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Una vez más dedicamos la velada a contemplar este espectáculo

Eurovisión, un hito imposible

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Quizá para descargar el cansancio de quince días de agobio electoral, de mítines insulsos, de discursos vacuos y de personajes impresentables pretendiendo dar lecciones de democracia a los españoles, cuando todo lo que se esconde debajo de sus pieles de cordero tiene el tufo inconfundible del totalitarismo más rancio y obsoleto, hambriento de poder y trufado del indigenismo bolivariano que parece haberse apoderado de ciertos países del Nuevo Mundo que, después de quejarse de los “desmanes” de los descubridores españoles del Siglo XV y XVI, cuando descubrieron y conquistaron unos pueblos salvajes allende los mares en los que, por aquel entonces, los sacrificios rituales de humanos eran habituales, las torturas cotidianas, la humillación y postergación de las mujeres endémica y los abusos y fiereza de sus reyes sobre sus súbditos, proverbiales; han demostrado que, cuando han tenido la oportunidad de recuperar el poder, arrancándolo de manos de sus “explotadores”, no han hecho otra cosa que empeorar las cosas, convirtiéndose en tiranos corruptos y absolutistas, imponiendo la ley de la fuerza y confinando a sus adversarios políticos en las cárceles, condenándoles a la tortura e implantando la mordaza de la censura a los medios de comunicación, para mantener al pueblo ignorante y desinformado de la realidad y sometido a la propaganda interesada de sus opresores.

Por eso, una vez más, dedicamos la velada del día de ayer a contemplar, desde la comodidad del hogar, este espectáculo que cada año se repite y que se ha convertido en lo que se podría definir como una especie de costumbre a la que nos hemos habituado, aunque sepamos, de antemano, que no vamos a tener sorpresas, que todo está “atado y bien atado” y que se trata, cada vez más, de un bonito show en el que lo de menos son las canciones que se escenifican en un fastuoso despliegue de medios técnicos, cada vez más sofisticados, mejor presentados y convenientemente aderezados con los últimos adelantos de la técnica y la electrónica.

El Festival de Eurovisión, cada vez tiene menos de europeo y de lo que se pudiera definir como una muestra colorida de la producción musical, en los distintos idiomas que se hablan en el continente europeo, para convertirse en un tributo al idioma inglés con raras y heroicas excepciones, una de ellas la de España, en la que se sigue usando el idioma vernáculo, aún sabiendo que ello constituye un serio handicap para conseguir que la canción sea votada en un concurso en el que, cada día más, domina el idioma de la Rubia Albión, aunque no salga beneficiada con los votos de la audiencia. Hasta la orgullosa Rusia ha acabado claudicando. Por otra parte, la inclusión en el certamen de países como Israel o Australia, no hace sino confirmar que la esencia y la finalidad primera del Euro concurso consistente en dar a conocer, al resto del mundo, el potencial de la moderna creación musical europea; ha quedado sustituida por lo que ayer figuraba en el lema del certamen: “tender puentes entre los pueblos”, algo que suena muy bien, que seguramente contiene una intención ejemplarizante, pero que nada tiene que ver con lo que fueron los motivos básicos que indujeron a los impulsores del festival cuando decidieron crearlo.

Debemos decir que, respecto a ediciones anteriores, tuvimos la sensación de que la calidad de las canciones que se presentaron en la gala, fue mejor respecto a otras galas celebradas últimamente. En general fueron muy bien interpretadas y, al menos para una persona no experta en la materia como este cronista, resultaron más agradables de escuchar. Sin embargo, es importante resaltar que, tanto en la canción de Suecia, la ganadora del concurso, como en la mayoría del resto de las que se interpretaron, es muy posible que, en cuanto al impacto que causaron a los oyentes, influyera tanto o más la presentación técnica, el juego de luces, los efectos especiales y la impactante decoración, que la calidad intrínseca de la canción, la interpretación y fuerza expresiva del cantante que la defendía.

La canción española, como viene ocurriendo desde hace años, a pesar de las críticas que se le vienen haciendo a la TV española respecto al método seguido para elegir la canción que debe representarnos en Eurovisión; ha seguido adoleciendo del mismo defecto, que las ha venido caracterizando en ediciones precedentes, de falta de calidad, de adocenamiento y de no adaptarse al gusto del resto de países que acuden al festival y que son los que votan, en definitiva, la canción y el intérprete que van a ser vencedores. Claro que los gustos de la parroquia televisiva van cambiando a través de los años y que no, en todas las naciones con derecho a voto, las simpatías, la influencia de la vecindad, la ideología política, el gusto por una determinada variedad musical o la cuestión del idioma; influyen en un mismo grado y con igual fuerza en el sentido del voto. Sin embargo, en esta última edición, tres canciones han sobresalido sobre las demás, acaparando la mayoría de los votos, de entre las cuales ha salido una clara vencedora: la de Suecia. La presentada por España, no tenía, ni por asomo, la calidad que la permitiera contender con posibilidades de éxito, como ha quedado demostrado, con las otras competidoras, entre las cuales había más de una que, seguramente, hubieran merecido mejor suerte en los resultados y que no consiguieron el éxito merecido por no tener el especial carácter festivalero propio de la Eurovisión que, por otra parte, no sigue casi nunca una misma pauta.

