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Etiquetas | El arte de la guerra
Santi Benítez

Sota, caballo y... rey

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En principio habrá que aclarar que quemar una bandera, que al fin y al cabo no deja de ser un puñetero trapo, o la foto de quien sea, por mucho título de rey que ostente, es un anacronismo indiscutible que se considere delito. Sobre todo porque si alguien quema el trapo de cocina de mi casa, o quema la foto de mi abuelo – que merece más respeto, llegado el caso, oiga–, no va a ser condenado por ello. Que alguien haga chistes sobre la corona, o que dibuje una viñeta en la que se vea al príncipe y a la princesa “trabajando” para conseguir la ayuda por nacimiento, es un anacronismo indiscutible que se considere delito. Es más, es que considerar delito cualquier cosa dicha, hecha o dibujada contra las instituciones es un anacronismo, no ya por los tiempos que corren, sino porque esto es una Democracia. Y en Democracia yo digo, dibujo, critico y opino lo que me da la real gana – nunca mejor dicho–. He escuchado de refilón barbaridades constitutivas de delito más graves en los programas del corazón del sábado por la noche al pasar por el salón de casa de mi madre, que al leer el Jueves. Mofarse de los símbolos del Estado, romperlos, quemarlos, criticarlos o vilipendiarlos no sólo es sano, sino también aconsejable. No es lógico que no se pueda hacer, y no poder hacerlo constituye, en si mismo, un atentado contra la libre expresión y un menoscabo insufrible de la Democracia.

Dicho esto también quiero aclarar que soy de izquierdas, internacionalista y republicano. Esto último lo soy porque va anejo al resto, bajo mi punto de vista, es inseparable. Pero eso no quita que Juan Carlos me caiga bien. Por varias razones, y es que amor no quita conocimiento. Sino hubiera sido por Juan Carlos hoy día no disfrutaríamos de la Democracia que tenemos. Sino hubiese sido por Juan Carlos a lo peor el 23F se habría convertido en otro 1936. Cuando Aznar metió la pata hasta la bola de la cadera con Marruecos – afición que le tenía el muchacho a meterla, y meterse, donde nadie lo llamaba–, allá fue Juan Carlos a arreglar el desaguisado, y lo consiguió. Y quien me discuta esto es que es un melón, está en su derecho, pero no deja de ser un melón. El tío es un símbolo, no del Estado, eso es una chorrada, es un símbolo de nuestra Democracia, como Santiago Carrillo y Manuel Fraga. Nos pueden caer mejor o peor, pero lo son. Y lo son de esa Democracia que hemos recuperado tras cuarenta años de dictadura. ¿Influye en algo de nuestra vida cotidiana que Juan Carlos sea rey? Pues no. Como símbolo que es no influye en lo más mínimo en nuestra vida. Peor es ver como, cuando la guagua pasa frente a una iglesia, dos o tres se persignan. Y lo mismo digo con esto del presupuesto que se dedica a la casa real de nuestros dineros. Echen cuentas con lo que se dedica a pagarle a la iglesia que tenga colegios privados, que encima subvencionamos, para que adoctrinen a nuestros hijos y, además, se resistan a que lo impidamos. Dineros con los que ni siquiera arreglan iglesias que se están cayendo a cachos porque, al final, siempre interviene patrimonio nacional, también con nuestros dineros, para evitar que una piedra desclavada del techo de alguna santa casa le destroce la cabeza a un feligrés.

Seamos serios. La discusión lógica no es si monarquía o república, porque eso, al fin y al cabo, le importa un mojón a la inmensa mayoría de los ciudadanos – sí, sí, un mojón, siento que se tengan que enterar de esta manera, señores republicanos contestatarios, pero es lo que hay– , sobre todo porque se limitaría a cambiar un trapo bicolor por uno tricolor – mira tú que bien–. La discusión lógica es si la Constitución que tenemos desde hace 30 años merece un repaso de una puñetera vez, o no. El problema está en que esta panda de descerebrados que queman fotos; que están en su derecho, entiéndanme, pero no dejan de ser unos descerebrados; no dejan ver el fondo del tema. Es como los árboles que no dejan ver el bosque.

Y es que, al final, resulta que la reforma de la Constitución, ese repaso necesario que precisa, no interesa a nadie... a nadie que forme parte de un partido con representación en el Parlamento. A unos porque, como siempre y para no variar, eso de que algo cambie en esta Esssssspaña nuestra, patria incorrupta como el dedo de San Apapusio, hace que les aparezcan cercos marrones en los gayumbos, por no hablar de las apoplejías que se podrían desatar en el hemiciclo si lo de “una, grande y libre” desapareciera, por fin, del horizonte. A otros porque si la Constitución se reforma la única dirección lógica que podría tomar sería la del Estado Federal y, claro, eso del nazionalismo que tanto cacarean se les iría a la mierda – a ver de que iban a vivir el PNV, ERC y demás en un Estado Federal–. Y al gobierno, todo hay que decirlo, porque mira que le da canguelo eso de que se lleve algo al Parlamento y no se apruebe. A ver cuando aprendemos que las cosas se llevan al Parlamento no sólo para que sean, o no sean aprobadas, sino para que sean discutidas y demostrar al pueblo que el gobierno hace todo lo posible para que aquello que es necesario sea consensuado. Y que nadie me diga que la reforma constitucional no es necesaria – A Ibarretxe le daba un ataque de pánico, por no hablar de ETA–. Que aquello que se presente para ser discutido en el Parlamento sea aprobado, o rechazado es lo de menos.

Suena de fondo “Apologize”, de One Republic.

Buenas noches, y buena suerte...

