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Pelayo López

'Canciones de amor en Lolita´s Club': sexo, globos rojos y reinas de trasteros

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Varios de nuestros directores más longevos han sido calificados, en muchas ocasiones, de “viejos verdes”, con la connotación peyorativa que ello supone y, lo que es más grave en algunos casos, sin atender siquiera a la calidad cinematográfica propiamente dicha. A casi nadie le amarga un dulce... y el erotismo es tan viejo como la humanidad. Aunque en los albores fuese con taparrabos y garrotes, la modernidad hace que muchos de esos realizadores, renovarse o morir (léase jubilarse), vayan actualizando sus temáticas, ritmos narrativos... siempre con un aderezo de pieles desnudas y sensualidad de alto voltaje. Si Bigas Luna nos dejó boquiabiertos al tunearse con su última carta de presentación, Yo soy la Juani, es ahora Vicente Aranda quien sigue los mismos pasos. Por enésima vez, sobre la base literaria de su casi inseparable Juan Marsé -y dejando de lado su legado histórico con Tirante el Blanco, Juana la Loca o Carmen-, Aranda vuelve a acometer un intento loable en contenido pero fallido en forma.

En cuanto al contenido, la historia principal, la de un duro policía proteccionista con su hermano discapacitado intelectual y la relación de éste con una prostituta colombiana, deja flecos para asuntos secundarios que se podrían haber ahorrado ya que, únicamente, contribuyen a la desorientación del espectador. La referencia, sobre todo, alude al presunto caso de investigación policial que lleva al protagonista de vuelta a su entorno familiar. Da igual que haya sido un expediente disciplinario, un ajuste de cuentas terrorista o unas vacaciones, lo cierto es que extiende injustificadamente el metraje a pesar de suponer el detonante y el silenciador de la trama. Tampoco importan demasiado las continencias e incontinencias en algunos apartados familiares, por lo que todo ello podría haberse evitado a fin de sellar con una mayor profundidad el mayor interés residente en una contundente trama principal que, no obstante, poco o nada tiene que ver con Princesas de Fernando León, mucho más subjetiva, o con Pretty Woman, con un final edulcorado y enfrentado con la realidad cotidiana. Aquí, el final, curiosamente, resulta también algo artificioso y poco creíble. Una banda sonora muy cuidada, tanto en el apartado del score como en el de las canciones –incluida una de las bachatas más pinchadas de los últimos meses-, no sirve para contrarrestar unas tomas automovilísticas con reminiscencias de un pasado añejo o un montaje con unos diálogos que parecen doblados.

Por el contrario, a grandes rasgos, el reparto no está nada mal, y vaya por delante una curiosidad: la compañera policía tiene un gran parecido con Carolina Cerezuela y Cindy Crawford. Aparte, Yohana Cobo nos demuestra una vez más que es una gran actriz en ciernes, con apenas dos apariciones y 4 frases confirmando lo ofrecido en El séptimo día o Volver, y Héctor Colome se reivindica, nuevamente, como uno de nuestros veteranos a reconocer con un papel en la órbita del que ya interpretó en AzulOscuroCasiNegro. ¡Impresionante la colombiana Flora Martínez!. Siguiendo la estela de otras compatriotas que han corrido desigual fortuna en su desembarco en nuestro país, como son los casos de Angie Cepeda o Juana Acosta, Rosario Tijeras muestra, además del 100% de su piel tostado, un completo repertorio de recursos que seguramente, desconociendo las normas, bien pueden valerle un premio del cine español por este papel. Grande en la manipulación carnal... y grande en los subidones y bajones emocionales de su personaje. Para el final hemos reservado a nuestro Eduardo Noriega, quien, como todo el mundo sabe a estas alturas, interpreta un doble papel y además exhibe sus encantos frontales para deleite de todas vosotras, chicas. Ciñéndonos estrictamente al plano interpretativo, parece que se le atraganta tanta presencia. Mientras que su papel de discapacitado puede resultarnos histriónico en algunos momentos, algo totalmente coherente dentro de lo inusual de estos comportamientos, puede pasar por un tamiz rasurador. Por el contrario, en su faceta de poli duro, su excesiva declinación verbal y su cara de anuncio saltan demasiado a la vista y, lo que no sé si es positivo o negativo, dice más cuando calla que cuando habla.

La cinta, que podemos emparentar más con ¡Dispara! de Carlos Saura que con la serie de televisión Brigada Central, no entra a valorar la trágica situación de las chicas de los clubs en cuestión –de hecho, en muchos fragmentos de la película, a tenor de las situaciones reflejadas, podríamos pensar que muchas de ellas no tendrían queja-, una postura un tanto criticable por muchos, supongo, pero igualmente meritoria teniendo en cuenta que el cine no siempre tiene que estar basado en posicionamientos de distinta índole sino en el propio espíritu del celuloide. En no pocas ocasiones, el personalismo del director da al traste con el sentido cinematográfico de una película, aunque, en este caso, no es así, y valga como explicación, parafraseando con alguna variación el título de una película con mayor reconocimiento que méritos, el siguiente tridente alegórico: sexo, globos rojos y reinas de traseros.

