De un tiempo a esta parte, los asuntos educativos, lejos de quedar fuera del alcance de la gresca política, se han convertido en arma arrojadiza entre gobiernos y oposiciones. Tal es la situación alcanzada que, cada cambio de ejecutivo, suele ir acompañado de nuevas leyes al respecto. La falta de unidad, y de uniformidad, en los criterios educativos nacionales únicamente contribuye a incrementar el desconcierto y la falta de concentración. La desorientación es tanta que, seguramente, muchos padres ni siquiera sabrán a estas alturas el curso o el ciclo formativo que sus hijos están estudiando este año. Uno de los cimientos de toda cultura es la lengua, en peligro ahora por el “acentuado” ataque de la nueva campaña electoral lamentablemente germinada por los ideólogos socialistas. No se les ha ocurrido otra cosa a estas mentes brillantes, tan propias del Nobel como los fichajes estrella para la alineación programática, que llevar al extremo el eslogan “con Z de Zapatero”. De este modo, términos como solidaridad o equidad no terminan en “d” sino en “z”, de Zapatero por supuesto. Lo castizo, por el momento, se ha quedado de lado: Madrid sigue siendo Madrid, con d. En cuestiones como éstas, antes que meter la pata, mejor callarse.
De callarse, o mejor dicho de mandar callar, entiende mucho el Rey Don Juan Carlos. Nuestro monarca no gana para disgustos: profesionales y personales. Para mandar callar, primero hay que saber hacerlo. Puede que no con palabras, pero sí con hechos. Los Reyes de España, sembrando la discordia marroquí, visitaron hace unos días Ceuta y Melilla, pero, al parecer, se olvidaron de que las Ciudades Autónomas siguen siéndolo de noche y pernoctaron lejos de allí en esa visita relámpago. Después, apenas unas fechas más acá en nuestro calendario, el Rey decidió espetarle al Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el ya consabido politono. Si bien su actuación fue respaldada por gran parte de los generadores de opinión en un primer momento, da la sensación de que el boomerang ha cambiado de dirección: ya no son tantos los que dan por suya la reacción del monarca. Ese cambio de postura, con altibajos en lo que a afinidades reales se refiere, puede que esconda en su reverso posos aún por leer y determinar: activo funcional o sujeto pasivo.