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Gonzalo G. Velasco

'Satardust': La otra magia

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El escritor de culto Neil Gaiman, autor de la conocida serie de novelas gráficas The Sandman, que marcaron un hito en el fantástico moderno con su inteligente mezcla de elementos oníricos, mitología y terror, escribió en 1997, a pluma y con ilustraciones de Charles Vess, una novela trufada de magia y fantasía bajo el título de Stardust. Más o menos por la misma época, Matthew Vaughn se preparaba para convertirse él también en un nombre de culto produciéndole a Guy Ritchie la simpática película Lock and Stock, cuyo estilo perpetuaría en films posteriores como Mean Machine, Snatch o, ya desde la dirección, Layer Cake. Nadie diría que dos autores con unos estilos tan pronunciados como lejanos entre sí podrían llegar algún día a formar parte de un mismo equipo creativo, sin embargo, acaba de estrenarse en nuestro país la versión Vaughn de la novela de Gaiman, y aún con sus defectos, que los tiene, puede decirse que la mezcla ha cuajado relativamente bien, tal vez porque en el fondo, nuestros dos artistas de culto tienen más cosas en común de las que a priori podría parecer, empezando por su mirada posmoderna y terminando por el inconfundible humor inglés que ambos imprimen a sus creaciones.

Sea como fuere, el caso es que Stardust es una fantasía cinematográfica a contracorriente, mucho más próxima al espíritu de películas ya antiguas como La Princesa Prometida o Legend que a las múltiples sagas de magos y guerreros surgidas como eructo inevitable de ese fenómeno que fue El Señor de Los Anillos. Su magia, no es tampoco la magia roma y simplona de Harry Potter o Las Crónicas de Narnia, y su sentido del espectáculo, si bien no renuncia a la inclusión puntual de efectos especiales de nueva generación, los utiliza con cierta morosidad. Frente a una fantasía mainstream de manual, donde paradójicamente la imaginación brilla por su ausencia, Vaughn adapta a Gaiman haciendo hincapié en los aspectos más imaginativos de su obra. Al mismo tiempo, conserva el tono de la historia original, retorcido sin dejar de ser liviano, inocente sin llegar a ser cursi, inteligente sin llegar a distanciar, y lo salpimenta con soluciones visuales interesantes, sobre todo en lo que se refiere al espacio de transición entre secuencias.

Lo decepcionante es que el conjunto patine justo donde Gaiman y Vaughn suelen acertar: la urdimbre de tramas y subtramas con cierto grado de complejidad. Todo en Stardust avanza a trompicones, sin un rumbo claro. Mientras que el número de secuencias aisladas que funcionan, bien por su sentido del humor o la originalidad de su acción, es inusualmente alto, el resultado final, en tanto que unidad dramática compacta, a duras penas logra mantenerse en pie: reuniones de personajes traídas por los pelos, situaciones precipitadas, meandros en la historia que no vienen al caso… Vamos, que la estrambótica naturalidad con la que los acontecimientos se sucedían en Lock and Stock o Snatch aquí no se encuentra por ninguna parte. Bien es cierto que la vacilante interpretación con la que Charlie Cox da vida al sosísimo personaje central contribuye en gran medida a resaltar estas deficiencias, pero teniendo en cuenta que ni Daniel Radcliffe ni Harry Potter son, respectivamente, el colmo de la buena actuación y del carisma, algo así no debería ser un problema.

Decía Hitchcock que si dos ovejas se juntaran para pastar celuloide al menos una de ellas diría que era mejor el libro. A mi no me gusta llegar a conclusiones como las de estos animales porque respeto al director inglés más que a ningún otro cineasta y me fastidia debatirme entre darle la razón o quedar como un panoli. Sin embargo, no cabe duda de que Stardust es un claro ejemplo de adaptación cinematográfica inferior en calidad al original literario, lo cual no significa que pueda definirse como alpiste para audiencias poco exigentes, pues a diferencia de otras épicas fast-food, el film de Matthew Vaughn al menos señala cual es el camino a seguir por la fantasía heroica para sobreponerse al estado de parálisis creativa en el que ahora se encuentra. Veremos si alguien en el futuro se decide a emprender el peligroso viaje o si todo se queda en polvo, sea de estrellas o no.

