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Un poema de Esther Videgain

El karma oculto en el más allá del sentimiento del alma perdida

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Antunio,
tenía un karma perdido oculto en lo más hondo de su otro yo,
le habían usurpado su tesoro más preciado, la suerte de los mil colores.

Antunio,
fue aquel que no quiso y nunca fue, el ángel perdido en el único ámbito de su esfera,
el de la dulce y aclamada espera hacia la perdida prosperidad que separa los dos mundos, el de los sueños y aquél de su triste y siniestra realidad.

Antunio,
buscó hacia el lado oscuro su luz apagada hacía más de un largo lustro,
casi cayó en el abismo de la desconfianza de su propio ser, mas la suerte de los mil colores era tan solo su amuleto de su creencia perdida en el don de ser aquel que siempre quiso ser.

Antunio,
siguió las instrucciones de su frágil corazón,
sentía mucho la muerte sutil y silenciosa de su alma y daba a todo aquel sus sentimientos más profundos en el buen querer y en el buen cariño de su perdido karma.

Antunio,
un buen día, encontró un cuaderno con las notas del buen vividor,
el título citaba algo así como: "cómo ser aquél, el soñado en la subconsciencia donde se esconde aquellos deseos y sueños ocultos en el viejo y dormido alma".

Antunio,
ganó la confianza de todo aquel dulce espíritu,
mas le faltaba ese pequeño gran poder de creer en su propio don, esa suerte de los mil colores llenó la oscura y temida noche, el luto de su tormento se iluminó y abandonó su sufrimiento.

Antunio,
quiso ser siempre pintor de los cuadros del libre verso de tus suaves retinas sobre las pinceladas del viejo ayer, siguió fielmente cada paso y las notas del antiguo cuaderno,
y poder aprender a mejorar el don que le regaló ese ángel, el que mueve la gama de la suerte de tantos colores brillantes hasta las mejores fuentes de agua limpia y fresca...

Fuentes como esas que emanan el brillo necesario de tu don,
sobre las retinas del buen observador y comprador de sueños y de los mil talentos,
esos ocultos en lo más fondo de nuestro ser como en aquél de nuestro querido Antunio.

El karma oculto en el más allá del sentimiento del alma perdida

Un poema de Esther Videgain
Esther Videgain
jueves, 23 de julio de 2015, 07:37 h (CET)
Antunio,
tenía un karma perdido oculto en lo más hondo de su otro yo,
le habían usurpado su tesoro más preciado, la suerte de los mil colores.

Antunio,
fue aquel que no quiso y nunca fue, el ángel perdido en el único ámbito de su esfera,
el de la dulce y aclamada espera hacia la perdida prosperidad que separa los dos mundos, el de los sueños y aquél de su triste y siniestra realidad.

Antunio,
buscó hacia el lado oscuro su luz apagada hacía más de un largo lustro,
casi cayó en el abismo de la desconfianza de su propio ser, mas la suerte de los mil colores era tan solo su amuleto de su creencia perdida en el don de ser aquel que siempre quiso ser.

Antunio,
siguió las instrucciones de su frágil corazón,
sentía mucho la muerte sutil y silenciosa de su alma y daba a todo aquel sus sentimientos más profundos en el buen querer y en el buen cariño de su perdido karma.

Antunio,
un buen día, encontró un cuaderno con las notas del buen vividor,
el título citaba algo así como: "cómo ser aquél, el soñado en la subconsciencia donde se esconde aquellos deseos y sueños ocultos en el viejo y dormido alma".

Antunio,
ganó la confianza de todo aquel dulce espíritu,
mas le faltaba ese pequeño gran poder de creer en su propio don, esa suerte de los mil colores llenó la oscura y temida noche, el luto de su tormento se iluminó y abandonó su sufrimiento.

Antunio,
quiso ser siempre pintor de los cuadros del libre verso de tus suaves retinas sobre las pinceladas del viejo ayer, siguió fielmente cada paso y las notas del antiguo cuaderno,
y poder aprender a mejorar el don que le regaló ese ángel, el que mueve la gama de la suerte de tantos colores brillantes hasta las mejores fuentes de agua limpia y fresca...

Fuentes como esas que emanan el brillo necesario de tu don,
sobre las retinas del buen observador y comprador de sueños y de los mil talentos,
esos ocultos en lo más fondo de nuestro ser como en aquél de nuestro querido Antunio.

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