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“Los pactos políticos entre fracciones adversas son siempre de mala fe, aunque sean convenientes.” John William Cooke (Político argentino)

Los sin…

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Vivimos en la era de los sin… Sí, me refiero al café sin cafeína, la leche sin nata, a los refrescos sin azúcar y sin calorías, al vino sin alcohol, la cerveza sin alcohol. Parece mentira pero les aseguro que incluso ya hay güisqui —whisky que dicen los ingleses— sin alcohol.

A todos estos sin, se les ha desnaturalizado, se les ha desprovisto de su esencia y la consecuencia es que cuando uno los prueba, saben a cualquier cosa menos a lo que deberían saber. Son como un diente al que se le ha matado el nervio. Sí, está en su sitio, pero sin fuerza, sin vida.

Eso mismo es lo que va a suceder en muchísimos ayuntamientos y en no pocas comunidades autónomas.

Los votos ya fueron depositados en las urnas. La fragmentación del voto que se ha producido en estas elecciones va a hacer complejísima la gobernabilidad de muchos ayuntamientos y comunidades autónomas. La división y confrontación sectaria, solo ha producido corporaciones heterogéneas e inoperantes, cuyas consecuencias solo las sufrirán los ciudadanos.

Sin embargo, la batalla por la conquista de un trozo de la tarta del poder aún no ha terminado. Ahora que los partidos ya no tienen necesidad de seguir utilizando la atractiva máscara con que se nos han presentado durante la campaña electoral, descubrirán su auténtico rostro y la naturaleza de sus verdaderas intenciones.

No importa quien haya ganado, porque ahora los distintos contendientes entran en ese período del toma y daca, de los apoyos a cambio de poltronas, del chalaneo de los cargos, del trapicheo del poder que yo te doy si tú me eliges. Lo que sea para secuestrar la voluntad de los votantes mediante ayuntamientos —de ayuntarse— de tan difícil convivencia que lo más probable es que, mientras duren, sean estériles y no den el menor fruto a la sociedad. Hay triste y sobrada experiencia en este tipo de uniones para obtener el poder que el pueblo, en nombre del cual, todos se autoerigen en portavoces exclusivos, no les han concedido en las urnas.

Para lograr esa tensa y chirriante coexistencia, los partidos se ven obligados a mutilar sus programas, a veces, hasta dejarlos irreconocibles. Es decir: volvemos al vino que deja de ser vino y al café convertido en agua sucia. Sí, porque sucio es utilizar el voto de los ciudadanos para otros fines que no son aquellos que nos prometieron.

¿De qué le sirve al votante su elección si no es para ver como sus representantes luchan por conseguir aquellos ideales que le prometieron en la campaña electoral y que el partido político elegido dice defender, si por el deseo de desalojar y deshacer lo que ha hecho el adversario y al mismo tiempo obtener una parcela de poder, las promesas hechas se quedan convertidas en un híbrido sin vida?

Y lo que es aún peor para mayor desconcierto de los electores. Muchas veces esos pactos ni siquiera se van a producir siempre en la misma dirección, sino que mientras aquí no tendrán el menor escrúpulo en aparearse con los capuletos, allá intentarán hacernos ver como lo más coherente el encamarse con los montescos.

Como esas coyundas desnaturalizadas solo están motivadas por la ambición de poder y no por la vocación de servicio a la sociedad como se ufanan de pregonar a los cuatro vientos, siempre serán estériles. Cómo máximo, el único fruto que de las mismas podemos esperar —porque es lo único en lo se pondrán de acuerdo— es en deshacer todo aquello que hayan hecho sus predecesores. No importa que sea bueno o malo para la ciudadanía. Esa no es la cuestión. Se trate de lo que se trate, el argumento siempre se centrará en el sempiterno e instrumentado tópico de los pobres y los ricos.

Y digo yo: Al margen del interés político de los partidos ¿Dónde quedan los verdaderos intereses de los españoles?

Si la verdadera vocación de los partidos, tal y como proclaman, fuera la de servir al pueblo y trabajar por su progreso y desarrollo, sería mucho más enriquecedor, que estas junturas que se van a producir para constituir los gobiernos de nuestras instituciones, se ocupasen de sumar esfuerzos encaminados a seguir despejando el camino de la recuperación y no levantar muros infranqueables entre ellos mismos que produzcan la esclerosis de la institución.

Es absolutamente necesario que de las componendas que en los próximos días van a tener lugar en los despachos, nazca una nueva entidad, una tercera vía, en la que con la aportación de las diferentes fuerzas implicadas, la suma de la diversidad sea causa de enriquecimiento institucional y no de quiebra de quiebra social.

