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Emili Avilés

Educación, una salida

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Los medios de comunicación nos están aportando datos de diferentes fuentes, objetivas y fiables, que muestran la delicada situación del sistema educativo español. Podemos asegurar, con los expertos, que el hecho de poder tener una educación de calidad es, todavía hoy, un objetivo pendiente de conseguir.

Considero que aún es posible reaccionar. Pero, los ciudadanos de a pie hemos de saber lo que hay en juego cuando el único valor que parece incuestionable es el bienestar. O también cuando se trabaja intensamente para superar evaluaciones, pero que apuntan más al prestigio de los centros educativos, que a los intereses vitales de los alumnos o a las graves necesidades de la sociedad actual.

Una de las claves a mejorar es la disciplina y unidad de criterio en muchos de los colegios e institutos. Esto va muy unido a la falta de autoridad de los profesores, que son obligados a reducir la exigencia académica, asunto clave para respetar a los alumnos y poder hacerse respetar, sin autoritarismo.

Si queremos mejorar, urge que los poderes públicos garanticen el derecho prioritario de padres y madres a educar, conforme a sus convicciones, a sus hijos. Por ello, nos sobran esta Educación para la Ciudadanía y los programas escolares de educación sexual, que ahora quieren imponer incluso en la Educación Primaria.

Además, vivir en democracia implica defender el pluralismo y el derecho de los padres a elegir el centro educativo para sus hijos. Derecho inseparablemente unido al de poder tener una educación moral que sea conforme a los propios principios y valores.

Las imposiciones ideológicas nunca mejoraron de verdad el nivel educativo de un país. Evitemos perder fuerzas con materias añadidas, no consensuadas, que dispersan la atención y hacen perder energías y tiempo. ¿Qué preferimos, principios morales o unas cuantas estrategias de acción acomodadas a las circunstancias? Si precisamente, la excelencia de nuestros jóvenes se puede medir por la magnanimidad y determinación hacia los grandes ideales; no por un temeroso cumplimiento de lo políticamente correcto.

Relativizar la realidad, e imponer opiniones subjetivas, es el mayor de los dogmatismos de quien quisiera imponer las reglas de juego en política educativa. La educación no es terreno para experimentos partidistas. Aprovechemos la ocasión para trabajar todos por el bien común. Exijamos libertad de decisión, libertad de debatir, huyamos de lo fácil por acostumbrado, de los clichés y prejuicios.

De nada sirve enfrentar a la enseñanza pública contra la de iniciativa social. Urge una mayor calidad en ambas, tanto como urge motivar y respetar la diversidad del pensamiento en la sociedad.

Para recuperar la cultura del esfuerzo y del respeto tendremos que contar con el trabajo de todos, con amplios y generosos acuerdos. Una libertad de andar por casa y sólo para unos cuantos no es bandera que ayude a progresar a una sociedad moderna. Sería, como mucho, educar en la mediocridad. Y de eso, seguro que todos queremos estar de vuelta.

Busquemos la libertad que está conectada íntimamente con el servicio a los demás. Una libertad que es sacrificio y renuncia; que siempre cuidará con finura del gran valor de la justicia. Así, activaremos cierta unánime esperanza, en un progreso real y para todos.

Educación, una salida

Emili Avilés
Emili Avilés
viernes, 14 de diciembre de 2007, 08:42 h (CET)
Los medios de comunicación nos están aportando datos de diferentes fuentes, objetivas y fiables, que muestran la delicada situación del sistema educativo español. Podemos asegurar, con los expertos, que el hecho de poder tener una educación de calidad es, todavía hoy, un objetivo pendiente de conseguir.

Considero que aún es posible reaccionar. Pero, los ciudadanos de a pie hemos de saber lo que hay en juego cuando el único valor que parece incuestionable es el bienestar. O también cuando se trabaja intensamente para superar evaluaciones, pero que apuntan más al prestigio de los centros educativos, que a los intereses vitales de los alumnos o a las graves necesidades de la sociedad actual.

Una de las claves a mejorar es la disciplina y unidad de criterio en muchos de los colegios e institutos. Esto va muy unido a la falta de autoridad de los profesores, que son obligados a reducir la exigencia académica, asunto clave para respetar a los alumnos y poder hacerse respetar, sin autoritarismo.

Si queremos mejorar, urge que los poderes públicos garanticen el derecho prioritario de padres y madres a educar, conforme a sus convicciones, a sus hijos. Por ello, nos sobran esta Educación para la Ciudadanía y los programas escolares de educación sexual, que ahora quieren imponer incluso en la Educación Primaria.

Además, vivir en democracia implica defender el pluralismo y el derecho de los padres a elegir el centro educativo para sus hijos. Derecho inseparablemente unido al de poder tener una educación moral que sea conforme a los propios principios y valores.

Las imposiciones ideológicas nunca mejoraron de verdad el nivel educativo de un país. Evitemos perder fuerzas con materias añadidas, no consensuadas, que dispersan la atención y hacen perder energías y tiempo. ¿Qué preferimos, principios morales o unas cuantas estrategias de acción acomodadas a las circunstancias? Si precisamente, la excelencia de nuestros jóvenes se puede medir por la magnanimidad y determinación hacia los grandes ideales; no por un temeroso cumplimiento de lo políticamente correcto.

Relativizar la realidad, e imponer opiniones subjetivas, es el mayor de los dogmatismos de quien quisiera imponer las reglas de juego en política educativa. La educación no es terreno para experimentos partidistas. Aprovechemos la ocasión para trabajar todos por el bien común. Exijamos libertad de decisión, libertad de debatir, huyamos de lo fácil por acostumbrado, de los clichés y prejuicios.

De nada sirve enfrentar a la enseñanza pública contra la de iniciativa social. Urge una mayor calidad en ambas, tanto como urge motivar y respetar la diversidad del pensamiento en la sociedad.

Para recuperar la cultura del esfuerzo y del respeto tendremos que contar con el trabajo de todos, con amplios y generosos acuerdos. Una libertad de andar por casa y sólo para unos cuantos no es bandera que ayude a progresar a una sociedad moderna. Sería, como mucho, educar en la mediocridad. Y de eso, seguro que todos queremos estar de vuelta.

Busquemos la libertad que está conectada íntimamente con el servicio a los demás. Una libertad que es sacrificio y renuncia; que siempre cuidará con finura del gran valor de la justicia. Así, activaremos cierta unánime esperanza, en un progreso real y para todos.

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