Los medios de comunicación hemos cebado a la opinión pública durante las últimas jornadas, ya lo hacemos menos y es que la distancia siempre minimiza la resaca informativa, con la inconcebible agresión de un joven en el metro de Barcelona a una chica ecuatoriana. Como absolutamente deplorable que es la conducta exhibida, no podemos hacer otra cosa que condenarla, por racista o por cualquier otro posible motivo que se esgrima, léase consumo de alcohol o drogas.
Sin embargo, particularmente, me gustaría alejarme del ya sobresaturado enfoque de la condición racista de nuestra sociedad, todos sabemos que la xenofobia es una cuestión principalmente de poder adquisitivo, para depositar mi preocupación en otra realidad menos condenable contra la que se ha atentado fácil y salvajemente y en la que, ya me gustaría a mí, comprobar la reacción de muchos de los fariseos en una situación de similares características. Tirar la piedra, y esconder la mano, es, para que engañarnos, uno de nuestros juegos favoritos en el análisis ajeno pero no propio.
Mucho se ha dicho y escrito sobre el joven espectador en la agresión del metro de Barcelona, sobre su pasividad a la hora de reaccionar y su inactividad visible. Como un suceso suele hablar más por sí solo que muchas palabras, y a riesgo de que algunos puedan acusarme de demagogo, sirva como espejo recordar que, en Valencia, otro joven falleció, en las mismas fechas, al acudir al auxilio de una chica a la que su pareja estaba agrediendo en la calle. La prudencia suele ser una cualidad poco exhibida en los medios de comunicación, aún cuando la vida, claro de otro, puede estar en juego. Para todo hay momentos y momento, y, si no, que se lo digan a Rajoy, y a su primo. En 300 años pueden suceder tantas cosas… de hecho, puede que ni siquiera alcancemos esa fecha para comprobar la situación climatológica de nuestro planeta si por medio seguimos empeñados, por ejemplo, en destrozarnos a base de conflictos bélicos. Los actos y las reflexiones en alto, aunque no vivamos en el agua, pueden tener las mismas consecuencias, porque por la boca muere el pez.