En nuestro país ya hace tiempo que se está produciendo un raro fenómeno quizá, debido al profundo cambio de valores experimentado por la población española, como consecuencia de una etapa socialista que fue capaz de acabar con toda una cultura política y los valores que, durante siglos, habían sido el acervo moral y ético, que habían mantenido vigentes, salvo en algunos grupos marginales inadaptados, los sentimientos de amor a la patria, respecto por la bandera, solidaridad entre todas las regiones, unidad contra cualquier tipo de ingerencia desde el extranjero, percepción generalizada de que todos los españoles, cualquiera que fuera su lugar de nacimiento, formábamos parte de una única nación: España. Pues bien, fruto de este lavado de cerebro que ha acompañado a la pérdida generalizada de valores, de la implantación de las doctrinas relativistas y del desprecio por la moral, la decencia, el respeto por los derechos ajenos y la falta de escrúpulos; ha surgido, especialmente entre las últimas generaciones, un “pasotismo” identitario que ha convertido al pueblo español ( al menos a una gran mayoría de él) en insensible al concepto de patriotismo y completamente impermeable al respeto de instituciones como la bandera, el himno nacional, los límites morales y de la decencia, el respeto por la institución familiar y, lo que aún es peor, el desprecio por la autoridad paterna y la insolencia hacia sus consejos y opiniones.
Por contra, se está produciendo un cambio de roles, con el resurgimiento de nacionalismos locales, propuestas de tipo secesionista, revivificación de antiguas heridas, al parecer no cicatrizadas a pesar de haber transcurrido 75 desde la finalización de la Guerra Civil y deseos revanchistas derivados de los inevitables enfrentamientos bélicos y rencores políticos. Hoy en día tenemos “patriotismos” como el catalán, el vasco y otros en estado larvario, que pudieran brotar como hongos en el resto de autonomías si los más agresivos y los que han conseguido avanzar, por desgracia con poca oposición del Gobierno central, en sus proyectos secesionistas, llegaran a conseguir imponer sus revolucionarios proyectos.
Es evidente que este progresismo “pacifista” ha conseguido desactivar uno de los pilares del Estado, básico e indispensable para mantener su unidad, el Ejército, del que han apartado a todos los militares más “incómodos” para los mandos y más críticos con la capitulación del Gobierno antes el desafío soberanista, mandándolos al retiro y, en su lugar, han colocado a aquellos jefes más maleables o más progresistas con los que saben que no van a tener problemas en el caso de que decidieran dar el siguiente paso para la división de España o su federalización, como piden desde los Socialistas al resto de los partidos de izquierda. En el caso de Podemos las reformas puede que fueran más lejos porque, con toda seguridad, una de las primeras medidas sería reducir o hacer desaparecer a los militares de España. Claro que lo que se está poniendo en cuestión es la subsistencia de la nación española, con el proyecto de determinadas formaciones políticas de convertirla en un conglomerado de estados independientes.
El afán destructivo de estos que se presentan como “regeneradores” de la política y antisistemas reciclados en gobernantes, que se ofrecen para dirigir este proceso sin que ninguno de ellos tenga la capacidad, la preparación, la claridad de ideas y el conocimiento de los resortes precisos para mantener a un país dentro de los límites del orden, la sensatez, los mercados mundiales y la necesaria colaboración con el resto de países, que es imprescindible para poder mantenernos en el camino de la recuperación y dentro de las organizaciones económicas, fuera de las cuales ninguna nación puede subsistir por sus propios medios.
No sé lo que nos depara el futuro, pero sí sé que me admira que ante los insultos proferidos por el señor Maduro, nuestro ministro de Exteriores, el señor García Margallo, después de una primera reacción que hacía pensar en una actuación más enérgica por parte de España, como parece que le gusta hacer, y ya son varias las ocasiones en las que ha repetido la misma jugada, ha decidido arrugarse y “donde dijo Diego dice digo” , achantándose una vez más ante los insultos y amenazas del dictador venezolano.
No sólo matizó los efectos de la llamada “a consultas” del embajador español en Caracas, aclarando que, de ninguna manera, esta determinación significaba una ruptura de relaciones con el gobierno venezolano, sino que ya está pidiendo la “intercesión” de su homólogo ecuatoriano, Ricardo Patiño, para que trasmita al gobierno de Venezuela la disposición de España para “superar las tensiones bilaterales y mantener una relación constructiva”. Un comportamiento vergonzoso que, por cierto, ya ha repetido en otras ocasiones. El señor García Margallo puede que intente parecer un gran diplomático, que se preocupe mucho por las empresas españolas que tienen actividades en dicho país; pero para los que nos consideramos patriotas, los que aún creemos en una España unida que no se deja ningunear por cualquier indeseable que quiera denigrarla, la actitud del Gobierno español y de su ministro de AA.EE, no es más que una sonada bajada de pantalones, impropia de una nación como es España; que nos ha indignado y enfurecido a todos aquellos que todavía seguimos estando orgullosos de pertenecer a una nación cuya Historia es sin duda una de las que atesora, junto a errores y defectos, grandes hazañas, hechos heroicos, descubrimientos y una cultura en artes y literaria con la que pocos países pueden rivalizar.
Estamos convencidos de que, en estos momentos, el señor Maduro está pasando por una situación muy delicada en su país, que no puede permitirse crearse más enemigos y que, sin duda, se lo tendría que pensar muy bien antes de tomar represalias con las empresas españolas porque, aparte de que precisa de su ayuda, debe mirarse en el caso de la señora Cristina Fernández de Argentina, que tuvo que pagar por la expropiación de la petrolera española IPF, hasta el último euro de su valor real. Si los del PP, en los que confiamos, en su día, para que sacara a España del abismo al que la llevaron los socialistas; no son capaces de mantener nuestro prestigio y se prestan a dar la otra mejilla cada vez que alguien nos injuria; deberemos pensar que nos engañaron y que no han sido capaces de cumplir con sus promesas. Mala cosa, cuando se encuentran acorralados y en vísperas de recibir, con toda seguridad, uno de los correctivos más sonados de la democracia, en las próximas elecciones municipales y autonómicas.
El panorama que se nos presenta a los españoles ante las próximas consultas electorales es tan imprevisible y volátil que basta, por si solo, para que los analistas que siguen nuestros pasos desde el extranjero, empiecen a dudar de que la recuperación de España tal y como se venía esperando, vista la indudable mejoría de las perspectivas de desarrollo de nuestra economía, el aumento incipiente del consumo interior, el abaratamiento de nuestros intereses de la deuda pública y la confianza de los inversionistas foráneos en nuestros valores en Bolsa; pueda experimentar un radical frenazo si los resultados de las urnas pudieran propiciar la formación, por coaliciones de partidos contrarios al sistema económico de Occidente, de un gobierno de izquierdas en el que, con toda probabilidad, como ya está sucediendo en la Grecia del señor Tsipras, se quisieran aplicar políticas tercermundistas, anticapitalistas, incautatorias y propicias a reducir la propiedad privada para entregar todos los poderes al gobierno.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tememos que España ya no tenga a nadie, con agallas, que la defienda. Ave, Caesar, morituri te salutant