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Quién dijo sinceridad

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Buscamos la sinceridad en cada requerimiento, la practicamos con inusitado comedimiento y tropezamos con complicados impedimentos para disfrutar de su compañía. Es una cualidad escurridiza, fragante en su presentación, frustrante en sus ocultamientos. Habrá quien la considere una abstracción sin fundamentos reales, aunque todos percibimos su PÁLPITO en alguna ocasión afortunada. El deslinde de sus matices resulta una ocupación fascinante.

Igual exagero con esta dedicación a la veracidad de las expresiones; cuando da la impresión de que el pragmatismo imperante atiende a la eficacia de los resultados, sin parar mientes sobre los medios utilizados; todavía menos en relación con sus matices. El super “yo” creado por la organización de la estructura social dicta sus propias reglas, en las que cada ciudadano concreto ocupa lugares de poca prestancia. De nada vale preguntarle a cada entidad por el significado de la sinceridad. Con una simple ojeada lo comprobamos.

Embrollado asunto este de calibrar la veracidad en medio de tanto lastre. Disponemos de un escenario inmenso, eso sin duda; comprende cualquier recoveco de las actividades sociales. El resto son limitaciones estrictas allá por donde miremos. El análisis empezará por lo más cercano, por UNO MISMO, por el propio grado de sinceridad en las relaciones. No sólo con respecto a lo que hablamos, sino en lo que hacemos, ceñidos sin ambages a lo que pensamos. Para los demás, queda planteado un dilema sin solución definitiva; aunque tampoco lo tiene uno fácil a la hora de las explicaciones sobre la forma de comportarnos, coherentes, sin tapujos. Es difícil la práctica y difícil la explicación.

¿A qué nos referimos cuando calificamos a una AUTORIDAD como sincera? Por de pronto, sus manifestaciones adquieren los vicios del comentado super “yo” estructurado e incorpóreo; donde la figura de los ciudadanos como protagonistas ha sido emborronada. Desde los pedestales autoritarios, trabajan con entidades colosales, aislados de los minúsculos sentimientos que ellos apenas vislumbran en la lejanía. Sus dictados derivan en coacciones, en condiciones impuestas; radicados por lo tanto en dichas estructuras independizadas a base de fuerza y poder. Como consecuencia, sus preocupaciones supuestamente sinceras, emanan de unos núcleos amorales por impersonales, generados al servicio de los potentados.

Con una candidez insobornable acudimos a escuelas y universidades; el ansia de aprendizaje nos sobrecoge, el CONTENIDO de las enseñanzas aguarda en las ramas del conocimiento. Sobre lo que entraña eso de los contenidos, intuíamos técnicas profesionales, sin entrar por el momento en la discusión de su adecuación a los tiempos actuales, pero también nos abrumaron con normas de funcionamiento poco maleables, algunas estructuras inamovibles por la renuncia perezosa a su actualización. La indolencia docente completa una transmisión de contenidos que podemos catalogar de sincera, porque transmite algunas materias junto a las notables carencias. Y, sobre todo, quién dispone de tal educación, que no esconde las manipulaciones, obstruyendo con la hojarasca las aperturas mágicas.

Es evidente que la franqueza de las expresiones utilizadas no es complaciente por naturaleza, su esencia reside en el reflejo de la verdad de unos conocimientos, de unos pensamientos, de unos deseos. En el ámbito de la FAMILIA lo percibimos con nitidez, en sus diálogos medran los inconvenientes y las buenas voluntades; en un cruce entrañable de intenciones, del cual no está excluida la pugna conflictiva de las diferentes versiones de sus miembros. Incluso queda patente el lugar preeminente del silencio segregado de raíz en esos momentos en los que es mejor no decir nada. De donde detectamos la importancia del buen juicio esclarecedor, sin él reina la confusión en torno a las transmisiones verídicas o viciadas.

Los primeros albores de esa disyuntiva personal frente a las expresiones con tropiezos o la sinceridad sin ambages, actúan desde la INFANCIA, con los primeros juegos, alejados de las enrevesadas maniobras posteriores. La inocencia genera mentiras sabrosas y franquezas espléndidas; todo un muestrario fehaciente en torno a la espontánea vitalidad. Sobre ese germen incidirán los contagios oportunos o las impertinencias, en una cadena de influencias, que tenemos un tanto descuidadas. El poco esmero en estos menesteres trae consigo las consecuencias penosas, que luego lamentamos. Las actitudes arraigadas adoptan rasgos muy próximos a la inmovilidad, modificarlas es tarea de titanes.

