Como si de un cuento para niños se tratase, la lucha entre gallos y leones escenifica el cuento real de la Bélgica moderna. Esa rigidez hierática del gallo con sus plumas adornando su cuerpo terminan en un pico audaz que engendra la voz de Valonia. Al otro lado de la “frontera” se encuentra el león, ese clásico animal marcado por su presencia majestuosa y su pelo enraizado en la cabeza, la cabeza de los flamencos.
Bélgica vive inmerso en la mayor crisis política desde su alumbramiento en 1830. A pesar de sufrir repetidas ocupaciones alemanas durante ambas guerras mundiales, el oxigeno que recorre las instituciones belgas se vuelve irrespirable como así lo demuestran sus cerca de 6 meses sin gobierno porque los principales partidos políticos no logran un acuerdo que aúne la futura convivencia de dos comunidades cultural y lingüísticamente diferenciadas.
Bélgica se erige como un Estado con dos comunidades enfrentadas. Valones y Flamencos, Valonia y Flandes. Dos formas diferentes de ver la vida, diferentes lenguas, culturas contrapuestas y un sin fin de planteamientos económicos y políticos enfrentados. A estas dos grandes comunidades tenemos que sumar la región de Eupen donde debido a su proximidad y su anterior pertenencia a Alemania el alemán se utiliza como lengua. Todo esto unido a la omnipresente Bruselas, en el corazón de Flandes, estandarte no sólo belga sino europeo, erigida como nexo de unión entre ambas regiones.
Valonia es la región limítrofe con Francia. Charleroi y la ancestral Lieja industrial como cabezas visibles de una región donde el francés se postula como la lengua mayoritaria. Valonia de tradición industrial se haya inmersa en una profunda crisis añorando años pasados como años mejores.
Flandes limitada al norte por Holanda es la otra cara de la moneda. Amberes, Brujas, Gante, Lovaina, Hasselt son la cara visible de la regenerada y nueva economía belga, donde el neerlandés es la lengua conductora de la región y donde habitan 6 de los 10 millones que componen el Estado belga.
Tanto Valones como Flamencos no se ponen de acuerdo en los conceptos políticos que les permitan convivir juntos sin que la estructura político y económica del Estado se vea claramente alterada.
Un caso más donde un Estado se despedaza por momentos. A los ojos de muchos esta razón no es otra que la salud económica de cada región, pero ¿No creen que la raíz del conflicto es mucho más profunda?. Dos regiones que no comparten ni lengua ni cultura, ni formas de vivir ni proyectos de futuro son más que dos regiones enfrentadas. Son dos regiones gobernadas por una clase política que ha sabido jugar durante muchos años al vil juego democrático de ahogar las identidades culturales y nacionales a favor de mantener llenos los bolsillos de sus ciudadanos.
Ahogar una cultura, una lengua puede ser un ejercicio que consiga el éxito buscado a corto plazo, pero convierte a esa comunidad en una bomba de relojería. Las identidades, las culturas son mucho más importantes que los números y los balances económicos. Su negación sólo retrasa su explosión, tal y como demuestra el caso belga.
Miles son los ejemplos que nos ha proporcionado la historia de situaciones parecidas, donde por el mal llamado “bien común” se han obligado a enterrar culturas minoritarias para engendrar un gran monstruo nacional. Ahí radica la raíz del problema. Empeñados en llamar “nación” a algo que nunca lo fue y nunca lo será. A lo que como mucho podemos denominar “Estado” y siempre y cuando respetase la presencia de esas culturas.
Mucha de esta culpa la tiene esta globalización exacerbada que ahoga a las minorías fortaleciendo los grandes núcleos de poder y haciendo más pobre al pobre.
6 meses sin gobierno, dos comunidades diferenciadas, dos proyectos de Estado y una población que no tiene voz. Demos voz y voto a esa población y que decidan libremente qué quieren ser y cómo lo quieren. El derecho a decidir se erige otra vez más como la única solución al conflicto.