Según Mariano Rajoy, nuestro país se divide entre personas normales y otros sujetos que no lo son. A saber qué entenderá este hombre por personas normales. O peor aún, a saber qué entenderá el presidente por sujetos que no lo son. No lo sé, francamente, pero puedo imaginármelo. Para empezar, yo diría que aquellos que lucen o no coleta o, en su defecto, huyen o no de la gomina como alma que lleva el diablo. En segundo lugar, opino que podría referirse a los descamisados, o no, que tienen amigos en América Latina. Y para terminar, quienes abominan o no de las políticas conservadoras como la suya y reclaman que, de una vez por todas, los políticos gobiernen para todos y no sólo pensando en los intereses de los poderosos.
No es la primera vez que a Rajoy se le ve el plumero. Yo no puedo creer que un tipo que presume de grandes recursos intelectuales no tenga más argumentos para esgrimir contra sus contrincantes políticos que una torpe discriminación sin pizca de gracia. La candidata, también del PP, la condesa de Bornos parece que se lo curra mucho mejor que su jefe. Porque si es necesario, se planta en la calle como si estuviese en la playa, e invita a la gente a que le explique sus problemas.
Llamadme sensible, pero estas demostraciones de populismo urbano me tocan la fibra. Otra cosa muy diferente es que me la crea. Porque, no nos engañemos, a Esperanza lo único que le importa es alzarse de nuevo con un cargo público. Por eso afirmo que entiendo a la perfección cuál es su juego, y nada podría hacerme cambiar de idea respecto a ella, pero hay que reconocer que tiene más gracia que aquél sieso que tenemos de presidente, se ponga Mariano como se ponga. Es más, si continúa así de soso no le auguro más que sinsabores en los próximos comicios, salvo que una catástrofe como por ejemplo la crítica situación le dé la vuelta a la tortilla.