Sota, caballo y... rey

Santi Benítez
Santi Benítez
domingo, 7 de octubre de 2007, 22:26 h (CET)
En principio habrá que aclarar que quemar una bandera, que al fin y al cabo no deja de ser un puñetero trapo, o la foto de quien sea, por mucho título de rey que ostente, es un anacronismo indiscutible que se considere delito. Sobre todo porque si alguien quema el trapo de cocina de mi casa, o quema la foto de mi abuelo – que merece más respeto, llegado el caso, oiga–, no va a ser condenado por ello. Que alguien haga chistes sobre la corona, o que dibuje una viñeta en la que se vea al príncipe y a la princesa “trabajando” para conseguir la ayuda por nacimiento, es un anacronismo indiscutible que se considere delito. Es más, es que considerar delito cualquier cosa dicha, hecha o dibujada contra las instituciones es un anacronismo, no ya por los tiempos que corren, sino porque esto es una Democracia. Y en Democracia yo digo, dibujo, critico y opino lo que me da la real gana – nunca mejor dicho–. He escuchado de refilón barbaridades constitutivas de delito más graves en los programas del corazón del sábado por la noche al pasar por el salón de casa de mi madre, que al leer el Jueves. Mofarse de los símbolos del Estado, romperlos, quemarlos, criticarlos o vilipendiarlos no sólo es sano, sino también aconsejable. No es lógico que no se pueda hacer, y no poder hacerlo constituye, en si mismo, un atentado contra la libre expresión y un menoscabo insufrible de la Democracia.

Dicho esto también quiero aclarar que soy de izquierdas, internacionalista y republicano. Esto último lo soy porque va anejo al resto, bajo mi punto de vista, es inseparable. Pero eso no quita que Juan Carlos me caiga bien. Por varias razones, y es que amor no quita conocimiento. Sino hubiera sido por Juan Carlos hoy día no disfrutaríamos de la Democracia que tenemos. Sino hubiese sido por Juan Carlos a lo peor el 23F se habría convertido en otro 1936. Cuando Aznar metió la pata hasta la bola de la cadera con Marruecos – afición que le tenía el muchacho a meterla, y meterse, donde nadie lo llamaba–, allá fue Juan Carlos a arreglar el desaguisado, y lo consiguió. Y quien me discuta esto es que es un melón, está en su derecho, pero no deja de ser un melón. El tío es un símbolo, no del Estado, eso es una chorrada, es un símbolo de nuestra Democracia, como Santiago Carrillo y Manuel Fraga. Nos pueden caer mejor o peor, pero lo son. Y lo son de esa Democracia que hemos recuperado tras cuarenta años de dictadura. ¿Influye en algo de nuestra vida cotidiana que Juan Carlos sea rey? Pues no. Como símbolo que es no influye en lo más mínimo en nuestra vida. Peor es ver como, cuando la guagua pasa frente a una iglesia, dos o tres se persignan. Y lo mismo digo con esto del presupuesto que se dedica a la casa real de nuestros dineros. Echen cuentas con lo que se dedica a pagarle a la iglesia que tenga colegios privados, que encima subvencionamos, para que adoctrinen a nuestros hijos y, además, se resistan a que lo impidamos. Dineros con los que ni siquiera arreglan iglesias que se están cayendo a cachos porque, al final, siempre interviene patrimonio nacional, también con nuestros dineros, para evitar que una piedra desclavada del techo de alguna santa casa le destroce la cabeza a un feligrés.

Seamos serios. La discusión lógica no es si monarquía o república, porque eso, al fin y al cabo, le importa un mojón a la inmensa mayoría de los ciudadanos – sí, sí, un mojón, siento que se tengan que enterar de esta manera, señores republicanos contestatarios, pero es lo que hay– , sobre todo porque se limitaría a cambiar un trapo bicolor por uno tricolor – mira tú que bien–. La discusión lógica es si la Constitución que tenemos desde hace 30 años merece un repaso de una puñetera vez, o no. El problema está en que esta panda de descerebrados que queman fotos; que están en su derecho, entiéndanme, pero no dejan de ser unos descerebrados; no dejan ver el fondo del tema. Es como los árboles que no dejan ver el bosque.

Y es que, al final, resulta que la reforma de la Constitución, ese repaso necesario que precisa, no interesa a nadie... a nadie que forme parte de un partido con representación en el Parlamento. A unos porque, como siempre y para no variar, eso de que algo cambie en esta Esssssspaña nuestra, patria incorrupta como el dedo de San Apapusio, hace que les aparezcan cercos marrones en los gayumbos, por no hablar de las apoplejías que se podrían desatar en el hemiciclo si lo de “una, grande y libre” desapareciera, por fin, del horizonte. A otros porque si la Constitución se reforma la única dirección lógica que podría tomar sería la del Estado Federal y, claro, eso del nazionalismo que tanto cacarean se les iría a la mierda – a ver de que iban a vivir el PNV, ERC y demás en un Estado Federal–. Y al gobierno, todo hay que decirlo, porque mira que le da canguelo eso de que se lleve algo al Parlamento y no se apruebe. A ver cuando aprendemos que las cosas se llevan al Parlamento no sólo para que sean, o no sean aprobadas, sino para que sean discutidas y demostrar al pueblo que el gobierno hace todo lo posible para que aquello que es necesario sea consensuado. Y que nadie me diga que la reforma constitucional no es necesaria – A Ibarretxe le daba un ataque de pánico, por no hablar de ETA–. Que aquello que se presente para ser discutido en el Parlamento sea aprobado, o rechazado es lo de menos.

Suena de fondo “Apologize”, de One Republic.

Buenas noches, y buena suerte...

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