Especialmente el trío presentado por la TV italiana, nos parecieron de muy buena calidad y es muy probable que, el hecho de interpretarla en italiano quizá, aunque es un idioma muy adecuado para la lírica, les restara opciones al triunfo. Edurne hizo lo que pudo para salvar una canción que, desde el momento en que fue elegida, ya daba la sensación de no ser la adecuada para el festival; los arreglos que se le hicieron la mejoraron, pero no lo suficiente para ponerla a la altura del resto de las que se presentaron en competencia. El puesto vigésimo primero, aunque decepcionante, no se puede decir que no fuera justo.

Es posible que la guapa Edurne, que defendió bien la parte melódica de su canción, se sobrepasara al querer darle un dramatismo excesivo a su interpretación gestual, con lo que consiguió que, en algún momento de su participación, se tuviera la impresión de una cierta sobreactuación, más propia de las antiguas tragedias griegas que de una actuación propia de un festival del Siglo XXI. No obstante, la chica hizo lo que pudo con oficio y poniendo toda la carne en el asador. En cualquier caso, los organizadores del certamen debieran considerar si el empleo desmesurado de técnicas electrónicas, de la utilización de un exceso de decibelios, en ocasiones molesto o de un uso desigual de efectos especiales a favor de algunas de las presentaciones, pudieran inclinar la balanza hacia una canción que, en puridad, quizá no debiera ser la más merecedora al galardón.

Un año más que, para los españoles, seguramente, en el aspecto político puede depararnos algunos cambios que puedan significar un retroceso de una o dos generaciones, según a quien decidan otorgar el gobierno de la nación; hemos podido contemplar un espectáculo meramente de entretenimiento, sin otra trascendencia que la que se le da a lo frívolo y la honrilla que, como español, siempre se siente perjudicada cuando, aún en contra del sentido común, quisiéramos que los que nos representan fuera de España salieran airosos en sus empeños. No ha podido ser y no pasa nada. Otra vez será.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos querido comentar, una vez más, las incidencias de ese intrascendente evento, conocido como el Festivas de Eurovisión. Mañana, con toda probabilidad, tendremos que hablar de algo más trascendental: lo que le espera a nuestra patria después de las elecciones autonómicas y municipales. Ahí es nada.

Eurovisión, un hito imposible

Una vez más dedicamos la velada a contemplar este espectáculo
Miguel Massanet
domingo, 24 de mayo de 2015, 22:37 h (CET)
Quizá para descargar el cansancio de quince días de agobio electoral, de mítines insulsos, de discursos vacuos y de personajes impresentables pretendiendo dar lecciones de democracia a los españoles, cuando todo lo que se esconde debajo de sus pieles de cordero tiene el tufo inconfundible del totalitarismo más rancio y obsoleto, hambriento de poder y trufado del indigenismo bolivariano que parece haberse apoderado de ciertos países del Nuevo Mundo que, después de quejarse de los “desmanes” de los descubridores españoles del Siglo XV y XVI, cuando descubrieron y conquistaron unos pueblos salvajes allende los mares en los que, por aquel entonces, los sacrificios rituales de humanos eran habituales, las torturas cotidianas, la humillación y postergación de las mujeres endémica y los abusos y fiereza de sus reyes sobre sus súbditos, proverbiales; han demostrado que, cuando han tenido la oportunidad de recuperar el poder, arrancándolo de manos de sus “explotadores”, no han hecho otra cosa que empeorar las cosas, convirtiéndose en tiranos corruptos y absolutistas, imponiendo la ley de la fuerza y confinando a sus adversarios políticos en las cárceles, condenándoles a la tortura e implantando la mordaza de la censura a los medios de comunicación, para mantener al pueblo ignorante y desinformado de la realidad y sometido a la propaganda interesada de sus opresores.

Por eso, una vez más, dedicamos la velada del día de ayer a contemplar, desde la comodidad del hogar, este espectáculo que cada año se repite y que se ha convertido en lo que se podría definir como una especie de costumbre a la que nos hemos habituado, aunque sepamos, de antemano, que no vamos a tener sorpresas, que todo está “atado y bien atado” y que se trata, cada vez más, de un bonito show en el que lo de menos son las canciones que se escenifican en un fastuoso despliegue de medios técnicos, cada vez más sofisticados, mejor presentados y convenientemente aderezados con los últimos adelantos de la técnica y la electrónica.

