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La avaricia rompe el saco

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No sé la magnitud de falta de vergüenza del que mucho abarca en cuestión de dinero, y menos aún la necesidad de trincar el dinero público y el privado para cuatro días que vamos a pasar por este valle de lágrimas y desolación.

Se preguntaba Cicerón, nada sospechoso de ser un imbécil, si puede haber cosa más absurda que amontonar el mayor número de provisiones a medida que se acorta el camino para llegar a lo desconocido. Qué ocurre por el tarro de de un depredador de lo ajeno para alzarse con tal cantidad de perraje si no es capaz de pulverizarlo en vida.

Asistimos al pecado de avaricia de algunos ciudadanos sin saber a ciencia cierta la causa que le incita a amontonar millones de euros sin saciarse jamás; cuando ocurre en política emerge con absoluta rapidez el “tú, más”, y los afiliados de los distintos colectivos se apresuran a lanzarse los unos a los otros la codicia que emerge en la ciénaga de lo que algunos desaprensivos conocen por política.

El ciudadano normal, usted o yo, asistimos impertérritos en nuestro silencioso cabreo a escuchar la manera de conjugar que del verbo trincar tienen los camaradas de distintos partidos políticos y nos place como los puros, aquellos a los que todavía no se les ha presentado ocasión de poner en ejercicio la trincalina, se presentan como los nuevos modelos de la cosa pública.

A veces ocurre que los llamados a demostrar, y tal vez algún día lo demostraron, que son personajes que se preocuparon del bien de los demás emergen como caudillos del pillaje.

Es la sensación que da el que fuese Vicepresidente del Gobierno del PP para asuntos económicos en tiempos de Aznar y/o Presidente del Fondo Monetario Internacional, lógicamente me estoy refiriendo a Rodrigo Rato, artífice, presuntamente, de uno de los mayores embolados de mestizaje de la eficacia con la granujería para pasar a convertirse en un gran símbolo del bandidaje del siglo XXI.

En casos como éste, la Justicia debe ser ejemplar al máximo porque nos encontramos con un triste personaje que se ha valido de su influencia para poder engañar a todo el mundo, incluido el mismo, y que ha conseguido que veamos tangiblemente -si todo es cierto- que “la avaricia rompe el saco”.

La avaricia rompe el saco

José García Pérez
lunes, 20 de abril de 2015, 00:01 h (CET)
No sé la magnitud de falta de vergüenza del que mucho abarca en cuestión de dinero, y menos aún la necesidad de trincar el dinero público y el privado para cuatro días que vamos a pasar por este valle de lágrimas y desolación.

Se preguntaba Cicerón, nada sospechoso de ser un imbécil, si puede haber cosa más absurda que amontonar el mayor número de provisiones a medida que se acorta el camino para llegar a lo desconocido. Qué ocurre por el tarro de de un depredador de lo ajeno para alzarse con tal cantidad de perraje si no es capaz de pulverizarlo en vida.

Asistimos al pecado de avaricia de algunos ciudadanos sin saber a ciencia cierta la causa que le incita a amontonar millones de euros sin saciarse jamás; cuando ocurre en política emerge con absoluta rapidez el “tú, más”, y los afiliados de los distintos colectivos se apresuran a lanzarse los unos a los otros la codicia que emerge en la ciénaga de lo que algunos desaprensivos conocen por política.

El ciudadano normal, usted o yo, asistimos impertérritos en nuestro silencioso cabreo a escuchar la manera de conjugar que del verbo trincar tienen los camaradas de distintos partidos políticos y nos place como los puros, aquellos a los que todavía no se les ha presentado ocasión de poner en ejercicio la trincalina, se presentan como los nuevos modelos de la cosa pública.

A veces ocurre que los llamados a demostrar, y tal vez algún día lo demostraron, que son personajes que se preocuparon del bien de los demás emergen como caudillos del pillaje.

Es la sensación que da el que fuese Vicepresidente del Gobierno del PP para asuntos económicos en tiempos de Aznar y/o Presidente del Fondo Monetario Internacional, lógicamente me estoy refiriendo a Rodrigo Rato, artífice, presuntamente, de uno de los mayores embolados de mestizaje de la eficacia con la granujería para pasar a convertirse en un gran símbolo del bandidaje del siglo XXI.

En casos como éste, la Justicia debe ser ejemplar al máximo porque nos encontramos con un triste personaje que se ha valido de su influencia para poder engañar a todo el mundo, incluido el mismo, y que ha conseguido que veamos tangiblemente -si todo es cierto- que “la avaricia rompe el saco”.

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