'Satardust': La otra magia

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
lunes, 7 de enero de 2008, 02:13 h (CET)
El escritor de culto Neil Gaiman, autor de la conocida serie de novelas gráficas The Sandman, que marcaron un hito en el fantástico moderno con su inteligente mezcla de elementos oníricos, mitología y terror, escribió en 1997, a pluma y con ilustraciones de Charles Vess, una novela trufada de magia y fantasía bajo el título de Stardust. Más o menos por la misma época, Matthew Vaughn se preparaba para convertirse él también en un nombre de culto produciéndole a Guy Ritchie la simpática película Lock and Stock, cuyo estilo perpetuaría en films posteriores como Mean Machine, Snatch o, ya desde la dirección, Layer Cake. Nadie diría que dos autores con unos estilos tan pronunciados como lejanos entre sí podrían llegar algún día a formar parte de un mismo equipo creativo, sin embargo, acaba de estrenarse en nuestro país la versión Vaughn de la novela de Gaiman, y aún con sus defectos, que los tiene, puede decirse que la mezcla ha cuajado relativamente bien, tal vez porque en el fondo, nuestros dos artistas de culto tienen más cosas en común de las que a priori podría parecer, empezando por su mirada posmoderna y terminando por el inconfundible humor inglés que ambos imprimen a sus creaciones.

Sea como fuere, el caso es que Stardust es una fantasía cinematográfica a contracorriente, mucho más próxima al espíritu de películas ya antiguas como La Princesa Prometida o Legend que a las múltiples sagas de magos y guerreros surgidas como eructo inevitable de ese fenómeno que fue El Señor de Los Anillos. Su magia, no es tampoco la magia roma y simplona de Harry Potter o Las Crónicas de Narnia, y su sentido del espectáculo, si bien no renuncia a la inclusión puntual de efectos especiales de nueva generación, los utiliza con cierta morosidad. Frente a una fantasía mainstream de manual, donde paradójicamente la imaginación brilla por su ausencia, Vaughn adapta a Gaiman haciendo hincapié en los aspectos más imaginativos de su obra. Al mismo tiempo, conserva el tono de la historia original, retorcido sin dejar de ser liviano, inocente sin llegar a ser cursi, inteligente sin llegar a distanciar, y lo salpimenta con soluciones visuales interesantes, sobre todo en lo que se refiere al espacio de transición entre secuencias.

Lo decepcionante es que el conjunto patine justo donde Gaiman y Vaughn suelen acertar: la urdimbre de tramas y subtramas con cierto grado de complejidad. Todo en Stardust avanza a trompicones, sin un rumbo claro. Mientras que el número de secuencias aisladas que funcionan, bien por su sentido del humor o la originalidad de su acción, es inusualmente alto, el resultado final, en tanto que unidad dramática compacta, a duras penas logra mantenerse en pie: reuniones de personajes traídas por los pelos, situaciones precipitadas, meandros en la historia que no vienen al caso… Vamos, que la estrambótica naturalidad con la que los acontecimientos se sucedían en Lock and Stock o Snatch aquí no se encuentra por ninguna parte. Bien es cierto que la vacilante interpretación con la que Charlie Cox da vida al sosísimo personaje central contribuye en gran medida a resaltar estas deficiencias, pero teniendo en cuenta que ni Daniel Radcliffe ni Harry Potter son, respectivamente, el colmo de la buena actuación y del carisma, algo así no debería ser un problema.

Decía Hitchcock que si dos ovejas se juntaran para pastar celuloide al menos una de ellas diría que era mejor el libro. A mi no me gusta llegar a conclusiones como las de estos animales porque respeto al director inglés más que a ningún otro cineasta y me fastidia debatirme entre darle la razón o quedar como un panoli. Sin embargo, no cabe duda de que Stardust es un claro ejemplo de adaptación cinematográfica inferior en calidad al original literario, lo cual no significa que pueda definirse como alpiste para audiencias poco exigentes, pues a diferencia de otras épicas fast-food, el film de Matthew Vaughn al menos señala cual es el camino a seguir por la fantasía heroica para sobreponerse al estado de parálisis creativa en el que ahora se encuentra. Veremos si alguien en el futuro se decide a emprender el peligroso viaje o si todo se queda en polvo, sea de estrellas o no.

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