Ayer vi en la televisión una entrevista a Rafael Amargo y a una bailarina en la que el primero pronunció unas palabras que me emocionaron.
Parece que el bailarín llevó su espectáculo ante Gaddafi hace poco tiempo, y parece también que al dirigente libio le agradó bastante su baile. Según explicaba el artista, tras la actuación hubo momentos amenos que se alargaron y llevaron a una conversación distendida.
Tan distendida fue, que Amargo dijo que Gaddafi era una persona normal y que –y esto es lo que me impactó- “cuanto más importante y más alto está la gente, más normales y corrientes son”. Apoteósico.
Sobre todo porque Muammar al-Gaddafi es tan importante y está tan arriba porque el 1969, cuando Woodstock vivió el año del amor, aprovechó la ausencia del rey para alzarse con el poder al mando de una sección del ejército.
Desde entonces, echen cuentas, Libia vive una dictadura militar. El tan sencillo anfitrión de Rafael Amargo y su compañía prohibió la existencia de partidos políticos en el mismo momento en que subió al poder.
Alguien hizo notar el por qué de la elevación social de Gaddafi en la entrevista, a lo que se contestó: “nosotros somos artistas y no entendemos de política”.
Quizás por eso también dijo el artista que las fiestas que Franco promovía en sus propiedades debían ser así de bonitas. De la misma naturaleza, seguro.
Es curioso cómo hay artistas que piensan que el arte está por encima de todo. Esa debe de ser la razón que les empuja a actuar tanto ante dictadores, como para recaudar fondos para ayudar a la población menos favorecida de países sometidos por dictaduras.
Son las paradojas del arte, escurridizas para quienes estamos fuera de ese círculo.