Solo así, nuestras instituciones, y con ellas nosotros mismos, en vez de volver a ser las sin… se convertirían en las con…

Los sin…

“Los pactos políticos entre fracciones adversas son siempre de mala fe, aunque sean convenientes.” John William Cooke (Político argentino)
César Valdeolmillos
domingo, 24 de mayo de 2015, 22:02 h (CET)
Vivimos en la era de los sin… Sí, me refiero al café sin cafeína, la leche sin nata, a los refrescos sin azúcar y sin calorías, al vino sin alcohol, la cerveza sin alcohol. Parece mentira pero les aseguro que incluso ya hay güisqui —whisky que dicen los ingleses— sin alcohol.

A todos estos sin, se les ha desnaturalizado, se les ha desprovisto de su esencia y la consecuencia es que cuando uno los prueba, saben a cualquier cosa menos a lo que deberían saber. Son como un diente al que se le ha matado el nervio. Sí, está en su sitio, pero sin fuerza, sin vida.

Eso mismo es lo que va a suceder en muchísimos ayuntamientos y en no pocas comunidades autónomas.

Los votos ya fueron depositados en las urnas. La fragmentación del voto que se ha producido en estas elecciones va a hacer complejísima la gobernabilidad de muchos ayuntamientos y comunidades autónomas. La división y confrontación sectaria, solo ha producido corporaciones heterogéneas e inoperantes, cuyas consecuencias solo las sufrirán los ciudadanos.

Sin embargo, la batalla por la conquista de un trozo de la tarta del poder aún no ha terminado. Ahora que los partidos ya no tienen necesidad de seguir utilizando la atractiva máscara con que se nos han presentado durante la campaña electoral, descubrirán su auténtico rostro y la naturaleza de sus verdaderas intenciones.

No importa quien haya ganado, porque ahora los distintos contendientes entran en ese período del toma y daca, de los apoyos a cambio de poltronas, del chalaneo de los cargos, del trapicheo del poder que yo te doy si tú me eliges. Lo que sea para secuestrar la voluntad de los votantes mediante ayuntamientos —de ayuntarse— de tan difícil convivencia que lo más probable es que, mientras duren, sean estériles y no den el menor fruto a la sociedad. Hay triste y sobrada experiencia en este tipo de uniones para obtener el poder que el pueblo, en nombre del cual, todos se autoerigen en portavoces exclusivos, no les han concedido en las urnas.

Para lograr esa tensa y chirriante coexistencia, los partidos se ven obligados a mutilar sus programas, a veces, hasta dejarlos irreconocibles. Es decir: volvemos al vino que deja de ser vino y al café convertido en agua sucia. Sí, porque sucio es utilizar el voto de los ciudadanos para otros fines que no son aquellos que nos prometieron.

¿De qué le sirve al votante su elección si no es para ver como sus representantes luchan por conseguir aquellos ideales que le prometieron en la campaña electoral y que el partido político elegido dice defender, si por el deseo de desalojar y deshacer lo que ha hecho el adversario y al mismo tiempo obtener una parcela de poder, las promesas hechas se quedan convertidas en un híbrido sin vida?

Y lo que es aún peor para mayor desconcierto de los electores. Muchas veces esos pactos ni siquiera se van a producir siempre en la misma dirección, sino que mientras aquí no tendrán el menor escrúpulo en aparearse con los capuletos, allá intentarán hacernos ver como lo más coherente el encamarse con los montescos.

Como esas coyundas desnaturalizadas solo están motivadas por la ambición de poder y no por la vocación de servicio a la sociedad como se ufanan de pregonar a los cuatro vientos, siempre serán estériles. Cómo máximo, el único fruto que de las mismas podemos esperar —porque es lo único en lo se pondrán de acuerdo— es en deshacer todo aquello que hayan hecho sus predecesores. No importa que sea bueno o malo para la ciudadanía. Esa no es la cuestión. Se trate de lo que se trate, el argumento siempre se centrará en el sempiterno e instrumentado tópico de los pobres y los ricos.

Y digo yo: Al margen del interés político de los partidos ¿Dónde quedan los verdaderos intereses de los españoles?

Si la verdadera vocación de los partidos, tal y como proclaman, fuera la de servir al pueblo y trabajar por su progreso y desarrollo, sería mucho más enriquecedor, que estas junturas que se van a producir para constituir los gobiernos de nuestras instituciones, se ocupasen de sumar esfuerzos encaminados a seguir despejando el camino de la recuperación y no levantar muros infranqueables entre ellos mismos que produzcan la esclerosis de la institución.

Es absolutamente necesario que de las componendas que en los próximos días van a tener lugar en los despachos, nazca una nueva entidad, una tercera vía, en la que con la aportación de las diferentes fuerzas implicadas, la suma de la diversidad sea causa de enriquecimiento institucional y no de quiebra de quiebra social.

Solo así, nuestras instituciones, y con ellas nosotros mismos, en vez de volver a ser las sin… se convertirían en las con…

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