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El humo ciega sus ojos

O Botafumeiro

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No creo que dejar la unidad de España en manos del apóstol Santiago sea una buena idea. Tal vez lo fuese en tiempos de los Reyes Católicos, no seré yo quien se atreva a poner eso en duda a estas alturas, pero a día de hoy una decisión de este calibre no tiene por dónde cogerse.

Francamente, me cuesta entender que un político joven como Alberto Núñez Feijóo se deje conducir con tanta naturalidad al huerto. La cantidad de sapos que se habrá tenido que tragar el desdichado para poder llegar a instalarse en el importante cargo institucional que ahora ocupa. Porque lo que yo tengo muy claro, aunque si no es así que el propio Feijóo no dude en desmentírmelo en cuanto pueda, es que el presidente de la Comunidad Autónoma Galega se aviene a interpretar esos paripés, como el del pasado sábado en la catedral compostelana, solamente porque un guión, que él no tan solo no ha escrito sino que del cual ni siquiera se le ha pedido opinión para redactarlo, lo exige.

En el rostro fruncido del Presidente, que algunos suelen comparar a menudo con el propio de un seminarista resabiado, se vislumbra mucho más de lo que su propietario desearía evidenciar. Solamente hay que echar un vistazo a las instantáneas tomadas por EFE durante el evento del sábado pasado, y que han sido publicadas por la mayoría de los periódicos afines o no a sus ideas políticas, para darse cuenta de que, indefectiblemente, así es.

La hipocresía no es, ni de lejos, el pecado más execrable que se puede llegar a cometer, pero sí el más corriente entre los feligreses de la Iglesia Católica. A ellos, más que a ningunos otros, se les puede aplicar el siguiente refrán: dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces.

O Botafumeiro

El humo ciega sus ojos
Francisco J. Caparrós
martes, 28 de julio de 2015, 07:53 h (CET)
No creo que dejar la unidad de España en manos del apóstol Santiago sea una buena idea. Tal vez lo fuese en tiempos de los Reyes Católicos, no seré yo quien se atreva a poner eso en duda a estas alturas, pero a día de hoy una decisión de este calibre no tiene por dónde cogerse.

Francamente, me cuesta entender que un político joven como Alberto Núñez Feijóo se deje conducir con tanta naturalidad al huerto. La cantidad de sapos que se habrá tenido que tragar el desdichado para poder llegar a instalarse en el importante cargo institucional que ahora ocupa. Porque lo que yo tengo muy claro, aunque si no es así que el propio Feijóo no dude en desmentírmelo en cuanto pueda, es que el presidente de la Comunidad Autónoma Galega se aviene a interpretar esos paripés, como el del pasado sábado en la catedral compostelana, solamente porque un guión, que él no tan solo no ha escrito sino que del cual ni siquiera se le ha pedido opinión para redactarlo, lo exige.

En el rostro fruncido del Presidente, que algunos suelen comparar a menudo con el propio de un seminarista resabiado, se vislumbra mucho más de lo que su propietario desearía evidenciar. Solamente hay que echar un vistazo a las instantáneas tomadas por EFE durante el evento del sábado pasado, y que han sido publicadas por la mayoría de los periódicos afines o no a sus ideas políticas, para darse cuenta de que, indefectiblemente, así es.

La hipocresía no es, ni de lejos, el pecado más execrable que se puede llegar a cometer, pero sí el más corriente entre los feligreses de la Iglesia Católica. A ellos, más que a ningunos otros, se les puede aplicar el siguiente refrán: dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces.

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