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Pelayo López

El corazón siempre manda

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Una vez más el debate sobre la pena de muerte se ha reabierto. Esta vez su causante ha sido 400, el número redondo que se ha alcanzado en Texas desde su restablecimiento. Este estado norteamericano tiene la dudosa reputación de haberse convertido en el territorio de las libertades donde con mayor severidad se pone en práctica esta sentencia capital. La aplicación de una condena más de este tipo vuelve a recordarnos que hay heridas que nunca cicatrizarán, y que dejan los corazones de unos latiendo desaforadamente mientras otros se detienen lentamente sin recurso posible.

Un tema así presenta una dificultad añadida a la hora de abordarlo, puesto que, mientras la gran mayoría de la opinión pública parece estar en contra, familiares y amigos de víctimas, en muchos casos, suelen mostrarse partidarios de su aplicación. Por tanto, es complicado de medir con el mismo rasero. Sin embargo, a tenor de noticias de reciente factura –como por ejemplo los devastadores y letales incendios de Grecia o el inexplicable asesinato de unos niños por parte de otros en Inglaterra e India-, uno se pregunta de nuevo ¿cuánto de injusto hay en la Ley de Talión?. Ojo por ojo, mano por mano, vida por vida. Quemar a los pirómanos, asesinar a los asesinos… El calor de la sangre en plena ebullición hace que el corazón despierte sentimientos contradictorios e incluso comportamientos sin sentido en circunstancias de calma y sosiego.

Las autopistas de nuestros cuerpos también sufren atascos, retenciones… Por muy “citius, altius, fortius” que uno se sienta, lamentablemente, nuestra maquinaria de serie no es perfecta al 100% y, por tanto, nadie se encuentra a salvo de percances de grado variable. Es lo que tiene el corazón, verdadero comandante en jefe de nuestra tropa. Si dice so, difícilmente se puede decir arre. A no ser que se quieren pagar las consecuencias. Y eso cuando se escucha la orden, porque, en muchos casos, ni eso. En nuestro innato e irremediable afán de superación, no tenemos en cuenta recomendaciones ni advertencias. El ejemplo de Antonio Puerta nos lo ha recordado. Joven y deportista de élite. El corazón le ha dicho al cerebro hasta aquí hemos llegado. Mientras su corazón se para, el de su pareja late por dos. La vida va y viene. Entre medias, enemigos irreconciliables que se unen para entonar un himno vital y palpitar con un mismo corazón. Pero las órdenes, órdenes son. Y acatarlas, o no, puede dirimir presente o futuro, porque el corazón siempre manda.

El corazón siempre manda

Pelayo López
Pelayo López
lunes, 3 de septiembre de 2007, 21:53 h (CET)
Una vez más el debate sobre la pena de muerte se ha reabierto. Esta vez su causante ha sido 400, el número redondo que se ha alcanzado en Texas desde su restablecimiento. Este estado norteamericano tiene la dudosa reputación de haberse convertido en el territorio de las libertades donde con mayor severidad se pone en práctica esta sentencia capital. La aplicación de una condena más de este tipo vuelve a recordarnos que hay heridas que nunca cicatrizarán, y que dejan los corazones de unos latiendo desaforadamente mientras otros se detienen lentamente sin recurso posible.

Un tema así presenta una dificultad añadida a la hora de abordarlo, puesto que, mientras la gran mayoría de la opinión pública parece estar en contra, familiares y amigos de víctimas, en muchos casos, suelen mostrarse partidarios de su aplicación. Por tanto, es complicado de medir con el mismo rasero. Sin embargo, a tenor de noticias de reciente factura –como por ejemplo los devastadores y letales incendios de Grecia o el inexplicable asesinato de unos niños por parte de otros en Inglaterra e India-, uno se pregunta de nuevo ¿cuánto de injusto hay en la Ley de Talión?. Ojo por ojo, mano por mano, vida por vida. Quemar a los pirómanos, asesinar a los asesinos… El calor de la sangre en plena ebullición hace que el corazón despierte sentimientos contradictorios e incluso comportamientos sin sentido en circunstancias de calma y sosiego.

Las autopistas de nuestros cuerpos también sufren atascos, retenciones… Por muy “citius, altius, fortius” que uno se sienta, lamentablemente, nuestra maquinaria de serie no es perfecta al 100% y, por tanto, nadie se encuentra a salvo de percances de grado variable. Es lo que tiene el corazón, verdadero comandante en jefe de nuestra tropa. Si dice so, difícilmente se puede decir arre. A no ser que se quieren pagar las consecuencias. Y eso cuando se escucha la orden, porque, en muchos casos, ni eso. En nuestro innato e irremediable afán de superación, no tenemos en cuenta recomendaciones ni advertencias. El ejemplo de Antonio Puerta nos lo ha recordado. Joven y deportista de élite. El corazón le ha dicho al cerebro hasta aquí hemos llegado. Mientras su corazón se para, el de su pareja late por dos. La vida va y viene. Entre medias, enemigos irreconciliables que se unen para entonar un himno vital y palpitar con un mismo corazón. Pero las órdenes, órdenes son. Y acatarlas, o no, puede dirimir presente o futuro, porque el corazón siempre manda.

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