El Festival de Eurovisión, cada vez tiene menos de europeo y de lo que se pudiera definir como una muestra colorida de la producción musical, en los distintos idiomas que se hablan en el continente europeo, para convertirse en un tributo al idioma inglés con raras y heroicas excepciones, una de ellas la de España, en la que se sigue usando el idioma vernáculo, aún sabiendo que ello constituye un serio handicap para conseguir que la canción sea votada en un concurso en el que, cada día más, domina el idioma de la Rubia Albión, aunque no salga beneficiada con los votos de la audiencia. Hasta la orgullosa Rusia ha acabado claudicando. Por otra parte, la inclusión en el certamen de países como Israel o Australia, no hace sino confirmar que la esencia y la finalidad primera del Euro concurso consistente en dar a conocer, al resto del mundo, el potencial de la moderna creación musical europea; ha quedado sustituida por lo que ayer figuraba en el lema del certamen: “tender puentes entre los pueblos”, algo que suena muy bien, que seguramente contiene una intención ejemplarizante, pero que nada tiene que ver con lo que fueron los motivos básicos que indujeron a los impulsores del festival cuando decidieron crearlo.

Debemos decir que, respecto a ediciones anteriores, tuvimos la sensación de que la calidad de las canciones que se presentaron en la gala, fue mejor respecto a otras galas celebradas últimamente. En general fueron muy bien interpretadas y, al menos para una persona no experta en la materia como este cronista, resultaron más agradables de escuchar. Sin embargo, es importante resaltar que, tanto en la canción de Suecia, la ganadora del concurso, como en la mayoría del resto de las que se interpretaron, es muy posible que, en cuanto al impacto que causaron a los oyentes, influyera tanto o más la presentación técnica, el juego de luces, los efectos especiales y la impactante decoración, que la calidad intrínseca de la canción, la interpretación y fuerza expresiva del cantante que la defendía.

La canción española, como viene ocurriendo desde hace años, a pesar de las críticas que se le vienen haciendo a la TV española respecto al método seguido para elegir la canción que debe representarnos en Eurovisión; ha seguido adoleciendo del mismo defecto, que las ha venido caracterizando en ediciones precedentes, de falta de calidad, de adocenamiento y de no adaptarse al gusto del resto de países que acuden al festival y que son los que votan, en definitiva, la canción y el intérprete que van a ser vencedores. Claro que los gustos de la parroquia televisiva van cambiando a través de los años y que no, en todas las naciones con derecho a voto, las simpatías, la influencia de la vecindad, la ideología política, el gusto por una determinada variedad musical o la cuestión del idioma; influyen en un mismo grado y con igual fuerza en el sentido del voto. Sin embargo, en esta última edición, tres canciones han sobresalido sobre las demás, acaparando la mayoría de los votos, de entre las cuales ha salido una clara vencedora: la de Suecia. La presentada por España, no tenía, ni por asomo, la calidad que la permitiera contender con posibilidades de éxito, como ha quedado demostrado, con las otras competidoras, entre las cuales había más de una que, seguramente, hubieran merecido mejor suerte en los resultados y que no consiguieron el éxito merecido por no tener el especial carácter festivalero propio de la Eurovisión que, por otra parte, no sigue casi nunca una misma pauta.

Especialmente el trío presentado por la TV italiana, nos parecieron de muy buena calidad y es muy probable que, el hecho de interpretarla en italiano quizá, aunque es un idioma muy adecuado para la lírica, les restara opciones al triunfo. Edurne hizo lo que pudo para salvar una canción que, desde el momento en que fue elegida, ya daba la sensación de no ser la adecuada para el festival; los arreglos que se le hicieron la mejoraron, pero no lo suficiente para ponerla a la altura del resto de las que se presentaron en competencia. El puesto vigésimo primero, aunque decepcionante, no se puede decir que no fuera justo.

Es posible que la guapa Edurne, que defendió bien la parte melódica de su canción, se sobrepasara al querer darle un dramatismo excesivo a su interpretación gestual, con lo que consiguió que, en algún momento de su participación, se tuviera la impresión de una cierta sobreactuación, más propia de las antiguas tragedias griegas que de una actuación propia de un festival del Siglo XXI. No obstante, la chica hizo lo que pudo con oficio y poniendo toda la carne en el asador. En cualquier caso, los organizadores del certamen debieran considerar si el empleo desmesurado de técnicas electrónicas, de la utilización de un exceso de decibelios, en ocasiones molesto o de un uso desigual de efectos especiales a favor de algunas de las presentaciones, pudieran inclinar la balanza hacia una canción que, en puridad, quizá no debiera ser la más merecedora al galardón.

Un año más que, para los españoles, seguramente, en el aspecto político puede depararnos algunos cambios que puedan significar un retroceso de una o dos generaciones, según a quien decidan otorgar el gobierno de la nación; hemos podido contemplar un espectáculo meramente de entretenimiento, sin otra trascendencia que la que se le da a lo frívolo y la honrilla que, como español, siempre se siente perjudicada cuando, aún en contra del sentido común, quisiéramos que los que nos representan fuera de España salieran airosos en sus empeños. No ha podido ser y no pasa nada. Otra vez será.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, hemos querido comentar, una vez más, las incidencias de ese intrascendente evento, conocido como el Festivas de Eurovisión. Mañana, con toda probabilidad, tendremos que hablar de algo más trascendental: lo que le espera a nuestra patria después de las elecciones autonómicas y municipales. Ahí es nada.

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