Porqué surgirán tantos empeños repetidos encaminados a la inhibición de la espontaneidad de cada modesto individuo; apuntan un ansia desmedida por domeñar cualquier atisbo de rasgo personal. Gente, grupos étnicos, países enteros, sufrieron dichos embates; y, lo que es peor, con cierta docilidad y aplauso general. Pensaríamos que no puede ser tan grande la estupidez, pero ocupa sitio en casi todos los ambientes, que disfrazan la sinceridad a base de iniciativas mal intencionadas, sin asomo de participación genuina de las personas. Urge la respuesta de cómo podremos captar los brotes sinceros de los ALIENTOS humanos desprovistos de la malicia de los invasores de mentes, pertenencias y espacios.

De lo anterior deducimos la fuerte ambivalencia que acompaña a la actitud sincera. La franqueza de su punto de partida no impide la configuración de ABSTRACCIONES, que constituyen una verdadera plaga. Elaboramos conceptos estructurales (Patrias, ideologías, leyes), diversas religiones, maniobras educativas, costumbrismos, que arrumban progresivamente a las personas. Esa lejanía de las entidades creadas, deriva con frecuencia en monstruos inabordables. Una vez ubicados en la abstracción, ni sus mismos intérpretes sinceros comprenden el rumbo; abunda entre ellos la osadía del iluminado. En estos trances, la enajenación progresa ladinamente. Perdimos la buena orientación entre pretendidos aciertos.

La veracidad requiere de buenos acompañamientos para su buen fin. La verdad quijotesca aislada, cruje por sus muchas bisagras. El esfuerzo, la buena voluntad, la coherencia, la capacidad de diálogo, forman parte de los complementos convenientes. Los numerosos COMPARTIMENTOS dificultan el ensamblaje oportuno. El reto es manifiesto, emprendemos esta labor sumadora, confrontados de lleno con la disgregación y los oportunismos.

Hay muchas tretas para dejarnos subyugados; teóricas, basadas en manipulaciones informativas, o prácticas, insidiosas, con duras presiones ejercidas hasta con crueldad. La batalla es permanente. La excesiva tolerancia frente a las tergiversaciones ejerce un doble efecto nocivo. Agranda la prepotencia de los manipuladores con ínfulas de omnipotencia. Reduce al grueso de gente sufridora a una mediocridad indiferente, que no reacciona por falta de criterio propio. La sinceridad VIBRANTE exige ponerse a tono con las mejores cualidades humanas, tratando de recuperar el sitio para cada persona. Nadie puede adueñarse de sus errores y aciertos.

Quién dijo sinceridad

Rafael Pérez Ortolá
jueves, 16 de abril de 2015, 22:35 h (CET)
Buscamos la sinceridad en cada requerimiento, la practicamos con inusitado comedimiento y tropezamos con complicados impedimentos para disfrutar de su compañía. Es una cualidad escurridiza, fragante en su presentación, frustrante en sus ocultamientos. Habrá quien la considere una abstracción sin fundamentos reales, aunque todos percibimos su PÁLPITO en alguna ocasión afortunada. El deslinde de sus matices resulta una ocupación fascinante.

Igual exagero con esta dedicación a la veracidad de las expresiones; cuando da la impresión de que el pragmatismo imperante atiende a la eficacia de los resultados, sin parar mientes sobre los medios utilizados; todavía menos en relación con sus matices. El super “yo” creado por la organización de la estructura social dicta sus propias reglas, en las que cada ciudadano concreto ocupa lugares de poca prestancia. De nada vale preguntarle a cada entidad por el significado de la sinceridad. Con una simple ojeada lo comprobamos.

Embrollado asunto este de calibrar la veracidad en medio de tanto lastre. Disponemos de un escenario inmenso, eso sin duda; comprende cualquier recoveco de las actividades sociales. El resto son limitaciones estrictas allá por donde miremos. El análisis empezará por lo más cercano, por UNO MISMO, por el propio grado de sinceridad en las relaciones. No sólo con respecto a lo que hablamos, sino en lo que hacemos, ceñidos sin ambages a lo que pensamos. Para los demás, queda planteado un dilema sin solución definitiva; aunque tampoco lo tiene uno fácil a la hora de las explicaciones sobre la forma de comportarnos, coherentes, sin tapujos. Es difícil la práctica y difícil la explicación.

¿A qué nos referimos cuando calificamos a una AUTORIDAD como sincera? Por de pronto, sus manifestaciones adquieren los vicios del comentado super “yo” estructurado e incorpóreo; donde la figura de los ciudadanos como protagonistas ha sido emborronada. Desde los pedestales autoritarios, trabajan con entidades colosales, aislados de los minúsculos sentimientos que ellos apenas vislumbran en la lejanía. Sus dictados derivan en coacciones, en condiciones impuestas; radicados por lo tanto en dichas estructuras independizadas a base de fuerza y poder. Como consecuencia, sus preocupaciones supuestamente sinceras, emanan de unos núcleos amorales por impersonales, generados al servicio de los potentados.

