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Lo llamamos seducción, un proceso por el cual entontecemos la voluntad de la otra persona para convencerla de que somos el mejor partido

El estriptis de Podemos

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Por el camino que llevan las cosas Podemos puede convertirse rápidamente en una versión 2.0 de Unión de Centro Democrático. Su reconversión a la moderación está siendo vertiginosa para ganar un electorado que le lleve a asaltar los cielos del poder. Podemos quiere gobernarnos y para ello nos quiere seducir. Aún a costa de poner los cuernos políticos a Monedero.

Pero los procesos de seducción tienen siempre su gran parte de mentira, ocultamos lo que queremos, mostramos lo que nos da la gana, con tal de ganarnos las simpatías y el afecto del otro. Nos engalanamos, nos perfumamos y cuidamos nuestros modos para ofrecer nuestra mejor versión. Lo llamamos seducción, un proceso por el cual entontecemos la voluntad de la otra persona para convencerla de que somos el mejor partido, de que nadie hay como nosotros y de que con nosotros, pan y cebolla. Claro, todo esto exige una reconversión, ocultamos a la otra persona que fumamos, por ejemplo, o enmascaramos nuestro mal olor con duchas frecuentes y un baño de Eau de Sonrisas, es un decir.

Después viene el estriptis. Los estriptis, porque son dos. El primero es el imprescindible para completar la faena. Cuando el proceso de seducción está completado y nos hemos ganado la buena voluntad, la confianza y el afecto de la otra persona nos desnudamos para encamarnos con ella. Ahí empezamos a mostrar cómo somos en realidad, esos kilos que nos hemos esforzado en disimular o esa deformidad física que vestidos pasaba desapercibida quedan ahora manifiestos, ahora que nos hemos llevado al huerto –o al catre- a la persona deseada. Pero ya es tarde para la otra persona, hemos hecho de ella lo que hemos querido y no importa ya que empiece a vernos como realmente somos. Hemos triunfado, nos hemos salido con la nuestra.

A partir de ahí todo cambia y empieza el segundo estriptis. Se acaban los disimulos tanto porque la convivencia obliga a manifestar nuestras limitaciones como porque ahora ya todo da igual y dejamos ver nuestra verdadera personalidad, nuestros demagógicos gustos caribeños, nuestra arroyadora personalidad: “cariño, calla, aquí el que sabe lo que te conviene soy yo”. Incluso a lo mejor ya desvelamos intencionadamente rasgos personales que habíamos preferido mantener ocultos: “Mira, tengo esquizofrenia lateral izquierda, pero no te lo había dicho por si te parecía rarete”.

La cuestión es que en ese momento ya es tarde, nos han jodido y no hay manera de rectificar. En estos casos el divorcio es imposible.

El estriptis de Podemos

Lo llamamos seducción, un proceso por el cual entontecemos la voluntad de la otra persona para convencerla de que somos el mejor partido
Pedro de Hoyos
jueves, 7 de mayo de 2015, 22:21 h (CET)
Por el camino que llevan las cosas Podemos puede convertirse rápidamente en una versión 2.0 de Unión de Centro Democrático. Su reconversión a la moderación está siendo vertiginosa para ganar un electorado que le lleve a asaltar los cielos del poder. Podemos quiere gobernarnos y para ello nos quiere seducir. Aún a costa de poner los cuernos políticos a Monedero.

Pero los procesos de seducción tienen siempre su gran parte de mentira, ocultamos lo que queremos, mostramos lo que nos da la gana, con tal de ganarnos las simpatías y el afecto del otro. Nos engalanamos, nos perfumamos y cuidamos nuestros modos para ofrecer nuestra mejor versión. Lo llamamos seducción, un proceso por el cual entontecemos la voluntad de la otra persona para convencerla de que somos el mejor partido, de que nadie hay como nosotros y de que con nosotros, pan y cebolla. Claro, todo esto exige una reconversión, ocultamos a la otra persona que fumamos, por ejemplo, o enmascaramos nuestro mal olor con duchas frecuentes y un baño de Eau de Sonrisas, es un decir.

Después viene el estriptis. Los estriptis, porque son dos. El primero es el imprescindible para completar la faena. Cuando el proceso de seducción está completado y nos hemos ganado la buena voluntad, la confianza y el afecto de la otra persona nos desnudamos para encamarnos con ella. Ahí empezamos a mostrar cómo somos en realidad, esos kilos que nos hemos esforzado en disimular o esa deformidad física que vestidos pasaba desapercibida quedan ahora manifiestos, ahora que nos hemos llevado al huerto –o al catre- a la persona deseada. Pero ya es tarde para la otra persona, hemos hecho de ella lo que hemos querido y no importa ya que empiece a vernos como realmente somos. Hemos triunfado, nos hemos salido con la nuestra.

A partir de ahí todo cambia y empieza el segundo estriptis. Se acaban los disimulos tanto porque la convivencia obliga a manifestar nuestras limitaciones como porque ahora ya todo da igual y dejamos ver nuestra verdadera personalidad, nuestros demagógicos gustos caribeños, nuestra arroyadora personalidad: “cariño, calla, aquí el que sabe lo que te conviene soy yo”. Incluso a lo mejor ya desvelamos intencionadamente rasgos personales que habíamos preferido mantener ocultos: “Mira, tengo esquizofrenia lateral izquierda, pero no te lo había dicho por si te parecía rarete”.

La cuestión es que en ese momento ya es tarde, nos han jodido y no hay manera de rectificar. En estos casos el divorcio es imposible.

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