Aeropuerto de Colonia. Acabo de llegar procedente de Madrid y me dirijo a la estación de tren que conecta en menos de veinte minutos con la ciudad. Aquí, como en la mayoría de los países que creemos “civilizados”, ya no existe la tradicional taquilla en la que sacar el billete, sino una extraña máquina que no sólo no te da las buenas tardes (menos mal) sino que parece complacerse en que perdamos todas las conexiones posibles. Sería necesario un cursillo –y no de alemán- para entenderla: pantalla táctil y una serie de combinaciones compatibles; las que no lo son te devuelven a la casilla de salida... y vuelta a empezar. A más de uno se le habrá ocurrido bajar al andén sin más, colarse en el tren y cruzar los dedos para que no le pille el revisor. Observo que una mujer morena, de unos treinta años, habla con los viajeros conforme les va tocando el turno de enfrentarse al ingenio expendedor. Al llegar a él, me pregunta: “Wohin fahrren Sie?” (A dónde va Vd.?) Y cuando le respondo que a Euskirchen, vía Colonia, hace unos juegos malabares con los dedos sobre la pantalla y en dos segundos aparece el importe que debo introducir para que salga el billete (Pero no se engañe, amigo lector. No se trata de un servicio de atención al cliente de los decrépitos ferrocarriles alemanes, ni de una deferencia de la mente obtusa que diseñó la puñetera maquinita, sino un ejemplo de los nuevos oficios que se han ido creando en la primera potencia económica de Europa durante los últimos años).
Otra versión del “oficio” anterior es la de la persona que te ofrece compartir su tarjeta de transporte. En Alemania, las conocidas como “abonos laborales” incluyen a un acompañante en determinados horarios y durante los fines de semana es de uso libre para dos personas durante todo el día. Así que por un importe igual o inferior al del billete, resulta posible acceder directamente al tren sin tener que hacer cola frente al engorroso aparato. En el peor de los casos habrá que pretender frente al revisor que eres primo, cuñado o suegra del pícaro germano.
Entre los extraños oficios que proliferan por aquí, se encuentra uno que está a medio camino entre el de recolector y el de chatarrero. A él no sólo se apuntan inmigrantes con lo puesto y personas sin hogar, sino, cada vez más, amas de casa y pensionistas que no llegan a fin de mes. Me refiero a uno cuyo objetivo es la recogida de latas y botellas de cerveza o refrescos por papeleras de lugares concurridos. Por cada envase reciben entre 15 y 25 céntimos. Los recogen en bolsas y mochilas que, una vez llenas, son transportadas con mayor o menor esfuerzo hasta alguno de los puntos de reciclaje, normalmente situados en los principales supermercados. Un día “normal”, y tras varias horas de trabajo, pueden conseguir unos 10€; en otras ocasiones, por ejemplo, cuando tiene lugar algún partido de fútbol importante, en Caranaval o en cualquier otra fiesta, pueden duplicar o triplicar esta cantidad.
Estas y otras estampas urbanas son “el padrenuestro de cada día” en los länder de la República Federal. Un país que vive la paradoja de ser el “motor económico de Europa” y un ejemplo de cómo el ciudadano normal y corriente va padeciendo más y más las penurias de un estado que, sin dejar de ser implacable a la hora de cobrar impuestos, se preocupa cada vez menos po el bienestar de sus ciudadanos. El estilo neoliberal va implantándose sin remedio en detrimento de los beneficios sociales, lo que demuestra una vez más que la vida del ciudadano-votante poco o nada tiene que ver con los mercados de valores y las rimbombantes cifras macroeconómicas.
Esa es la otra cara de la luna del país de la señora Merkel... aunque se hable poco de ella.