Querido Efraín: Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de que “ellos verán a Dios”, de la visión divina.
Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de Dios.
Pero para merecer este don, según reflexiona San León Magno, es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “hijos de Dios”. Esta bienaventuranza no puede referirse a cualquier clase de concordia o armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que alude el Apóstol cuando dice: “Estad en paz con Dios”, o a la que se refiere el salmista al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes Señor, y nada los hace tropezar.
Esta paz no se logra con los lazos de la más íntima amistad, ni con una profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor del mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que viven según la supremacía de lo material. Mas, los que sin cesar se esfuerzan por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, jamás se apartan de la ley divina, diciendo, por ello, fielmente en la oración: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Estos son los que obran la paz, éstos los que viven unánimes y concordes, y por ello merecen ser llamados con el nombre eterno de hijos de Dios y coherederos con Cristo. Todo ello lo realiza el amor de Dios y el amor del prójimo, y de tal manera lo realiza, que ya no sienten ninguna adversidad ni temen ningún tropiezo, sino que, superado el combate contra todas las tentaciones, confían tranquilamente en la paz de Dios.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.