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Soy viejo y ya no puedo distinguir el buen gusto de lo que como y bebo, pero mi alma se regocija en el Señor mi Salvador

Vigor en la vejez

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Un escrito difundido vía correo electrónico con el propósito de enseñar a las personas mayores las cosas que deben hacer y cuales no para gozar de una buena vejez son muy conocidas porque todos los comentarios que se hacen al respecto repiten los mismos tópicos. El escrito al que me refiero contiene un consejo del que no soy consciente haberlo leído anteriormente y que merece que se le examine: “No permanezcas tan apegado a la religión ahora de viejo, rezando e implorando todo el tiempo como un fanático. Lo bueno es que en breve podrá hacer sus pedidos personalmente”.

Una mujer la preguntó a J. Robinson McQuilkin: “¿Por qué Dios permite que nos hagamos viejos y débiles?” La respuesta que recibió fue: “Creo que Dios ha planificado que la fortaleza y la belleza de la juventud sea física. Pero la fuerza y la hermosura de la vejez sea espiritual. Poco a poco perdemos la fuerza y la belleza que son temporales, así aseguramos concentrarnos en la fuerza y la belleza que perduran siempre. Así deseamos abandonar la parte temporal de nosotros que se pierde y sentir una auténtica nostalgia de nuestra casa eterna. Si fuésemos siempre jóvenes fuertes y hermosos, no desearíamos marchar de aquí”.

La vejez, nos guste o no es un proceso de degeneración progresivo de cambio que inevitablemente culmina con la muerte. Este proceso de degeneración hace que las personas mayores vayan haciéndose dependientes de otras. Desgraciadamente, en muchos casos, las personas ancianas no encuentran en los humanos el soporte que necesitan. Si se hace caso al consejo negativo que incita a los ancianos a no tomarse seriamente la plegaria, a los viejos se les deja sin el salvavidas que los mantendrá a flote durante el tiempo que dure la última etapa de su permanencia aquí en la tierra.

El salmista contradice el no del consejero que afirma interesarse por el bienestar de los ancianos, diciendo: “En cuanto a mí, a Dios clamaré, y el Señor me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré” (Salmo 55:16,17).

El consejero anónimo que dice preocuparse por el bienestar de las personas mayores da este jugoso consejo: “Ría, ría mucho, ría de todo, usted es un suertudo, usted ha tenido una vida, una larga vida, y la muerte será solamente una nueva etapa incierta, así como fue incierta toda su vida”. ¿Qué claridad aporta este consejo a la persona mayor afectada por chacras que le anuncian la proximidad del día de su fallecimiento, cuando la incertidumbre se convertirá en la evidencia de que existe un Dios ante quien deberá rendir cuentas de todo lo que ha hecho durante su vida terrenal?

El autor del salmo 71 comienza con estas palabras su poema: “En ti, oh Señor, me he refugiado, no sea yo avergonzado jamás”. Sigue manifestando su confianza en Dios, afirmando: “Inclina tu oído y sálvame…Sé para mí la Roca de refugio, adonde recurra yo continuamente…Porque tú, oh Señor Dios eres mi esperanza…Seguridad mía desde mi juventud…Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día”. Estas palabras las ha escrito una persona que ha llegado a la vejez y que en el transcurso de los años ha vivido edificando su vida sobre Cristo, la Roca que es a prueba de terremotos e inundaciones. Ha edificado su persona sobre el Cimiento que le ha permitido salir victorioso de las múltiples y variadas dificultades que le acompañaron durante su peregrinaje por este mundo.

El salmista que ya ha llegado a la vejez, ¿qué hará? ¿Seguirá el consejo que da nuestro azor geriátrico y dejará de confiar en el Señor que le ha protegido a lo largo de toda su vida? No. El salmista no es un fanático religioso. Es una persona que sabe en quien ha creído. No es un individuo apegado a la religión sino alguien que mantiene una relación íntima con Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por ello, cuando es consciente de que ha allegado a la vejez habiendo aprendido a contar sus días, afirma su fe en el Castillo que le ha protegido en los avatares de su existencia terrenal: “No me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares” (v.9). Quienes lo ven decrépito, dependiendo de la ayuda ajena que tal vez no le llegara con la puntualidad necesaria, pueden decir de él: “Dios lo ha abandonado” (v.11). La fuerza de la juventud inexorablemente da paso a la debilidad de la vejez pero la confianza en el Señor su Salvador que “creó los confines de la tierra no desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:28-31), le da la fuerza que necesita para no dejarse llevar por los ataques de quienes le dicen que Dios le ha abandonado. Esta es la recompensa para quienes en la vejez siguen confiando en el Señor: el rejuvenecimiento del alma que da esperanza que no se marchita.

