El último experimento cinematográfico promovido por Lars Von Trier se llama The Advance Party. En él, a tres realizadores de gran proyección (Andrea Arnold, Morag McKinnon y Mikel Morgard) se les ha propuesto un grupo de personajes absolutamente idénticos, diseñados por Lone Scherfig (Italiano para Principiantes) y Anders Thomas Jensen (Mifune) para que, a partir de ellos, construyan tres historias diferentes. Las condiciones de Von Trier: que todos los relatos transcurran en Glasgow, que las producciones se rueden en formato digital, y que el tiempo del filmación no exceda las seis semanas. Red Road, debut en la dirección de largos de la cortometrajista ganadora del Óscar Andrea Arnold, es el primero de estos proyectos en ver la luz. Su paso por Cannes y otros saraos internacionales, tal y como suele suceder con todos los proyectos donde Von Trier mete mano, ha estado cuajado de éxitos y buenas críticas.
El film cuenta la historia de Jackie, una gris videovigilante de un suburbio escocés que un día ve, a través de una de sus cámaras, a alguien procedente de su pasado más traumático. El descubrimiento la obsesionara de forma muy peligrosa, sin que sepamos muy bien por qué, hasta el punto de que terminará saltando al otro lado de las cámaras para irrumpir en la vida del hombre, movida por oscuras intenciones. Por supuesto, el espectador sólo tiene conocimiento de estas intenciones en el tramo final, cuando Andrea Arnold pone al fin las cartas sobre la mesa mediante un par de secuencias de lo más rutinarias y explicativas. De todo ello se desprende que Red Road comienza como La Ventana Indiscreta, continúa como Vértigo y concluye como Psicosis. La novedad es que toda este herencia hollywoodiense se expresa mediante una puesta en escena muy afín al cine Dogma (cámara en mano, ausencia de banda sonora extradiegética etc…), que dota a la película de una personalidad, y sobre todo, de una atmósfera, muy especial.
Como consecuencia de este planteamiento, el primer tramo de Red Road goza de una tremenda capacidad de sugerencia. La información necesaria para comprender la historia se ofrece con cuentagotas, limitándose la directora a montar breves y perturbadoras secuencias donde contrapone la inane existencia de su protagonista con el placer que le produce espiar a quienes en teoría protege. Con la irrupción del misterioso individuo de su pasado, este prometedor inicio se va diluyendo poco a poco en el convencionalismo hasta concluir con una sorpresa final insatisfactoria y disonante. En otras palabras: Red Road propone un mundo inquietante, sórdido, de ciertos ecos lynchianos, que funciona de maravilla mientras nadie trata de buscarle un sentido, pero que en el momento en que esto ocurre, hacia mitad de metraje, se torna tan vulgar y predecible como cualquier otra película facilona con revelación final de las muchas surgidas tras el éxito de El Sexto Sentido. El sexo explícito y el tratamiento visual son lo único que marcan la diferencia. Si esto es suficiente para hacer del cine de Andred Arnold imágenes sesudas de gran proyección deberán decidirlo otros analistas más preparados que yo.