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Pelayo López

'Mr. Brooks': huellas digitales adictas a armarios de doble fondo

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Cuando pasa tanto tiempo entre película y película, y cuando apenas se tiene otro título más en la trayectoria vital cinematográfica, cualquier director está expuesto a una consideración injusta en lo que a críticas se refiere. Pues no, no estamos ante unos de esos casos aunque los requisitos se cumplen al pie de la letra. Al bueno de Bruce A. Evans, que únicamente había dirigido hace 15 años una divertida cinta -pero no más- llamada Kuffs, le ha dado ahora por regresar, y, a pesar de que los antecedentes ya os los hemos puesto sobre la mesa, lo cierto es que este tipo ha contado con esa varita mágica que, en ocasiones, aparece para convertir una película en taquillazo en USA y revelación recomendada por numerosos críticos, incluso llegando al extremo de venderla como “el thriller que estábamos esperando”.

Bueno, lo de thriller tenemos que acotarlo en sus justas coordenadas porque en principio no es así. La cinta comienza siendo un análisis de la doble personalidad de un asesino en serie que, eso sí, tras unos minutos, entronca con una investigación policial y el amplio abanico de ases que nos va descubriendo. Los espectadores empezamos a ciegas, sin ningún tipo de información previa sobre los orígenes psicópatas del protagonista, y así nos quedaremos también al final de la película porque, del modo en que está tratada la historia, no hace falta alguna. A continuación, nos encontraremos, primero, con la continuación del diálogo abierto entre el asesino en serie y su otro yo que le ha empujado a cometer un nuevo asesinato tras dos años de mono, y, después, con dos líneas narrativas casi paralelas y, finalmente, coincidentes. Por un lado, la policía que investiga el caso; por otro, el chantajista indiscreto que ha visto el asesinato pero que encierra un objetivo algo diferente a lo que podríamos pensar en un primer momento, todo un acierto que permite el fluir de la historia de una manera brillante. Mención aparte merece la historia secundaria y personal de la agente de turno, ya que, aunque se anudan ambos cabos a través de ésta, es totalmente innecesaria hasta el punto de alargar demasiado el metraje pudiéndose haber economizado de alguna otra manera.

La dupla formada por Kevin Costner y William Hurt interpreta al asesino y a su alter-ego respectivamente, el punto de vista desde el que, interesante, está narrada la historia. Si bien el primero nos tiene acostumbrados a una serie de limitados recursos que aquí maneja una vez más sin descubrirnos nada insólito en él, el segundo prosigue aleccionándonos con su saber hacer erigiéndose en el elixir de lujo del reparto. Los momentos “lúcidos” en los que dialogan ambos los compartimos los espectadores pero no aquellos con quienes comparten secuencia, con lo cual no sabemos muy bien si tomarnos esa desorientación como algo positivo o negativo en función de la realidad o irrealidad. El juego esgrimido entre ambos le permite al director, además, introducir alguna que otra gota de humor negro que encajamos compartiendo la sonrisa. La detective es Demi Moore, de la que me ahorraré cualquier tipo de comentario para no herir sensibilidades emocionales ante esta estrella caída en desgracia y que sólo sería rescatada por un par de papeles. Quien sí brilla, digan lo que digan, es el chantajista Dane Cook, uno de esos cómicos que veremos dentro de poco hasta en la sopa y que aquí nos deja un recado como promesa a medio camino entre sus dos compañeros de reparto masculinos. Ni fu ni fa por su escasa aparición Marg Helgenberger, alias Catherine Willows en CSI Las Vegas. Curioso que, con las gafas y el corte de pelo, Costner se da un aire a William L. Petersen, un parecido razonable que nos sirve en bandeja el último párrafo por la relación de este título, directa o indirecta, con la protagonizada en su día por el agente Grissom: Hunter.

Aunque llega casi como el turrón, Mr. Brooks no nos felicita diciendo “Hola, soy Edu. Feliz Navidad”. El, por su parte, en esa dicotomía manifestada, y a la que ¿trata de vencer?, nos recuerda otro tipo de confesiones que le dotan de una mayor “humanidad”: “Hola, soy un adicto”. Es en este punto donde la película difiere de una posible coincidencia con otro “serial killer” como Hannibal Lecter y se acerca más al Doctor Jekyll y Mr. Hide. A este reputado diseñador de cajas, ¡cada vez son más extrañas las profesiones de los protagonistas de las películas!, le auguramos un futuro prometedor porque, pese a todo, resulta que nos cae bien. Alternativas interesantes no le van a faltar, de hecho, al menos una, ya queda entreabierta en los últimos minutos de metraje: la genética manda en uno mismo y en la descendencia. Léase en este caso la hija del protagonista, seguidora de su progenitor pero con menos destreza y sentimentalismos. Podría tener incluso su propio “spin off” antes de que los responsables se decanten por contarnos el pasado o el futuro de este señor. Es también ahí, al final, donde se acumulan las únicas 2 brutales escenas de la cinta. El resto de la bobina, salvo un tiroteo descartable por la ruptura en el formato del conjunto y una pseudo persecución automovilística, carece de acción injustificada, algo muy loable ya que parece haberse convertido por desidia en moneda de curso imprescindible. Conviene no olvidarse, sin embargo, lo que realmente son los asesinos en serie: huellas digitales adictas a armarios de doble fondo.

