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Gabriel Ruiz-Ortega

'Ciudad veintisiete', de Jonathan Frazen

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Como ya lo dije: Estados Unidos es un país consagrado a parir extraordinarios novelistas. Si tuviera que nombrar a los exponentes del género literario más libre que hay, pues buena parte de ellos vendrían de ese país. Es, sinceramente, alucinante la cantidad de novelistas de raza que salen de sus ciudades. No me detendré a qué se debe esto, lo único que puedo decir es que para entender ese factor de conejera de novelistas es indispensable leerlos. Con muchísimos de ellos no hay pierde. A veces pensamos que la narrativa gringa de hoy sólo está compuesta por Roth, Auster, Pynchon, Delillo, McCarthy, Mailer, Wolfe, Updike y así la mención puede llegar hasta la treintena de primerísimo nivel. Sin embargo, hay una camada de nuevos narradores como David Foster Wallace, Rick Moody, Jonatham Lethem, Jeffrey Eugenides y Michael Cunnigham, quienes hacen presagiar que la hegemonía de la novela norteamericana será sólida por muchísimo tiempo más. Toda tradición literaria, tan fuerte como ésta, tiene que estar apoyada por un relevo generacional signado por la calidad y conciencia del oficio narrativo. Ninguno de los escritores que forman parte de aquel relevo pueden reducir su proyecto narrativo al simple talento natural, el cual solo puede ofrecer buenos libros aislados, carentes de propuestas, con el que se condena siempre a escribir el mismo libro. Es por eso, que ésta es una de las razones por las que esta tradición es fuerte, si existe un parricidio, algún quiebre temático o formal, pues es llevado con el conocimiento de causa de qué es lo que se está quebrando, tal y como lo hizo en vida el gran Kurt Vonnegut Jr.

Jonathan Franzen se hizo mundialmente conocido por esa novelaza titulada “Las correcciones”. Y como suele pasar con los escritores que llegan a ser considerados y consagrados en Estados Unidos, el renombre de esa novela permitió una mirada en retroceso por sus obras iniciáticas, entre las que destaca su primera novela, “Ciudad veintisiete”, la que resalta por sus cualidades y el larguísimo aliento que es muy deudor de la narrativa decimonónica, tan denostada hoy en día por algunos escribas que se alucinan innovadores y originales. “Ciudad Veintisiete” ganó el prestigioso National Book Award, encumbrándolo como el principal referente de su generación.

“Ciudad Veintisiete”, novela curiosa, de estructura clásica, de espíritu total, enlazada al gran motivo de la novelística norteamericana: la tragedia de lo individual a lo colectivo, corroyéndose la conciencia de los protagonistas decepcionados de las utopías que pregonan la integración, el bienestar, pero que descuidan las barreras que ponen coto al descontrol del ser voluble que todos llevamos dentro, que a la vez está presto a sacar ventaja de la primera oportunidad en pos del poder.

Las pequeñas historias parecen tener vida independiente de las demás, polifonía al servicio de los caprichos del narrador omnisciente que las teje y desteje como un juego de azar. ¿Algún posible eje central?, pues las tribulaciones giran en Susan Jammu, mujer de la India de carácter intimidante que se desempeña como la nueva jefa de policía de una eriaza St. Louis. Los rumores sobre su vida privada salpican en los plácemes de sus enemigos, cuyos odios, celos e impotencias descansan en la extraña, pero no menos común, fusión de sexismo y racismo, la manifestación más rancia de la estupidez humana.

La presencia de Jammu es el pretexto para que los poderosos desfoguen sus temores de hegemonía a través de un desataviado rencor y complejo, acicateado por el prejuicio vigorizado por la indiferencia, en “el otro”. Una novela que es varias novelas a la vez. Política, policial, espionaje, melodrama, erótica. Una historia de muchas historias como ésta no podía haber sido contada con una trama unilateral. Imposible.

Para ser la primera novela de Frazen, pues está más que bien. Es una obra que se nutre de dos tradiciones novelísticas: la de Faulkner y la distopía (tan cara ésta a la ciencia ficción, ergo, a la literatura popular). Escrita con un frenético espíritu de denuncia, en el que se disecciona sin clemencia ni anestesia retórica la podredumbre que ahora nos puede ayudar a explicar el por qué la primera potencia es lo que hoy es.

“Ciudad veintisiete” pertenece a ese rubro de novelas que exigen de un lector ducho, entrenado. Pues precisamente se goza a plenitud con la cuota de voluntad de quien se atreve a meterse en estas páginas. Al principio es duro, denso, pero una vez terminado el viaje nos invade la sensación de que el recorrido valió la pena. Si no me equivoco, “Ciudad veintisiete” es la mejor primera novela norteamericana en los últimos cuarenta años.

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Editorial: Alfaguara.

