hay que destacar unas megalómanas escenas de planos generales, donde destaca la destrucción de uno de los puentes más emblemáticos de la “city” en contraste con el día a día del protagonista jugando al golf o alquilando películas en un videoclub, y, sobre todo, unos efectos sonoros que bien podrían conseguir una nominación al Oscar por su nitidez en una cinta en la que la BSO únicamente por el omnipresente Bob Marley y fundamentalmente su Three little birds.

Si en otros títulos son necesarios para componer la historia, en este caso, los “flashbacks”, que rozan el sentimentalismo más duro a través de la vida personal del protagonista, podrían haberse omitido absolutamente puesto que reiteran la información que se nos ofrece a través de recortes de periódicos o grabaciones de informativos. La búsqueda constante de la solución redentora de nuestro “villano” convertido en “héroe”, él contribuye a la aniquilación con sus criticados experimentos militares, desemboca en una moralina religiosa absolutamente fuera de lugar únicamente explicable en el planteamiento de la confrontación entre ciencia y religión. Mientras espera durmiendo en la bañera como Kyle XY, Will Smith, que según se puede comprobar sí tiene ombligo, tendrá que seguir a la caza y captura de un papel a medida.

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