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Etiquetas | Familia y educación
Emili Avilés

Los padres y maestros mejoramos junto a hijos y alumnos

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En cualquier ámbito de las relaciones humanas pueden existir complicaciones, dificultades en el trato, incompatibilidades, egoísmos. También en lo que respecta a la educación familiar, es cierto que hay variables que pueden agudizar los problemas para seguir unas indicaciones consensuadas y exigentes. A veces, el problema viene con el especial carácter del padre, la madre o algún hijo, por lo que importa mucho tenerlos en cuenta. Reconozcamos que, para eso, también son un hándicap las ausencias del hogar o situaciones familiares de crisis. Asimismo, puede ser una gravosa rémora la sobreprotección, la falta de comunicación, la desunión de los padres en criterios básicos y la falta de tiempo real de trato, de convivencia, entre cónyuges y con los hijos.

Otro tanto puede ocurrir y de hecho ocurre, en los centros educativos, donde múltiples circunstancias de conflicto o la falta de determinación en aplicar las normas, pueden ser una negativa influencia para los alumnos. Y es que, observamos la tendencia de niños y mayores a escapar de la autoridad. Hay como una relación de amor-odio. No nos asuste, es cuestión de naturaleza humana. Pero, no caigamos en la imposición de unas maneras de conducta que sólo reflejen hábitos exteriores para hacer algunas cosas. En el hogar y en la escuela lo básico será el desarrollo de criterios propios para enjuiciar la realidad. Presentemos y expliquemos lo que principalmente niños y jóvenes deben hacer, con optimismo e iniciativa.

Los padres y educadores hemos de comportarnos de forma coherente con lo que exigimos. Somos modelo, queramos o no. Es habitual que hijos y alumnos nos prueben con su actitud y conducta. Quieren conocer hasta dónde pueden llegar y cómo reaccionamos los adultos. Urge saber qué decir y qué hacer. Importa tener ideas claras y buen humor. También, en muchas ocasiones, deberemos ser fuertes para no ceder sin necesidad.

Un medio oportuno y eficaz será la palabra, el poder comunicarse confiadamente las criaturas, con padres y profesores. Quien tiene autoridad debe, con constancia y sistemáticamente, encauzar esa sintonía hacia una doble actividad: la reflexión sobre lo que se está hablando y facilitar una posible intervención del hijo o alumno que seguro querrá expresar su propio pensamiento.

En todo caso, el mejor modelo educativo pasa por la combinación y equilibrio entre la exigencia que las chicas y chicos precisan para su madurez y la justa autonomía que es bueno concederles para su óptimo desarrollo. En esa sincera conjunción y esfuerzo se realizan y mejoran como personas, tanto quien educa como quien es educado.

También es verdad que, como antes recordábamos, sólo quien sabe ser exigente consigo mismo, puede exigir a los demás con eficacia. No estamos hablando de perfección sino de progreso, de lucha deportiva, contagiosa e ilusionante. Por ello, la obediencia de los hijos se complementa con la “honra” que los padres deben a los hijos. Es como un crecimiento y estímulo mutuos: Como dice un amigo, los padres y maestros mejoramos con la mejora de hijos y alumnos.

Es un trabajo de equipo. Es “una entrega sincera de la persona a la persona”, como escribió hace años Juan Pablo II. Y eso, aunque la persona tenga cuatro, nueve o quince años. Dicha entrega produce “beneficios de ida y vuelta” y pone en valor a todos a la vez. Pues ¡ea!, a arremangarse tocan.

Los padres y maestros mejoramos junto a hijos y alumnos

Emili Avilés
Emili Avilés
viernes, 26 de octubre de 2007, 01:46 h (CET)
En cualquier ámbito de las relaciones humanas pueden existir complicaciones, dificultades en el trato, incompatibilidades, egoísmos. También en lo que respecta a la educación familiar, es cierto que hay variables que pueden agudizar los problemas para seguir unas indicaciones consensuadas y exigentes. A veces, el problema viene con el especial carácter del padre, la madre o algún hijo, por lo que importa mucho tenerlos en cuenta. Reconozcamos que, para eso, también son un hándicap las ausencias del hogar o situaciones familiares de crisis. Asimismo, puede ser una gravosa rémora la sobreprotección, la falta de comunicación, la desunión de los padres en criterios básicos y la falta de tiempo real de trato, de convivencia, entre cónyuges y con los hijos.

Otro tanto puede ocurrir y de hecho ocurre, en los centros educativos, donde múltiples circunstancias de conflicto o la falta de determinación en aplicar las normas, pueden ser una negativa influencia para los alumnos. Y es que, observamos la tendencia de niños y mayores a escapar de la autoridad. Hay como una relación de amor-odio. No nos asuste, es cuestión de naturaleza humana. Pero, no caigamos en la imposición de unas maneras de conducta que sólo reflejen hábitos exteriores para hacer algunas cosas. En el hogar y en la escuela lo básico será el desarrollo de criterios propios para enjuiciar la realidad. Presentemos y expliquemos lo que principalmente niños y jóvenes deben hacer, con optimismo e iniciativa.

Los padres y educadores hemos de comportarnos de forma coherente con lo que exigimos. Somos modelo, queramos o no. Es habitual que hijos y alumnos nos prueben con su actitud y conducta. Quieren conocer hasta dónde pueden llegar y cómo reaccionamos los adultos. Urge saber qué decir y qué hacer. Importa tener ideas claras y buen humor. También, en muchas ocasiones, deberemos ser fuertes para no ceder sin necesidad.

Un medio oportuno y eficaz será la palabra, el poder comunicarse confiadamente las criaturas, con padres y profesores. Quien tiene autoridad debe, con constancia y sistemáticamente, encauzar esa sintonía hacia una doble actividad: la reflexión sobre lo que se está hablando y facilitar una posible intervención del hijo o alumno que seguro querrá expresar su propio pensamiento.

En todo caso, el mejor modelo educativo pasa por la combinación y equilibrio entre la exigencia que las chicas y chicos precisan para su madurez y la justa autonomía que es bueno concederles para su óptimo desarrollo. En esa sincera conjunción y esfuerzo se realizan y mejoran como personas, tanto quien educa como quien es educado.

También es verdad que, como antes recordábamos, sólo quien sabe ser exigente consigo mismo, puede exigir a los demás con eficacia. No estamos hablando de perfección sino de progreso, de lucha deportiva, contagiosa e ilusionante. Por ello, la obediencia de los hijos se complementa con la “honra” que los padres deben a los hijos. Es como un crecimiento y estímulo mutuos: Como dice un amigo, los padres y maestros mejoramos con la mejora de hijos y alumnos.

Es un trabajo de equipo. Es “una entrega sincera de la persona a la persona”, como escribió hace años Juan Pablo II. Y eso, aunque la persona tenga cuatro, nueve o quince años. Dicha entrega produce “beneficios de ida y vuelta” y pone en valor a todos a la vez. Pues ¡ea!, a arremangarse tocan.

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Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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