Cuántas decenas de miles de norteafricanos y subsaharianos tendrán que dejarse la piel en las aguas del Mediterráneo, para que los gobiernos de los países anfitriones se tomen el asunto mínimamente en serio. Las tribulaciones de tantas personas que huyen de la guerra, la persecución por motivos políticos o religiosos y el hambre está en juego, no parecen importarle a nadie más que a nuestro ministro del Interior, que no encuentra la manera de quitarse de encima las hordas de inmigrantes que acechan en las fronteras del sur de la nación española, de un modo que no despierte demasiadas suspicacias entre las organizaciones humanitarias.
Europa no puede limitarse solamente a salvaguardar lo que vienen a ser sus aguas jurisdiccionales. Aunque sólo sea por simple humanidad, aquella de la que carecen las mafias que se están enriqueciendo a costa de abandonar a su suerte a todos aquellos a los que la desesperación conduce a precipitarse en el abismo de una quimérica ilusión, la Unión tiene el deber moral de intentar evitar catástrofes como la acontecida frente a las costas de Libia.
Habrá que ver para qué sirve la cumbre de inmigración de los jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea, programada al parecer para este próximo jueves. Sin duda alguna cualquier avance, por pequeño que sea, para evitar semejantes desastres será recibido con entusiasmo por el Alto Comisionado de la ONU, que hasta hace bien poco tachaba de xenófoba la política de migración de la UE. No estaría en efecto nada mal, como parece que barajan los mandatarios de la Unión, que se aumentase la presencia en la zona con navíos cuya misión no sólo fuese meramente disuasoria, sino también humanitaria. Tal vez así, se evitaría en parte que los columnistas de opinión nos viésemos obligados a escribir sobre temas que ponen en entredicho la sensibilidad del ser humano.