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Gonzalo G. Velasco

'1408': Pesadilla kinz-size

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Las adaptaciones cinematográficas de la obra de Stephen King han corrido suerte muy desigual. Mientras que algunas de sus creaciones han dado pie a estupendas películas como El Resplandor, Misery o Cadena Perpetua, otras, ni los padres de sus responsables osarían defenderlas, caso de Thinner, It o Los Chicos del Maíz. Sus últimas adaptaciones forman parte del segundo grupo. Por un lado, tenemos ese engendro de Lawrence Kasdan titulado El Cazador de Sueños, que pasó justamente sin pena ni gloria, y por otro, La Ventana Secreta, un aburrido y prescindible ejemplo de thriller psicológico con twist final. Si a estos fracasos recientes le sumamos que en los últimos tiempos King ya no pare terrores tan atractivos como los de antes (basta con leer cualquiera de sus últimas novelas para darse cuenta de que su narrativa se ha anquilosado un poco), podría llegar a pensarse que el rey del horror se encuentra en decadencia. Pero estaríamos equivocados.

Y lo estaríamos por tres razones: la primera, que muchas de sus mejores obras siguen huérfanas de película, la segunda, que en breve Frank Darabont, tal vez su adaptador más inspirado después de Kubrick, estrenará The Mist, y la tercera y última, que la versión cinematográfica de su relato 1408 no sólo está a la altura de lo esperado, sino que ha originado una película muy estimable a partir de una premisa argumental harto sencilla: John Cusack pasa una noche en una habitación donde han muerto cincuenta y seis personas. Tan simple y directo como eso, con el aliciente de que la sólida labor de Michael Hafström tras las cámaras sigue ese mismo estilo simple y directo en cada secuencia.

Tal vez el director sueco no sea Stanley Kubrick, pero al menos no pretende serlo, como muchos otros cineastas de su generación aficionados a los delirios de grandeza (que cada cual ponga aquí su nombre preferido). Yo diría que precisamente por ello obra el milagro de extraer brío visual, ritmo, e interés de una historia en principio lastrada por la estrechez del espacio donde transcurre. Nunca una habitación había dado tanto juego: que si bajones repentinos de temperatura, que si incendios, que si fantasmas, que si grietas ensangrentadas… Suceden más cosas interesantes entre esas cuatro paredes que, pongamos por caso, en todas las localizaciones de Alatriste. Hafström moldea convenientemente el espacio con su vistosa puesta en escena hasta convertirlo en un protagonista más: el principal. Y esta vez no se trata de una frase hecha. Hay claustrofobia, hay intriga, hay miedo, pero lejos de conducir a la rutina o el estancamiento, el director se las apaña para que gracias a estos mimbres cada set piece ofrezca más que la anterior en un auténtico despliegue de inventiva macabra con muy contados efectos digitales. Por si todo ello no justificara el pago de los seis euros de la entrada, John Cusack realiza un trabajo tan convincente como completo, de tal forma que mientras concatena emociones sin apenas pestañear, no reparamos en que en realidad su personaje es un poco hueco. Da igual. 1408 no va de eso. Va de no dejar respiro al espectador y de deleitar asustando. Ambos objetivos los cumple de sobra. Sin duda, una de las películas de terror más reivindicables de la temporada.

'1408': Pesadilla kinz-size

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
sábado, 16 de febrero de 2008, 03:14 h (CET)
Las adaptaciones cinematográficas de la obra de Stephen King han corrido suerte muy desigual. Mientras que algunas de sus creaciones han dado pie a estupendas películas como El Resplandor, Misery o Cadena Perpetua, otras, ni los padres de sus responsables osarían defenderlas, caso de Thinner, It o Los Chicos del Maíz. Sus últimas adaptaciones forman parte del segundo grupo. Por un lado, tenemos ese engendro de Lawrence Kasdan titulado El Cazador de Sueños, que pasó justamente sin pena ni gloria, y por otro, La Ventana Secreta, un aburrido y prescindible ejemplo de thriller psicológico con twist final. Si a estos fracasos recientes le sumamos que en los últimos tiempos King ya no pare terrores tan atractivos como los de antes (basta con leer cualquiera de sus últimas novelas para darse cuenta de que su narrativa se ha anquilosado un poco), podría llegar a pensarse que el rey del horror se encuentra en decadencia. Pero estaríamos equivocados.

Y lo estaríamos por tres razones: la primera, que muchas de sus mejores obras siguen huérfanas de película, la segunda, que en breve Frank Darabont, tal vez su adaptador más inspirado después de Kubrick, estrenará The Mist, y la tercera y última, que la versión cinematográfica de su relato 1408 no sólo está a la altura de lo esperado, sino que ha originado una película muy estimable a partir de una premisa argumental harto sencilla: John Cusack pasa una noche en una habitación donde han muerto cincuenta y seis personas. Tan simple y directo como eso, con el aliciente de que la sólida labor de Michael Hafström tras las cámaras sigue ese mismo estilo simple y directo en cada secuencia.

Tal vez el director sueco no sea Stanley Kubrick, pero al menos no pretende serlo, como muchos otros cineastas de su generación aficionados a los delirios de grandeza (que cada cual ponga aquí su nombre preferido). Yo diría que precisamente por ello obra el milagro de extraer brío visual, ritmo, e interés de una historia en principio lastrada por la estrechez del espacio donde transcurre. Nunca una habitación había dado tanto juego: que si bajones repentinos de temperatura, que si incendios, que si fantasmas, que si grietas ensangrentadas… Suceden más cosas interesantes entre esas cuatro paredes que, pongamos por caso, en todas las localizaciones de Alatriste. Hafström moldea convenientemente el espacio con su vistosa puesta en escena hasta convertirlo en un protagonista más: el principal. Y esta vez no se trata de una frase hecha. Hay claustrofobia, hay intriga, hay miedo, pero lejos de conducir a la rutina o el estancamiento, el director se las apaña para que gracias a estos mimbres cada set piece ofrezca más que la anterior en un auténtico despliegue de inventiva macabra con muy contados efectos digitales. Por si todo ello no justificara el pago de los seis euros de la entrada, John Cusack realiza un trabajo tan convincente como completo, de tal forma que mientras concatena emociones sin apenas pestañear, no reparamos en que en realidad su personaje es un poco hueco. Da igual. 1408 no va de eso. Va de no dejar respiro al espectador y de deleitar asustando. Ambos objetivos los cumple de sobra. Sin duda, una de las películas de terror más reivindicables de la temporada.

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