Querido Efraín: La primera venida de Cristo llevaba consigo un significado de sufrimiento; en la segunda que se anuncia, en cambio, llevará la diadema del reino divino.
Casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en Belén, en la época que, desde entonces, se conoce como la de “plenitud de los tiempos”. Así, también, es doble también su descenso del Cielo: el primero, silencioso, como la fina lluvia sobre los prados; el otro, manifiesto y triunfal, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con pañales en un pesebre; en la segunda revestido de luces maravillosas y celestiales. En la primera soportó la cruz sin ignominia; en la otra, vendrá glorificado, y escoltado por ejércitos de ángeles.
No pensemos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera con los ángeles: “Bendito el que viene en nombre del Señor”, diremos eso mismo en la segunda; y saliendo al encuentro del Señor acompañado de ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a todos aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz.
Entonces, por razones de su clemente destino, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
De ambas venidas habla el profeta Malaquías: “De pronto entrará en el santuario el Señor a quien buscáis”. He ahí la primera venida.
Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis, miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.
Escribiendo a Tito, también San Pablo habla de esas dos venidas en estos términos: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
Por esa razón, en el Credo, nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que “creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”.
Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con toda su gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio de los tiempos, será otra vez renovado.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.