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Xabier López de Armentia

¿A quién estoy matando Comandante?

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¿Qué hago aquí?. Esta pregunta retumba en las cabezas de miles de soldados norteamericanos enviados a Irak cada amanecer, sabiendo que esa puede ser la última vez que vean salir el sol. Triste es invadir un país, pero más triste es no saber porque lo has hecho.

Miles de soldados llevados a la sin razón de una guerra, a la defensa a ultranza de unos derechos que ellos mismos no saben ni cuales son. La defensa de unos intereses económicos y estratégicos que gobiernan el mundo sin importar las vidas de aquellos que luchan de un lado y del otro.

¿Qué hago aquí?, sumido en el desierto, rodeado de arena y un sol abrasador que me quema la garganta o quizás es el crudo que arde a mi derecha, o tal vez son las dos docenas de cadáveres postrados a ambos lados que acompañan como guías mi camino al pueblo más cercano. Mis ojos cansados de ver siempre lo mismo desean cerrarse y despertar de esta pesadilla, en mi casa con mi mujer y mis dos hijas, con un plato de huevos revueltos y ojeando el periódico sobre mis manos. Pero lo que por momentos se convierte en un placido y precioso sueño se quiebra y me devuelve a la realidad. Mis ojos no deben cerrarse o el siguiente en caer seré yo.

¿A quién estoy matando Comandante?, otra pregunta que no recibe respuesta. Y no la recibe porque ni el Comandante sabe que hacemos aquí y mucho menos a quien estamos matando, ni lo que defendemos, ni lo que buscamos. Bin Laden, Sadam, nos dicen un nombre y nos adiestran como perros a la búsqueda de sus rastros sin preguntarnos si hacemos bien o hacemos mal, o si el de enfrente es o no es terrorista. Es más fácil apretar el gatillo y después preguntar o darnos cuenta de que era una niña de 13 años. Tengo la sensación de que nos hemos convertido en verdaderos robots al servicio de cuatro locos que dirigen mi país y el mundo.

Parece sacado de una novela de ficción o el diario de un esquizofrénico pero no, es la cruda realidad de miles de personas, porque ante todo son personas, que han sido manipuladas hasta el punto de no saber diferenciar los sueños de la realidad, el bien del mal, la avaricia de la solidaridad. Se encuentran atrapados en una guerra de mes y medio sobre el papel, pero que se torna de años sobre el terreno. Son testimonios de soldados, son palabras de personas, son llantos de impotencia, son gotas de sangre que acortan sus vidas.

En Irak han muerto ya más de 3.450 soldados estadounidenses en cifras oficiales – aunque se estima que el numero de muertes sobrepasa los 3.500 – desde el derrocamiento de Sadam Hussein. En las Torres Gemelas murieron 2.383 personas ¿No fueron suficientes familias destrozadas?

Al ritmo que van los norteamericanos van a conseguir muy pronto que 1 de cada 3 familias norteamericanas haya perdido a un familiar en los atentados del 11-S o bien en cualquiera de las guerras preventivas que realizan a lo largo y ancho del planeta. La siguiente pregunta será: Vietnam, 11-S, Afganistán o Irak, ¿Dónde perdiste a tu hermano?

¿A quién estoy matando Comandante?

Xabier López de Armentia
Lectores
martes, 18 de diciembre de 2007, 23:45 h (CET)
¿Qué hago aquí?. Esta pregunta retumba en las cabezas de miles de soldados norteamericanos enviados a Irak cada amanecer, sabiendo que esa puede ser la última vez que vean salir el sol. Triste es invadir un país, pero más triste es no saber porque lo has hecho.

Miles de soldados llevados a la sin razón de una guerra, a la defensa a ultranza de unos derechos que ellos mismos no saben ni cuales son. La defensa de unos intereses económicos y estratégicos que gobiernan el mundo sin importar las vidas de aquellos que luchan de un lado y del otro.

¿Qué hago aquí?, sumido en el desierto, rodeado de arena y un sol abrasador que me quema la garganta o quizás es el crudo que arde a mi derecha, o tal vez son las dos docenas de cadáveres postrados a ambos lados que acompañan como guías mi camino al pueblo más cercano. Mis ojos cansados de ver siempre lo mismo desean cerrarse y despertar de esta pesadilla, en mi casa con mi mujer y mis dos hijas, con un plato de huevos revueltos y ojeando el periódico sobre mis manos. Pero lo que por momentos se convierte en un placido y precioso sueño se quiebra y me devuelve a la realidad. Mis ojos no deben cerrarse o el siguiente en caer seré yo.

¿A quién estoy matando Comandante?, otra pregunta que no recibe respuesta. Y no la recibe porque ni el Comandante sabe que hacemos aquí y mucho menos a quien estamos matando, ni lo que defendemos, ni lo que buscamos. Bin Laden, Sadam, nos dicen un nombre y nos adiestran como perros a la búsqueda de sus rastros sin preguntarnos si hacemos bien o hacemos mal, o si el de enfrente es o no es terrorista. Es más fácil apretar el gatillo y después preguntar o darnos cuenta de que era una niña de 13 años. Tengo la sensación de que nos hemos convertido en verdaderos robots al servicio de cuatro locos que dirigen mi país y el mundo.

Parece sacado de una novela de ficción o el diario de un esquizofrénico pero no, es la cruda realidad de miles de personas, porque ante todo son personas, que han sido manipuladas hasta el punto de no saber diferenciar los sueños de la realidad, el bien del mal, la avaricia de la solidaridad. Se encuentran atrapados en una guerra de mes y medio sobre el papel, pero que se torna de años sobre el terreno. Son testimonios de soldados, son palabras de personas, son llantos de impotencia, son gotas de sangre que acortan sus vidas.

En Irak han muerto ya más de 3.450 soldados estadounidenses en cifras oficiales – aunque se estima que el numero de muertes sobrepasa los 3.500 – desde el derrocamiento de Sadam Hussein. En las Torres Gemelas murieron 2.383 personas ¿No fueron suficientes familias destrozadas?

Al ritmo que van los norteamericanos van a conseguir muy pronto que 1 de cada 3 familias norteamericanas haya perdido a un familiar en los atentados del 11-S o bien en cualquiera de las guerras preventivas que realizan a lo largo y ancho del planeta. La siguiente pregunta será: Vietnam, 11-S, Afganistán o Irak, ¿Dónde perdiste a tu hermano?

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