Con una candidez insobornable acudimos a escuelas y universidades; el ansia de aprendizaje nos sobrecoge, el CONTENIDO de las enseñanzas aguarda en las ramas del conocimiento. Sobre lo que entraña eso de los contenidos, intuíamos técnicas profesionales, sin entrar por el momento en la discusión de su adecuación a los tiempos actuales, pero también nos abrumaron con normas de funcionamiento poco maleables, algunas estructuras inamovibles por la renuncia perezosa a su actualización. La indolencia docente completa una transmisión de contenidos que podemos catalogar de sincera, porque transmite algunas materias junto a las notables carencias. Y, sobre todo, quién dispone de tal educación, que no esconde las manipulaciones, obstruyendo con la hojarasca las aperturas mágicas.

Es evidente que la franqueza de las expresiones utilizadas no es complaciente por naturaleza, su esencia reside en el reflejo de la verdad de unos conocimientos, de unos pensamientos, de unos deseos. En el ámbito de la FAMILIA lo percibimos con nitidez, en sus diálogos medran los inconvenientes y las buenas voluntades; en un cruce entrañable de intenciones, del cual no está excluida la pugna conflictiva de las diferentes versiones de sus miembros. Incluso queda patente el lugar preeminente del silencio segregado de raíz en esos momentos en los que es mejor no decir nada. De donde detectamos la importancia del buen juicio esclarecedor, sin él reina la confusión en torno a las transmisiones verídicas o viciadas.

Los primeros albores de esa disyuntiva personal frente a las expresiones con tropiezos o la sinceridad sin ambages, actúan desde la INFANCIA, con los primeros juegos, alejados de las enrevesadas maniobras posteriores. La inocencia genera mentiras sabrosas y franquezas espléndidas; todo un muestrario fehaciente en torno a la espontánea vitalidad. Sobre ese germen incidirán los contagios oportunos o las impertinencias, en una cadena de influencias, que tenemos un tanto descuidadas. El poco esmero en estos menesteres trae consigo las consecuencias penosas, que luego lamentamos. Las actitudes arraigadas adoptan rasgos muy próximos a la inmovilidad, modificarlas es tarea de titanes.

Porqué surgirán tantos empeños repetidos encaminados a la inhibición de la espontaneidad de cada modesto individuo; apuntan un ansia desmedida por domeñar cualquier atisbo de rasgo personal. Gente, grupos étnicos, países enteros, sufrieron dichos embates; y, lo que es peor, con cierta docilidad y aplauso general. Pensaríamos que no puede ser tan grande la estupidez, pero ocupa sitio en casi todos los ambientes, que disfrazan la sinceridad a base de iniciativas mal intencionadas, sin asomo de participación genuina de las personas. Urge la respuesta de cómo podremos captar los brotes sinceros de los ALIENTOS humanos desprovistos de la malicia de los invasores de mentes, pertenencias y espacios.

De lo anterior deducimos la fuerte ambivalencia que acompaña a la actitud sincera. La franqueza de su punto de partida no impide la configuración de ABSTRACCIONES, que constituyen una verdadera plaga. Elaboramos conceptos estructurales (Patrias, ideologías, leyes), diversas religiones, maniobras educativas, costumbrismos, que arrumban progresivamente a las personas. Esa lejanía de las entidades creadas, deriva con frecuencia en monstruos inabordables. Una vez ubicados en la abstracción, ni sus mismos intérpretes sinceros comprenden el rumbo; abunda entre ellos la osadía del iluminado. En estos trances, la enajenación progresa ladinamente. Perdimos la buena orientación entre pretendidos aciertos.

La veracidad requiere de buenos acompañamientos para su buen fin. La verdad quijotesca aislada, cruje por sus muchas bisagras. El esfuerzo, la buena voluntad, la coherencia, la capacidad de diálogo, forman parte de los complementos convenientes. Los numerosos COMPARTIMENTOS dificultan el ensamblaje oportuno. El reto es manifiesto, emprendemos esta labor sumadora, confrontados de lleno con la disgregación y los oportunismos.

Hay muchas tretas para dejarnos subyugados; teóricas, basadas en manipulaciones informativas, o prácticas, insidiosas, con duras presiones ejercidas hasta con crueldad. La batalla es permanente. La excesiva tolerancia frente a las tergiversaciones ejerce un doble efecto nocivo. Agranda la prepotencia de los manipuladores con ínfulas de omnipotencia. Reduce al grueso de gente sufridora a una mediocridad indiferente, que no reacciona por falta de criterio propio. La sinceridad VIBRANTE exige ponerse a tono con las mejores cualidades humanas, tratando de recuperar el sitio para cada persona. Nadie puede adueñarse de sus errores y aciertos.

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