Exactamente seis años después, el Secretario General de Naciones Unidas vuelve a cometer un error ético y político al encontrase cara a cara, en un acto público en el marco de la cumbre árabe en Egipto, con un fugitivo de la justicia internacional, el todavía presidente en activo de Sudán. Hace seis años, las órdenes judiciales de busca y captura de la Corte Penal Internacional estaban frescas y creíamos que se cumplirían y el sudanés acabaría en una celda en La Haya. Seis años después, la Fiscalía renuncia a actuar por la paralización de quien debía ser su impulsor y quien le trasladó el asunto en primera instancia, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Al no luchar Ban Ki moon por su reelección cuyo sucesor esperemos que sea una mujer, creeríamos que es más libre para actuar como se debe, no como se puede.
Existen dos únicas opciones éticas: disculpar la no asistencia al evento como acto de repulsa por la presencia de un prófugo y de un posible genocida, criminal de guerra y de lesa humanidad. Comparecer, solicitando la detención y entrega inmediata a La Haya de este individuo. El Secretario General de Naciones Unidas, ejerciendo su responsabilidad moral, donde impera el componente humanitario de la función pública, asumió su cargo para defender la legalidad internacional. Al actuar de manera distinta, la vergüenza propia y ajena se enseñorea de las llamadas naciones civilizadas y se convierte en macabra burla para las víctimas y para el pueblo sudanés.