La extemporánea, innecesaria, impostada y sobreactuada puesta en escena de la detención de Rodrigo Rato, por medio de los agentes de aduanas del ministerio de Hacienda, huele mal. Parece una más de las muchas patochadas cometidas por el ministro Montoro en los últimos tiempos; esta vez, quizá, con la intención de convencer al personal, de una vez por todas, del extremo rigor con el que el PP se aplica en su lucha contra la corrupción, dirigiendo su fuego justiciero contra uno de los miembros más emblemáticos de la historia del partido. Aún no sabemos si Rodrigo Rato es culpable de lo que se le acusa, pero la escena televisiva de su detención ha ofrecido a los más destacados líderes del PP la impagable ocasión de manifestar su profundo dolor por la desgraciada suerte del amigo y proclamar, a su vez, su indoblegable voluntad de llevar la lucha contra la corrupción hasta sus últimos extremos, caiga quien caiga. Desde luego, es difícil pensar en una cabeza de turco más valiosa que la de Rodrigo Rato. Pero, las prisas electoralistas son muy malas consejeras, y no se puede pretender recuperar la honorabilidad perdida a lo largo de años y años de corrupción impune, un mes antes de las elecciones autonómicas y municipales.
Está claro que la dirección del PP está aterrada ante las expectativas de voto que le dan las encuestas que a diario publican los medios. El pánico está empujando al propio Gobierno a cometer auténticos barbarismos de conducta que no hacen otra cosa que acelerar aún más la caída del partido al fondo de la nada. La falta de sensatez de sus líderes se manifiesta a diario, en actos que van de lo grotesco a lo patético, pasando por lo surrealista. Es cierto que el ministro Montoro es un hombre poco inteligente, bastante bocazas y nada oportuno. Pero, digo yo, no está solo en el Gobierno; ciertamente, un Gobierno de perfil bajo, con un presidente de sainete, pero en el que (al menos, aparentemente) hay dos ministros que sí parecen estar a la altura de sus cargos: Soraya Sainz de Santamaría y Luis de Guindos. Pero, por lo que se ve, nadie es capaz de inocular en el cerebro de Montoro un algo de sensatez.
El espectacular ascenso de Ciudadanos parece que se nutre de la desafección actual de los simpatizantes populares de antaño. Simpatizantes que bien podrían seguir votando, a pesar de los pesares, al PP, si no hubiera otra alternativa; pero parece ser que sí la hay: Ciudadanos.
A corto plazo, de aquí a las próximas elecciones generales, todo apunta a que se va a culminar la desaparición de UPyD y la consolidación de la presencia testimonial, anecdótica, de IU. Falta por ver en qué quedará Podemos y si el PSOE conseguirá sobrevivir como alternativa de gobierno. Lo que parece claro es que, de seguir el PP enredado en su propio laberinto de patochadas, mentiras y corruptelas, acabará desapareciendo como UPyD y, como UPyD, devorado por Ciudadanos. Lo cual, por otro lado, tiene su gracia; que sea un partido liberal catalán el que acabe desmantelando al PP y a UPyD, los dos grandes adalides del unidad de la patria; quizá, también tenga mucho que ver en todo esto la nefasta gestión que el Gobierno de Mariano Rajoy ha hecho del nacionalismo catalán.