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Largo me lo fiáis

Génesis 3:16

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Esa curiosa tenacidad que tenemos los seres humanos por defender la vida no tiene nada que ver con Dios ni con la religión, al menos de modo instintivo y nada elaborado. Podemos apoyarnos en ella si es preciso, pero sólo si no estamos lo suficientemente seguros de nuestras inclinaciones. Porque lo cierto es que es mucho más simple que todo eso, pues se encuentra impresa en nuestros genes, de la misma forma que también están ahí el instinto básico por sobrevivir y saber sobreponerse a los imponderables del día a día, y cómo no el de trascender en el espacio y en el tiempo a través de nuestra descendencia.

Desde que tenemos conciencia de ello, el hombre ha pretendido fiscalizar todo lo que concierne a la maternidad, especialmente porque afecta a la libertad de la mujer, y eso, nos guste o no, subyuga sobremanera al sexo opuesto hasta el punto de intentar fiscalizarle cualquier cosa, a su juicio, susceptible de serlo. Esa es, curiosamente, la impresión que quien suscribe extrae de la nueva ocurrencia del gobierno español acerca de este asunto. Pensada, según ellos, para estimular a las mujeres españolas a que tengan descendencia, a mí y a muchos otros nos da la impresión, por el contrario, que no es más que una argucia para intentar recuperar el voto pro-vida perdido hace meses con la destitución de Ruiz Gallardón de la cartera de Justicia.

Pero una cámara que no es capaz de garantizar una calidad de vida mínimamente digna para todos y cada uno de los ciudadanos que integran el país al que aquella representa, tampoco tiene a mi juicio autoridad moral para legislar acerca de asuntos tan sensibles como el aborto. Porque no se puede pretender, por una parte, recortar el legítimo derecho a elegir el cómo y el cuándo con respecto a la maternidad de las mujeres, para a continuación desentenderse, por otra, de lo que le ocurra a ésta y a su descendencia tras el alumbramiento.

Génesis 3:16

Largo me lo fiáis
Francisco J. Caparrós
lunes, 18 de mayo de 2015, 23:36 h (CET)
Esa curiosa tenacidad que tenemos los seres humanos por defender la vida no tiene nada que ver con Dios ni con la religión, al menos de modo instintivo y nada elaborado. Podemos apoyarnos en ella si es preciso, pero sólo si no estamos lo suficientemente seguros de nuestras inclinaciones. Porque lo cierto es que es mucho más simple que todo eso, pues se encuentra impresa en nuestros genes, de la misma forma que también están ahí el instinto básico por sobrevivir y saber sobreponerse a los imponderables del día a día, y cómo no el de trascender en el espacio y en el tiempo a través de nuestra descendencia.

Desde que tenemos conciencia de ello, el hombre ha pretendido fiscalizar todo lo que concierne a la maternidad, especialmente porque afecta a la libertad de la mujer, y eso, nos guste o no, subyuga sobremanera al sexo opuesto hasta el punto de intentar fiscalizarle cualquier cosa, a su juicio, susceptible de serlo. Esa es, curiosamente, la impresión que quien suscribe extrae de la nueva ocurrencia del gobierno español acerca de este asunto. Pensada, según ellos, para estimular a las mujeres españolas a que tengan descendencia, a mí y a muchos otros nos da la impresión, por el contrario, que no es más que una argucia para intentar recuperar el voto pro-vida perdido hace meses con la destitución de Ruiz Gallardón de la cartera de Justicia.

Pero una cámara que no es capaz de garantizar una calidad de vida mínimamente digna para todos y cada uno de los ciudadanos que integran el país al que aquella representa, tampoco tiene a mi juicio autoridad moral para legislar acerca de asuntos tan sensibles como el aborto. Porque no se puede pretender, por una parte, recortar el legítimo derecho a elegir el cómo y el cuándo con respecto a la maternidad de las mujeres, para a continuación desentenderse, por otra, de lo que le ocurra a ésta y a su descendencia tras el alumbramiento.

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