En un mundo árido y posapocalíptico, Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne) ha establecido una tiranía a partir del control del agua, un bien escaso. Una de sus siervas, Imperator Furiosa (Charlize Theron), decide rebelarse contra su poder, arrebatándole su mayor tesoro y huyendo a través del desierto. El solitario Max Rockatansky (Tom Hardy), la ayuda en su difícil cometido.
El veterano realizador australiano George Miller retoma con Mad Max: Fury Road, sobrevaloradísima película de acción sobre ruedas presentada en el pasado Festival de Cannes, la saga con la que alcanzara el éxito mundial entre finales de los setenta y mediados de los ochenta (Mad Max, salvajes de autopista, 1979; Mad Max 2, el guerrero de la carretera, 1981; Mad Max 3, más allá de la cúpula del trueno, 1985). Los ingredientes vienen a ser básicamente los mismos que los de las tres cintas previas, aunque convenientemente acentuados para complacer al poco (o nada) exigente espectador medio actual: mucha acción y espectaculares secuencias de persecución en un contexto posapocalíptico.
El guión, redundante tanto en su desarrollo de ida y vuelta como en su temática de esperanza y redención, deposita todo el peso dramático de la historia en el personaje de Charlize Theron, optando así por un discurso pro feminista políticamente correcto (¡mujeres al poder!) y acorde con el intercambio de roles característico de nuestro tiempo. La relevancia del personaje de Max en el relato se torna decepcionante, casi residual, con un Tom Hardy que no está a la altura de su ascendiente cinematográfico, el denostado Mel Gibson. Además, su personaje está repleto de clichés referidos a caracteres atormentados (ojo a esas lamentables visiones del pasado que lo atosigan). Los villanos, por su parte, encabezados por Inmortan Joe y sus blanquecinos esbirros, no sobrepasan la mera caricatura. El resto es simple y pura grandilocuencia visual con una estética más propia del cómic y del videojuego que del cine; abundando las acrobacias automovilísticas, las contorsiones a gran velocidad, las volteretas en el aire, las explosiones y otros excesos pirotécnicos. A favor del filme resaltaremos su buen ritmo, su conseguida mezcla de primitivismo y mecanización, y que, al menos, sus dos horas de metraje permiten pasar un rato entretenido.
Nada más. Veremos cómo evoluciona el resto de esta nueva saga.