Llega el mes de septiembre y, como suele ocurrir cada año por estas fechas, todo vuelve a su curso nunca mejor dicho -eso sí, algunas circunstancias con mayor facilidad que otras-. Los veraneantes han regresado ya a sus rutinas, los escolares se cargan de nuevo las mochilas para asistir a clase… Por cierto, este año, los pupilos han sumado un nuevo peso a sus espaldas, el de la Educación para la Ciudadanía. Si suma o resta habrá que verlo según avancen las lecciones, no antes. Sin embargo, la normalidad no siempre llega al mismo tiempo a todos los lugares.
Instituciones militares, tras unos cuantos años de sumisión y olvido, pretenden conseguir que el servicio militar obligatorio, la mili de toda la vida, vuelva a dar luz y esplendor a sus cuarteles. 3 meses de preparación tanto para hombres como para mujeres conforman la nueva propuesta. A priori, y a toro pasado, pues uno ya no es ojo del huracán, puede incluso hasta parecer una buena idea. No obstante, se puede palpar que proposiciones como la presente no hacen sino causar notorio malestar, y no sólo entre los probables afectados sino en el conjunto de la ciudadanía. Para apagar fuegos o socorrer en otras contrariedades la gente ya está, tristemente, preparada. Si no se suman los suficientes efectivos a listas quizás sea porque el empleo militar no está suficientemente retribuido ni valorado, o porque la militarización en nuestro país no es un sentir popular. Simple y llanamente.
Aún más inexplicable es lo ocurrido en Tierra Santa. Israel ha visto a varios de sus “acogidos” convertidos en “enemigos”. Rizando el rizo, judíos rusos acogidos en Israel se han transformado en los peores neonazis posibles, los acunados desde dentro, y han agredido a otros judíos gays, drogadictos… Si la lucha entre palestinos y judíos tiene difícil explicación, esta nueva realidad encuentra peor acomodo a nuestros ojos. La piel de cordero, los sufridores del holocausto, convertidos en sus propios exterminadores. Una especie de síndrome de Estocolmo es la única explicación con cierta cordura que puede ayudarnos a digerir semejante barbaridad, aunque otra muy distinta, pero igualmente definitoria, nos recuerda que la gota fría carcome la mente humana.