Vigor en la vejez

Soy viejo y ya no puedo distinguir el buen gusto de lo que como y bebo, pero mi alma se regocija en el Señor mi Salvador
Octavi Pereña
martes, 21 de abril de 2015, 08:01 h (CET)
Un escrito difundido vía correo electrónico con el propósito de enseñar a las personas mayores las cosas que deben hacer y cuales no para gozar de una buena vejez son muy conocidas porque todos los comentarios que se hacen al respecto repiten los mismos tópicos. El escrito al que me refiero contiene un consejo del que no soy consciente haberlo leído anteriormente y que merece que se le examine: “No permanezcas tan apegado a la religión ahora de viejo, rezando e implorando todo el tiempo como un fanático. Lo bueno es que en breve podrá hacer sus pedidos personalmente”.

Una mujer la preguntó a J. Robinson McQuilkin: “¿Por qué Dios permite que nos hagamos viejos y débiles?” La respuesta que recibió fue: “Creo que Dios ha planificado que la fortaleza y la belleza de la juventud sea física. Pero la fuerza y la hermosura de la vejez sea espiritual. Poco a poco perdemos la fuerza y la belleza que son temporales, así aseguramos concentrarnos en la fuerza y la belleza que perduran siempre. Así deseamos abandonar la parte temporal de nosotros que se pierde y sentir una auténtica nostalgia de nuestra casa eterna. Si fuésemos siempre jóvenes fuertes y hermosos, no desearíamos marchar de aquí”.

La vejez, nos guste o no es un proceso de degeneración progresivo de cambio que inevitablemente culmina con la muerte. Este proceso de degeneración hace que las personas mayores vayan haciéndose dependientes de otras. Desgraciadamente, en muchos casos, las personas ancianas no encuentran en los humanos el soporte que necesitan. Si se hace caso al consejo negativo que incita a los ancianos a no tomarse seriamente la plegaria, a los viejos se les deja sin el salvavidas que los mantendrá a flote durante el tiempo que dure la última etapa de su permanencia aquí en la tierra.

El salmista contradice el no del consejero que afirma interesarse por el bienestar de los ancianos, diciendo: “En cuanto a mí, a Dios clamaré, y el Señor me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré” (Salmo 55:16,17).

El consejero anónimo que dice preocuparse por el bienestar de las personas mayores da este jugoso consejo: “Ría, ría mucho, ría de todo, usted es un suertudo, usted ha tenido una vida, una larga vida, y la muerte será solamente una nueva etapa incierta, así como fue incierta toda su vida”. ¿Qué claridad aporta este consejo a la persona mayor afectada por chacras que le anuncian la proximidad del día de su fallecimiento, cuando la incertidumbre se convertirá en la evidencia de que existe un Dios ante quien deberá rendir cuentas de todo lo que ha hecho durante su vida terrenal?

El autor del salmo 71 comienza con estas palabras su poema: “En ti, oh Señor, me he refugiado, no sea yo avergonzado jamás”. Sigue manifestando su confianza en Dios, afirmando: “Inclina tu oído y sálvame…Sé para mí la Roca de refugio, adonde recurra yo continuamente…Porque tú, oh Señor Dios eres mi esperanza…Seguridad mía desde mi juventud…Sea llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día”. Estas palabras las ha escrito una persona que ha llegado a la vejez y que en el transcurso de los años ha vivido edificando su vida sobre Cristo, la Roca que es a prueba de terremotos e inundaciones. Ha edificado su persona sobre el Cimiento que le ha permitido salir victorioso de las múltiples y variadas dificultades que le acompañaron durante su peregrinaje por este mundo.

El salmista que ya ha llegado a la vejez, ¿qué hará? ¿Seguirá el consejo que da nuestro azor geriátrico y dejará de confiar en el Señor que le ha protegido a lo largo de toda su vida? No. El salmista no es un fanático religioso. Es una persona que sabe en quien ha creído. No es un individuo apegado a la religión sino alguien que mantiene una relación íntima con Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por ello, cuando es consciente de que ha allegado a la vejez habiendo aprendido a contar sus días, afirma su fe en el Castillo que le ha protegido en los avatares de su existencia terrenal: “No me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares” (v.9). Quienes lo ven decrépito, dependiendo de la ayuda ajena que tal vez no le llegara con la puntualidad necesaria, pueden decir de él: “Dios lo ha abandonado” (v.11). La fuerza de la juventud inexorablemente da paso a la debilidad de la vejez pero la confianza en el Señor su Salvador que “creó los confines de la tierra no desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:28-31), le da la fuerza que necesita para no dejarse llevar por los ataques de quienes le dicen que Dios le ha abandonado. Esta es la recompensa para quienes en la vejez siguen confiando en el Señor: el rejuvenecimiento del alma que da esperanza que no se marchita.

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