Querido Efraín: Escribió San Agustín, allá por el Siglo IV de nuestra era, que, cuando oramos, nos resultan necesarias las palabras; ellas nos descubren lo que debemos pedir, pero lejos de nosotros la idea de pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar al “Padre Nuestro que está en los cielos”, lo que necesitamos o para forzarle a concedérnoslo.
Por tanto, al decir: “Santificado sea tu nombre”, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.
Y cuando añadimos: “Venga a nosotros tu reino”, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.
Cuando decimos: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.
Al decir: “El pan nuestro de cada día dánosle hoy”, con el hoy queremos significar el tiempo presente, por el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna. Cuando decimos: “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.
“No nos dejes caer en la tentación”, nos exhorta a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.
Cuando decimos: “Líbranos del mal”, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras del Padrenuestro abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades.
Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para estimular nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración que el mismo Cristo nos enseñó. Y quien dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera material. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.