Si padres y educadores disfrutamos realmente, será fácil, aunque laborioso, ayudar a nuestros adolescentes a hacerse hombres y mujeres cabales.
En los tiempos que corren pueden haber más dificultades, más fuentes de conflictos, pero el cambio de ser una persona dependiente a independiente es preciso afrontarlo con buen ánimo.
Es claro que la adolescencia trae cierta descoordinación afectiva, mucha inestabilidad emocional, una gran imaginación desbordada, y el típico narcisismo. Contemos con ello, es lo que toca.
Pero el asunto es que, además, nos enfrentamos a un ambiente social que exagera la conciencia del yo individual. Y eso es una importante dificultad, ya que para conseguir el normal desarrollo de la propia identidad, del propio carácter, es necesario también descubrir a los demás, llegar a la raíz última de las virtudes y valores, reconocer su riqueza, abrirse al mundo.
Creo que una causa principalísima de muchos conflictos psicológicos de los adolescentes de la sociedad actual, es que los ambientes familiares y escolares a veces pueden seducir, tolerar e incluso adular a estos chicos y chicas en plena efervescencia. Cuando, en realidad, necesitan asumir responsabilidades, que contemos con ellos, que les exijamos con confianza y seguridad.
Otra causa que podría agravar los cambios emocionales, de humor y conducta, e incluso condicionar la formación del carácter de nuestros adolescentes, es el sentimentalismo y utilitarismo que se extiende en la familia y en las relaciones de amistad. Ese tipo de interacciones no puede ser una “escuela” de vida auténtica.
También necesitan –necesitamos todos- más modelos que presenten el “bello riesgo”, de ir contra corriente, que les muestren, vividos y posibles, ideales nobles.
Hemos de hacer asequibles ambientes donde se motive y trabaje una verdadera libertad, se viva con austeridad, fortaleza y espíritu de servicio. Eso es necesario para conocer lo mejor y asumir vínculos de calidad.
Asimismo, nuestros adolescentes perciben múltiples muestras de “exitosas” y famosas existencias con una doble ética (pública y privada), cuando ellos detestan rotundamente todo tipo de hipocresía o de doble vida. En este sentido, sufren salvajes presiones que les llevan a confundir lo útil con lo honesto.
Por otra parte, considero que lo precipitado y superficial de sus lecturas, aumentan las dificultades para un desarrollo equilibrado de nuestros adolescentes. El desconocimiento real y práctico de la Literatura, Filosofía e Historia, les dificulta diferenciar lo permanente de lo pasajero, lo esencial de lo accidental, lo racional de lo animal, lo justo de lo injusto.
Otro asunto a comentar es que el excesivo carácter de practicidad –¿para qué sirve esto que estudio?- que a veces les obsesiona, no siempre sabemos compensarlo con explicaciones adecuadas o metodologías modernas aplicadas a las Humanidades, necesitadas de una mayor promoción por parte de las autoridades educativas.
Aprovechemos el espíritu crítico de los jóvenes y su creatividad, para que sepan evitar, imaginativamente, el “bombardeo” de superficialidad y apariencia y la moda-obligación-estímulo de aficiones y entretenimientos insustanciales que les amarran, sacándolos de la realidad.
Quiero acabar con optimismo y romper una lanza a favor de nuestros adolescentes. Será preciso animar la virtud de la esperanza que tanto necesitamos todos, ellos y nosotros mismos. Un medio estupendo será el ejemplo mutuo y ejercitarse en una cultura cívica que nos aleje tanto de los estatismos agobiantes como de los órdenes económicos individualistas, que llevan a la gente –pequeños y mayores- a desentenderse del bien común o “interés general”.
Para esto, urge una preparación ética y cultural que les capacite –nos capacite- para lanzar las propias propuestas de regeneración social y mejora de cada persona, sea quien sea, próxima o ajena.
En nuestras manos está promover el desarrollo de los jóvenes en un ambiente acogedor, de calidad moral, con amplia y limpia perspectiva sobre la realidad. Seguro que, así, el relevo generacional será amable y de verdadero progreso.