'Ciudad veintisiete', de Jonathan Frazen

Gabriel Ruiz-Ortega
Gabriel Ruiz Ortega
jueves, 1 de noviembre de 2007, 07:51 h (CET)
Como ya lo dije: Estados Unidos es un país consagrado a parir extraordinarios novelistas. Si tuviera que nombrar a los exponentes del género literario más libre que hay, pues buena parte de ellos vendrían de ese país. Es, sinceramente, alucinante la cantidad de novelistas de raza que salen de sus ciudades. No me detendré a qué se debe esto, lo único que puedo decir es que para entender ese factor de conejera de novelistas es indispensable leerlos. Con muchísimos de ellos no hay pierde. A veces pensamos que la narrativa gringa de hoy sólo está compuesta por Roth, Auster, Pynchon, Delillo, McCarthy, Mailer, Wolfe, Updike y así la mención puede llegar hasta la treintena de primerísimo nivel. Sin embargo, hay una camada de nuevos narradores como David Foster Wallace, Rick Moody, Jonatham Lethem, Jeffrey Eugenides y Michael Cunnigham, quienes hacen presagiar que la hegemonía de la novela norteamericana será sólida por muchísimo tiempo más. Toda tradición literaria, tan fuerte como ésta, tiene que estar apoyada por un relevo generacional signado por la calidad y conciencia del oficio narrativo. Ninguno de los escritores que forman parte de aquel relevo pueden reducir su proyecto narrativo al simple talento natural, el cual solo puede ofrecer buenos libros aislados, carentes de propuestas, con el que se condena siempre a escribir el mismo libro. Es por eso, que ésta es una de las razones por las que esta tradición es fuerte, si existe un parricidio, algún quiebre temático o formal, pues es llevado con el conocimiento de causa de qué es lo que se está quebrando, tal y como lo hizo en vida el gran Kurt Vonnegut Jr.

Jonathan Franzen se hizo mundialmente conocido por esa novelaza titulada “Las correcciones”. Y como suele pasar con los escritores que llegan a ser considerados y consagrados en Estados Unidos, el renombre de esa novela permitió una mirada en retroceso por sus obras iniciáticas, entre las que destaca su primera novela, “Ciudad veintisiete”, la que resalta por sus cualidades y el larguísimo aliento que es muy deudor de la narrativa decimonónica, tan denostada hoy en día por algunos escribas que se alucinan innovadores y originales. “Ciudad Veintisiete” ganó el prestigioso National Book Award, encumbrándolo como el principal referente de su generación.

“Ciudad Veintisiete”, novela curiosa, de estructura clásica, de espíritu total, enlazada al gran motivo de la novelística norteamericana: la tragedia de lo individual a lo colectivo, corroyéndose la conciencia de los protagonistas decepcionados de las utopías que pregonan la integración, el bienestar, pero que descuidan las barreras que ponen coto al descontrol del ser voluble que todos llevamos dentro, que a la vez está presto a sacar ventaja de la primera oportunidad en pos del poder.

Las pequeñas historias parecen tener vida independiente de las demás, polifonía al servicio de los caprichos del narrador omnisciente que las teje y desteje como un juego de azar. ¿Algún posible eje central?, pues las tribulaciones giran en Susan Jammu, mujer de la India de carácter intimidante que se desempeña como la nueva jefa de policía de una eriaza St. Louis. Los rumores sobre su vida privada salpican en los plácemes de sus enemigos, cuyos odios, celos e impotencias descansan en la extraña, pero no menos común, fusión de sexismo y racismo, la manifestación más rancia de la estupidez humana.

La presencia de Jammu es el pretexto para que los poderosos desfoguen sus temores de hegemonía a través de un desataviado rencor y complejo, acicateado por el prejuicio vigorizado por la indiferencia, en “el otro”. Una novela que es varias novelas a la vez. Política, policial, espionaje, melodrama, erótica. Una historia de muchas historias como ésta no podía haber sido contada con una trama unilateral. Imposible.

Para ser la primera novela de Frazen, pues está más que bien. Es una obra que se nutre de dos tradiciones novelísticas: la de Faulkner y la distopía (tan cara ésta a la ciencia ficción, ergo, a la literatura popular). Escrita con un frenético espíritu de denuncia, en el que se disecciona sin clemencia ni anestesia retórica la podredumbre que ahora nos puede ayudar a explicar el por qué la primera potencia es lo que hoy es.

“Ciudad veintisiete” pertenece a ese rubro de novelas que exigen de un lector ducho, entrenado. Pues precisamente se goza a plenitud con la cuota de voluntad de quien se atreve a meterse en estas páginas. Al principio es duro, denso, pero una vez terminado el viaje nos invade la sensación de que el recorrido valió la pena. Si no me equivoco, “Ciudad veintisiete” es la mejor primera novela norteamericana en los últimos cuarenta años.

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Editorial: Alfaguara.

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