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Emili Avilés

Dignidad personal y convivencia

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Llegan días de trato más cálido y comprensivo. Hemos de aprovecharlos al máximo. ¡Alegrémonos ya! Pero, como a veces también estamos rodeados de crudas realidades, me gustaría hablar de la persona y su dignidad. Creo que esto nos facilitará profundizar en unas relaciones más humanas y sinceras. Nos acercaremos a esa dignidad personal, si la entendemos como aquello que nos hace realmente personas y nos distingue del resto de los animales o seres vivos con los que compartimos nuestro planeta.

Sabemos que la persona es el único ser capaz de obrar por voluntad propia y puede tener dominio sobre sus actos. El grado de dignidad en los hombres se halla en que, por sí mismos se dirijan hacia el bien, hacia el fin más radical. Para el cristianismo el hombre esta hecho a imagen y semejanza de Dios y eso lo endiosa hasta el punto de ser “ipse Christus, el mismo Cristo,”. Pero lo que antropológicamente otorga a la persona su dignidad como persona son su autonomía, interioridad y elevación, es decir, el hecho de ‘ser’ persona otorga la dignidad que le corresponde como tal. La dignidad reside en la intimidad de la persona y la eleva por encima de las demás realidades existentes. Permite a la persona ser-en-sí, con la consecuencia de ser libre, de obrar, de ser capaz de amar y por el contrario de odiar, la capacidad de conducir su voluntad hacia la propia perfección mediante el obrar digno y autoconstruirse o autodestruirse como tal.

Todos los hombres estamos llamados a construirnos, mediante nuestras acciones, en personas dignas de serlo. Nuestras acciones condicionan nuestro ser y por tanto lo perfeccionan o lo conducen a la degradación de la persona.

Así pues la dignidad de la persona puede verse potenciada o reducida según las acciones de la persona, según sus obras… pero no por ellos la persona deja de ser persona en ningún caso, ya que la dignidad de la persona reside también en el ser persona como vimos anteriormente.

Será muy útil seguir la sabia argumentación del profesor Tomás Melendo, cuando diferencia dos tipos de dignidad que hacen que la persona sea más o menos digna de serlo:

• La dignidad ontológica: que reside en toda persona por hecho de serlo, independientemente de sus actos y posee el rengo elevadísimo de ser persona.

• La dignidad moral: que es la que se añade cuando actúa en conformidad con su naturaleza, cuando actúa como una persona y de esta forma se perfecciona, o se degrada. Se pierde en la medida que la persona no actúa como tal, atenúa su índole como persona.

En el próximo artículo intentaré ejemplificar estas afirmaciones. A la hora de construir una buena y duradera convivencia, el respeto a la integridad personal de los demás es imprescindible, sean cuales fueren nuestras divergencias.

Dignidad personal y convivencia

Emili Avilés
Emili Avilés
viernes, 21 de diciembre de 2007, 03:30 h (CET)
Llegan días de trato más cálido y comprensivo. Hemos de aprovecharlos al máximo. ¡Alegrémonos ya! Pero, como a veces también estamos rodeados de crudas realidades, me gustaría hablar de la persona y su dignidad. Creo que esto nos facilitará profundizar en unas relaciones más humanas y sinceras. Nos acercaremos a esa dignidad personal, si la entendemos como aquello que nos hace realmente personas y nos distingue del resto de los animales o seres vivos con los que compartimos nuestro planeta.

Sabemos que la persona es el único ser capaz de obrar por voluntad propia y puede tener dominio sobre sus actos. El grado de dignidad en los hombres se halla en que, por sí mismos se dirijan hacia el bien, hacia el fin más radical. Para el cristianismo el hombre esta hecho a imagen y semejanza de Dios y eso lo endiosa hasta el punto de ser “ipse Christus, el mismo Cristo,”. Pero lo que antropológicamente otorga a la persona su dignidad como persona son su autonomía, interioridad y elevación, es decir, el hecho de ‘ser’ persona otorga la dignidad que le corresponde como tal. La dignidad reside en la intimidad de la persona y la eleva por encima de las demás realidades existentes. Permite a la persona ser-en-sí, con la consecuencia de ser libre, de obrar, de ser capaz de amar y por el contrario de odiar, la capacidad de conducir su voluntad hacia la propia perfección mediante el obrar digno y autoconstruirse o autodestruirse como tal.

Todos los hombres estamos llamados a construirnos, mediante nuestras acciones, en personas dignas de serlo. Nuestras acciones condicionan nuestro ser y por tanto lo perfeccionan o lo conducen a la degradación de la persona.

Así pues la dignidad de la persona puede verse potenciada o reducida según las acciones de la persona, según sus obras… pero no por ellos la persona deja de ser persona en ningún caso, ya que la dignidad de la persona reside también en el ser persona como vimos anteriormente.

Será muy útil seguir la sabia argumentación del profesor Tomás Melendo, cuando diferencia dos tipos de dignidad que hacen que la persona sea más o menos digna de serlo:

• La dignidad ontológica: que reside en toda persona por hecho de serlo, independientemente de sus actos y posee el rengo elevadísimo de ser persona.

• La dignidad moral: que es la que se añade cuando actúa en conformidad con su naturaleza, cuando actúa como una persona y de esta forma se perfecciona, o se degrada. Se pierde en la medida que la persona no actúa como tal, atenúa su índole como persona.

En el próximo artículo intentaré ejemplificar estas afirmaciones. A la hora de construir una buena y duradera convivencia, el respeto a la integridad personal de los demás es imprescindible, sean cuales fueren nuestras divergencias.

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