'Mr. Brooks': huellas digitales adictas a armarios de doble fondo

Pelayo López
Pelayo López
jueves, 24 de enero de 2008, 07:43 h (CET)
Cuando pasa tanto tiempo entre película y película, y cuando apenas se tiene otro título más en la trayectoria vital cinematográfica, cualquier director está expuesto a una consideración injusta en lo que a críticas se refiere. Pues no, no estamos ante unos de esos casos aunque los requisitos se cumplen al pie de la letra. Al bueno de Bruce A. Evans, que únicamente había dirigido hace 15 años una divertida cinta -pero no más- llamada Kuffs, le ha dado ahora por regresar, y, a pesar de que los antecedentes ya os los hemos puesto sobre la mesa, lo cierto es que este tipo ha contado con esa varita mágica que, en ocasiones, aparece para convertir una película en taquillazo en USA y revelación recomendada por numerosos críticos, incluso llegando al extremo de venderla como “el thriller que estábamos esperando”.

Bueno, lo de thriller tenemos que acotarlo en sus justas coordenadas porque en principio no es así. La cinta comienza siendo un análisis de la doble personalidad de un asesino en serie que, eso sí, tras unos minutos, entronca con una investigación policial y el amplio abanico de ases que nos va descubriendo. Los espectadores empezamos a ciegas, sin ningún tipo de información previa sobre los orígenes psicópatas del protagonista, y así nos quedaremos también al final de la película porque, del modo en que está tratada la historia, no hace falta alguna. A continuación, nos encontraremos, primero, con la continuación del diálogo abierto entre el asesino en serie y su otro yo que le ha empujado a cometer un nuevo asesinato tras dos años de mono, y, después, con dos líneas narrativas casi paralelas y, finalmente, coincidentes. Por un lado, la policía que investiga el caso; por otro, el chantajista indiscreto que ha visto el asesinato pero que encierra un objetivo algo diferente a lo que podríamos pensar en un primer momento, todo un acierto que permite el fluir de la historia de una manera brillante. Mención aparte merece la historia secundaria y personal de la agente de turno, ya que, aunque se anudan ambos cabos a través de ésta, es totalmente innecesaria hasta el punto de alargar demasiado el metraje pudiéndose haber economizado de alguna otra manera.

La dupla formada por Kevin Costner y William Hurt interpreta al asesino y a su alter-ego respectivamente, el punto de vista desde el que, interesante, está narrada la historia. Si bien el primero nos tiene acostumbrados a una serie de limitados recursos que aquí maneja una vez más sin descubrirnos nada insólito en él, el segundo prosigue aleccionándonos con su saber hacer erigiéndose en el elixir de lujo del reparto. Los momentos “lúcidos” en los que dialogan ambos los compartimos los espectadores pero no aquellos con quienes comparten secuencia, con lo cual no sabemos muy bien si tomarnos esa desorientación como algo positivo o negativo en función de la realidad o irrealidad. El juego esgrimido entre ambos le permite al director, además, introducir alguna que otra gota de humor negro que encajamos compartiendo la sonrisa. La detective es Demi Moore, de la que me ahorraré cualquier tipo de comentario para no herir sensibilidades emocionales ante esta estrella caída en desgracia y que sólo sería rescatada por un par de papeles. Quien sí brilla, digan lo que digan, es el chantajista Dane Cook, uno de esos cómicos que veremos dentro de poco hasta en la sopa y que aquí nos deja un recado como promesa a medio camino entre sus dos compañeros de reparto masculinos. Ni fu ni fa por su escasa aparición Marg Helgenberger, alias Catherine Willows en CSI Las Vegas. Curioso que, con las gafas y el corte de pelo, Costner se da un aire a William L. Petersen, un parecido razonable que nos sirve en bandeja el último párrafo por la relación de este título, directa o indirecta, con la protagonizada en su día por el agente Grissom: Hunter.

Aunque llega casi como el turrón, Mr. Brooks no nos felicita diciendo “Hola, soy Edu. Feliz Navidad”. El, por su parte, en esa dicotomía manifestada, y a la que ¿trata de vencer?, nos recuerda otro tipo de confesiones que le dotan de una mayor “humanidad”: “Hola, soy un adicto”. Es en este punto donde la película difiere de una posible coincidencia con otro “serial killer” como Hannibal Lecter y se acerca más al Doctor Jekyll y Mr. Hide. A este reputado diseñador de cajas, ¡cada vez son más extrañas las profesiones de los protagonistas de las películas!, le auguramos un futuro prometedor porque, pese a todo, resulta que nos cae bien. Alternativas interesantes no le van a faltar, de hecho, al menos una, ya queda entreabierta en los últimos minutos de metraje: la genética manda en uno mismo y en la descendencia. Léase en este caso la hija del protagonista, seguidora de su progenitor pero con menos destreza y sentimentalismos. Podría tener incluso su propio “spin off” antes de que los responsables se decanten por contarnos el pasado o el futuro de este señor. Es también ahí, al final, donde se acumulan las únicas 2 brutales escenas de la cinta. El resto de la bobina, salvo un tiroteo descartable por la ruptura en el formato del conjunto y una pseudo persecución automovilística, carece de acción injustificada, algo muy loable ya que parece haberse convertido por desidia en moneda de curso imprescindible. Conviene no olvidarse, sin embargo, lo que realmente son los asesinos en serie: huellas digitales adictas a armarios de doble fondo.

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