Luz de Domingo, de José Lúis Garci, Las Trece Rosas, de Emilio Martínez Lázaro y El Orfanato, del debutante J.A. Bayona fueron las películas que lucharon hasta hace poco por representar a España en los próximos Oscars. Como ya sabrán, la Academia del Cine se decantó por el título protagonizado por Belén Rueda para detentar tamaña responsabilidad. El hecho de que un órgano tan apergaminado en sus gustos y rancio en su antiamericanismo deposite su confianza en una film de clara vocación comercial con unos referentes estéticos y narrativos tan arrebatadoramente hollywoodienses puede leerse de diferentes formas: desde el aperturismo hacia un público pocas veces seducido por las propuestas patrias, hasta la hipocresía más abyecta o la pura y dura claudicación. En cualquiera de los casos, no cabe duda de que esta vez han acertado, ya que si de lo que se trata es de ganar algún Oscar, nada mejor que enviar al otro lado del charco un film con posibilidades reales de alzarse con el trofeo.
Al igual que El Laberinto del Fauno o Los Otros, El Orfanato recurre a imaginerías fantásticas muy en sintonía con el espectador medio como estrategia de ataque. No innova demasiado, especialmente en lo que a su desarrollo dramático se refiere, pero al menos juega sus cartas con elegancia, sabiduría y buen hacer. J.A. Bayona se mueve como pez en el agua por la cuerda floja del mimetismo hacia los clásicos del subgénero de casas encantadas (The Haunting, Suspense!, Al Final de la Escalera) y el deslumbramiento formal de una puesta en escena que, a pesar de algún que otro efectismo facilón, logra convencer por su incuestionable solidez y su fantasmagórico hálito poético.
La historia la hemos visto mil veces (y gran parte de los diálogos, también), sin embargo, el director nos la ofrece trufada de interesantes resoluciones visuales más allá del manierismo, de tal manera que cuando el relato llega a su fin, uno se queda con un grato sabor de boca porque, por una vez, lo de que no tenemos nada que envidiarle a Hollywood deja de ser un soniquete resentido para convertirse en una sentencia con gran razón de ser. Que Belén Rueda borde su papel de madre desquiciada en una epifanía alucinante de lo que significa volcarse con un personaje, no hace más que redondear un conjunto ya de por sí bastante por encima de la media.
Ahora bien, conviene no dejarse llevar por la inercia de la excelente El Laberinto del Fauno para evitar que en el futuro estos destellos de esperanza terminen convirtiéndose en fórmula, o en otras palabras, tal vez exista algún camino alternativo entre la asunción total del discurso cinematográfico norteamericano, y el regodeo orgulloso en el fango del cliché nacional. Mientras Bayona, Fresnadillo y el resto de nuestros escasos realizadores con talento tangible porfían en encontrarlo, nunca está de más ir ganando un par de Oscars para abrir boca.