El yihadismo, un fenómeno que cobra significado cada día que nos sucede pero que se nos escapa de las manos su control y seguimiento. Un fenómeno que cubre las capas más bajas de la sociedad oxigenadas por la situación internacional. Un fenómeno que tarde o temprano pasará factura por todas aquellas atrocidades perpetradas en el pasado por los imperios coloniales de los últimos siglos.
El yihadismo tiene sus orígenes en la “yihad”, literalmente “hacer un esfuerzo”. La Yihad es considerada por muchos el sexto pilar de la fe, traducido a su vez como la “guerra santa”. Los yihadistas son salafistas – islamistas tradicionalistas suníes – que interpretan la yihad como el terrorismo actual. Cabe destacar que no todos los salafistas son yihadistas. Los salafistas aspiran a establecer Estados islámicos basados en el Corán, el Profeta y los primeros musulmanes del siglo VII.
Millones de personas reclutadas y adiestradas con un único fin: la destrucción de una civilización, la occidental. Pero ¿por qué?. Muchos han sido los siglos que estos pueblos y estas culturas enraizadas sobre la torre islámica han sido oprimidos y vejados hasta el punto de dejar de existir. Las atrocidades cometidas en África y Asia a raíz de colonizaciones religiosas y políticas, o meramente estratégicas han dejado un caldo de cultivo, una verdadera escuela de odio. Millones son las familias que han perdido a seres queridos a manos de ejércitos occidentales desplazados en sus tierras por poseer amplios yacimientos petrolíferos, gas o cualquier recurso natural beneficioso para la galopante economía capitalista de dichos Estados. Tristeza es ver morir a tus personas más cercanas pero más triste es aún cuando les ves morir por unos cuantos bidones de crudo.
Estos pueblos, estas familias, sumidos en la mayor de las miserias, deambulan por barrios donde las condiciones de subsistencia rozan la nula existencia. La higiene, la salud, la comida se convierten en lujos que muy pocas familias llegan a alcanzar. Hablamos de zonas donde las chabolas de ladrillos se juntan tanto las unas a las otras que se hace difícil la respiración; zonas donde el sol que golpea sus cabezas viene aderezado por el pie del capitalismo que no les deja levantar la vista hacia el horizonte.
En la periferia de Casablanca, en el barrio del Príncipe Alfonso, en Ceuta, la miseria es la tónica general de su día a día. Calles devastadas, ahogadas en el crimen y el desorden de una civilización musulmana en el corazón del Estado español. La pobreza lleva a miles de jóvenes a encontrar en el discurso de organizaciones islámicas el único alimento que llevarse a la boca. Personas movidas por el odio y las ganas de venganza arrastran a miles de jóvenes a la lucha sin control contra el eje occidental, la cruzada por recuperar el territorio usurpado por los “infieles” desde Jerusalem hasta Al-Andalus.
La pobreza no puede ser el único factor causal de la aparición de miles de yihadistas preparados para atentar. La cohabitación de ejércitos occidentales y las practicas realizadas por estos durante años han creado una verdadera maquina de odio difícil, por no decir imposible, de parar.
La solución a un problema tan importante y tan globalizado solo puede pasar por el respeto de todas las culturas y pueblos. Mientras sigan existiendo Estados que opriman existieran Estados que estén dispuestos a defenderse y atacar; mientras sigan existiendo guerras “económicas”, seguirá habiendo personas dispuestas a dar su vida, que será lo único que conserven, por la Yihad.
Mientras no creamos que es posible la convivencia pacifica y respetuosa entre todas las culturas del planeta, difícilmente llegaremos al siglo XXII. La existencia del ser humano pasa por la aceptación de un planeta multicultural y multirracial sin escalas jerárquicas.
La solución no son más guerras ni mas invasiones. “que el río este tintado de rojo, no es motivo para seguir con la masacre”. No más litros de sangre corriendo por los ríos, no más derechos pisoteados, no más violencia ni terrorismo. Aunque parezca mentira la solución está en nuestras manos.