'Canciones de amor en Lolita´s Club': sexo, globos rojos y reinas de trasteros

Pelayo López
Pelayo López
jueves, 24 de enero de 2008, 07:43 h (CET)
Varios de nuestros directores más longevos han sido calificados, en muchas ocasiones, de “viejos verdes”, con la connotación peyorativa que ello supone y, lo que es más grave en algunos casos, sin atender siquiera a la calidad cinematográfica propiamente dicha. A casi nadie le amarga un dulce... y el erotismo es tan viejo como la humanidad. Aunque en los albores fuese con taparrabos y garrotes, la modernidad hace que muchos de esos realizadores, renovarse o morir (léase jubilarse), vayan actualizando sus temáticas, ritmos narrativos... siempre con un aderezo de pieles desnudas y sensualidad de alto voltaje. Si Bigas Luna nos dejó boquiabiertos al tunearse con su última carta de presentación, Yo soy la Juani, es ahora Vicente Aranda quien sigue los mismos pasos. Por enésima vez, sobre la base literaria de su casi inseparable Juan Marsé -y dejando de lado su legado histórico con Tirante el Blanco, Juana la Loca o Carmen-, Aranda vuelve a acometer un intento loable en contenido pero fallido en forma.

En cuanto al contenido, la historia principal, la de un duro policía proteccionista con su hermano discapacitado intelectual y la relación de éste con una prostituta colombiana, deja flecos para asuntos secundarios que se podrían haber ahorrado ya que, únicamente, contribuyen a la desorientación del espectador. La referencia, sobre todo, alude al presunto caso de investigación policial que lleva al protagonista de vuelta a su entorno familiar. Da igual que haya sido un expediente disciplinario, un ajuste de cuentas terrorista o unas vacaciones, lo cierto es que extiende injustificadamente el metraje a pesar de suponer el detonante y el silenciador de la trama. Tampoco importan demasiado las continencias e incontinencias en algunos apartados familiares, por lo que todo ello podría haberse evitado a fin de sellar con una mayor profundidad el mayor interés residente en una contundente trama principal que, no obstante, poco o nada tiene que ver con Princesas de Fernando León, mucho más subjetiva, o con Pretty Woman, con un final edulcorado y enfrentado con la realidad cotidiana. Aquí, el final, curiosamente, resulta también algo artificioso y poco creíble. Una banda sonora muy cuidada, tanto en el apartado del score como en el de las canciones –incluida una de las bachatas más pinchadas de los últimos meses-, no sirve para contrarrestar unas tomas automovilísticas con reminiscencias de un pasado añejo o un montaje con unos diálogos que parecen doblados.

Por el contrario, a grandes rasgos, el reparto no está nada mal, y vaya por delante una curiosidad: la compañera policía tiene un gran parecido con Carolina Cerezuela y Cindy Crawford. Aparte, Yohana Cobo nos demuestra una vez más que es una gran actriz en ciernes, con apenas dos apariciones y 4 frases confirmando lo ofrecido en El séptimo día o Volver, y Héctor Colome se reivindica, nuevamente, como uno de nuestros veteranos a reconocer con un papel en la órbita del que ya interpretó en AzulOscuroCasiNegro. ¡Impresionante la colombiana Flora Martínez!. Siguiendo la estela de otras compatriotas que han corrido desigual fortuna en su desembarco en nuestro país, como son los casos de Angie Cepeda o Juana Acosta, Rosario Tijeras muestra, además del 100% de su piel tostado, un completo repertorio de recursos que seguramente, desconociendo las normas, bien pueden valerle un premio del cine español por este papel. Grande en la manipulación carnal... y grande en los subidones y bajones emocionales de su personaje. Para el final hemos reservado a nuestro Eduardo Noriega, quien, como todo el mundo sabe a estas alturas, interpreta un doble papel y además exhibe sus encantos frontales para deleite de todas vosotras, chicas. Ciñéndonos estrictamente al plano interpretativo, parece que se le atraganta tanta presencia. Mientras que su papel de discapacitado puede resultarnos histriónico en algunos momentos, algo totalmente coherente dentro de lo inusual de estos comportamientos, puede pasar por un tamiz rasurador. Por el contrario, en su faceta de poli duro, su excesiva declinación verbal y su cara de anuncio saltan demasiado a la vista y, lo que no sé si es positivo o negativo, dice más cuando calla que cuando habla.

La cinta, que podemos emparentar más con ¡Dispara! de Carlos Saura que con la serie de televisión Brigada Central, no entra a valorar la trágica situación de las chicas de los clubs en cuestión –de hecho, en muchos fragmentos de la película, a tenor de las situaciones reflejadas, podríamos pensar que muchas de ellas no tendrían queja-, una postura un tanto criticable por muchos, supongo, pero igualmente meritoria teniendo en cuenta que el cine no siempre tiene que estar basado en posicionamientos de distinta índole sino en el propio espíritu del celuloide. En no pocas ocasiones, el personalismo del director da al traste con el sentido cinematográfico de una película, aunque, en este caso, no es así, y valga como explicación, parafraseando con alguna variación el título de una película con mayor reconocimiento que méritos, el siguiente tridente alegórico: sexo, globos rojos y reinas de traseros.

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